Opinión
Bancos, malditos bancos
Las cifras absolutas de beneficios de los bancos, que con frecuencia maltratan a los clientes, son llamativas, pero la rentabilidad en términos reales es mínima a pesar de todo
Karl Popper (1902-1994), el gran filósofo de la libertad del siglo XX, el autor de «La sociedad abierta y sus enemigos», anatemizado por iliberales y totalitarios, decía que «es imposible que alguien abandone por razonamiento una convicción a la que no ha llegado mediante razonamiento». El pensador austríaco-judío, luego nacionalizado británico, no conoció –es obvio– a la vicepresidenta Yolanda Díaz, ni tampoco a la ministra Ione Belarra, de cuya obra, por cierto, no hay demasiada constancia, como tampoco de la de su conmilitona y amiga Irene Montero, eso sí, doctorada en aplicar la doctrina «woke» –de la cancelación, es decir, condena al ostracismo– a quien no comulgue con sus ruedas de molino. Es imposible comprobarlo, claro, pero a Popper quizá le hubieran servido de inspiración añadida como ejemplos que utilizar en sus tesis que, no hay que olvidarlo, incluían la de la «falsabilidad» que cuestiona todo lo que no está comprobado.
La vice Yolanda Díaz, que dejó medio solo al presidente Sánchez en Marruecos, plantado por Mohamed VI, se rasga las vestiduras ante los resultados –beneficios– de los bancos en 2023, obligados a presentarlos en público estos días. Los números, es cierto, son llamativos: el Santander de Ana Botín ha ganado 9.605 millones de euros; el BBVA de Carlos Torres, con el turco Onur Genç –allá las relaciones entre ellos–, 6.240 y CaixaBank, de Goirgolzarri y Gortázar, 3.145. Los grandes números asustan y, al mismo tiempo, ocultan la realidad. Hay un proverbio que dice que la mejor manera de esconder un elefante es en medio de una manada de elefantes. Ocurre algo así con los beneficios de los bancos y también de algunas grandes empresas.
Es inútil explicarlo, por supuesto, si se hace caso a Popper, pero tampoco se pierde nada por hacerlo. Además –y eso es divertido– molestará a los jerifaltes de los grandes bancos y, por otra parte, la patronal bancaria, que preside, con voluntad y dedicación, Alejandra Kindelán, tendrá que dar otro paso adelante en su campaña de pedagogía. El BBVA, por ejemplo, apenas ganó un 1% del total de los activos –713.000 millones– que manejó en 2022. En el caso del Santander, su ROA –rentabilidad sobre activos totales medios–, que es uno de esos ratios bancarios más o menos obtusos, apenas llegó al 0,63%, ya que el montante de los activos llegó a los 1,7 billones –con «b» de barbaridad– en el ejercicio pasado. Y CaixaBank, apenas llegó al 0,40%.
El inquilino de la Moncloa, doctor legal –al fin y al cabo– en economía, lo sabe, y también su vice primera Nadia Calviño, aunque el primero esté decidido a arremeter contra bancos y grandes empresas porque es popular y, sin duda, da votos. Los bancos no son, como decía López de Letona, el hombre –siempre distante– que llevó Ford a Almusafes, instituciones de caridad. Tampoco deben serlo. No obstante, los bancarios, los grandes empleados –por cuenta ajena– de los bancos, han logrado que sus entidades sean cada vez más impopulares. Maltratan a los clientes de forma inmisericorde, pero eso –corregible– no debería estigmatizar al sector, aunque es conveniente conocer que el cobro de comisiones –legítimo y necesario– aporta una parte sustancial a los beneficios. El pago, por ejemplo, de todo tipo de recibos y domiciliaciones es un servicio sin el que millones de ciudadanos no sabrían qué hacer, tiene un coste.
Por otra parte, el Santander tiene 3,9 millones de accionistas, la inmensa mayoría muy minoritarios, con patrimonios en acciones entre diez y veinte mil euros. Lo mismo ocurre con los 800.000 accionistas del BBVA o los 600.000 de CaixaBank. Son una especie de cooperativistas –peculiares, eso sí–, quizá como los de Mondragón, a los que, acaso, no se atrevería a criticar la vice Díaz, con fama de haber traicionado a Beiras en Galicia y, hace menos, al mismo Pablo Iglesias, que no olvida, como reza la tradición de su credo, desde Lenin a Stalin –ahí está el destino de Trosky–, por no citar ejemplos más cercanos.
La vice Díaz y la parte podemita del Gobierno sueñan con congelar los tipos de la hipotecas y limitar los beneficios de los bancos y, en última instancia, de cualquiera que gane dinero. Hay que volver a Popper, es inevitable, sin olvidar, claro, que el Banco Central Europeo (BCE), que preside Christine Lagarde, esa francesa extremadamente educada, con quien quiere, y que tiene sus más y sus menos con las mujeres de su entorno profesional, ha vuelto a subir 0,5 puntos los tipos de interés y anuncia que lo volverá a hacer. Bancos, malditos bancos. Es el largo, quizá doloroso y, por supuesto, inevitable camino hacia la normalidad que dará más negocio a los bancos, pero entenderlo supone usar el razonamiento como explicaba Popper.
El día que tuvo un compromiso en Davos y el día que acompañó a Feijóo
Las casualidades no existen en las agendas de los grandes del Ibex, aunque sirvan de excusa diplomática. Ignacio Sánchez Galán excusó su asistencia a un acto protagonizado por Pedro Sánchez en el foro de Davos –por cierto, mucho menos liberal de la fama que tiene y negocio de los organizadores– y unos días después no tuvo empacho en asistir a la presentación en Madrid de un libro del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, aspirante a suceder a Sánchez en la Moncloa. No hay casualidades.
Cómo tropezar en la misma piedra mil y una veces y todavía más
La CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia), que ahora preside Cani Fernández, y en cuyo origen tuvo mucho que ver Ciudadanos –ahora a punto de la desaparición–, acumula si cesar varapalos judiciales desde la época de su primer presidente, Marín Quemada. Una y otra vez desde hace años, salvo excepciones, y con reiteración, los tribunales tumban las sanciones que imponen a las empresas, como ahora es el caso de la que se dictaminó contra ACS. Algo falla.
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