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Opinión

Pensiones y el ministro que perdió los nervios

Los planes iniciales de reforma de Escrivá se han estrellado con las líneas rojas trazadas por Unidas Podemos, pero el ministro, que no quiere admitir su derrota estratégica evidente, ha pretendido culpar al mensajero

El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, realiza unas declaraciones tras la extensión de los ERTE Kiko HuescaEFE

José Luis Escrivá (Albacete, 1960), todavía ministro de Seguridad Social, pierde por ahora y por goleada la batalla de la reforma de las pensiones ante Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, que también tienen sus piques, pero en ese asunto cierran filas. Una de las primeras consecuencias es que el ministro, irritado y nervioso, ha cometido la torpeza de culpar al mensajero de su fracaso, como hizo en una entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero que, a audiencia en directo, sumó innumerables reproducciones.

Escrivá, que por otra parte es un buen economista, buscaba una fórmula y un pacto para enderezar las cuentas de las Seguridad Social y hacer viable el sistema de pensiones. Barajaba, como casi todos sus predecesores, socialistas y populares, la opción de aumentar el número de años que se computarían para calcular el importe de la pensión. Ahora son 25 y el ministro –hay informes que lo acreditan– exploró la opción de aumentarlos hasta 35. Nada revolucionario, ni tan siquiera, novedoso. Muchos países europeos ya hacen ese cálculo sobre la totalidad de la vida laboral. Escrivá planteaba aplicar esa fórmula porque aumentar el cómputo de años se traduce, en la práctica, en la inmensa mayoría de los casos, en una pensión inicial más baja. No afecta a los pensionistas actuales y, en teoría, es una reducción que pasa más inadvertida.

La idea de Escrivá era y es ortodoxa, pero el ministro, que quizá todavía no ha calado del todo bien a su jefe Pedro Sánchez, no midió su fuerzas y se encontró con la oposición frontal de Unidas Podemos y, lo que en política no es menos importante, con el recurso de la filtración interesada de un proyecto para torpedearlo. Iglesias, mientras se lo permita el inquilino de la Moncloa, fija «líneas rojas» y los planes del ministro de las pensiones las rebasaban. El problema es que Escrivá, con el berrinche a cuestas, no quiso aceptar su derrota sino endosársela a los medios de comunicación, al negar que había elaborado ese plan y además –en un desideratum insólito– explicarle a Alsina cómo debía hacer su programa.

El futuro político de Escrivá, que por otra parte es uno de los ministros más preparados, es oscuro, aunque Sánchez le mantendrá en el cargo. No es, sin embargo, su primer tropiezo profesional, siempre achacable a su actitud, a veces distanciada de la realidad. En el Banco de España, en donde ocupó puestos importantes, tuvo encontronazos y nunca asimiló que su jefe de entonces, José Luis Malo de Molina, primara más a Fernando Restoy, luego subgobernador, que a él. Fue director del servicio de Estudios del BBVA, pero tampoco salió por la puerta grande por roces con su propio equipo y por su protagonismo. Con Rajoy en la Moncloa, Álvaro Nadal, su asesor económico luego ministro, eligió a Escrivá para presidir la Airef (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal), la policía económica que la Unión Europea impuso a España cuando dio ayudas para rescatar a las Cajas. Durante años, las tuvo tiesas con Cristóbal Montoro, mientras en el PP nadie entendía cómo habían nombrado a alguien que, una y otra vez, les buscaba las vueltas, lo que no significa que no tuviera razón, aunque son legión los que dudan de que hubiera hecho lo mismo con un gobierno socialista.

El error de cálculo de Escrivá significa que tiene que buscar otra fórmula para cuadrar las cuentas de las pensiones, además de las medidas obvias, como desincentivar las jubilaciones anticipadas y aliviar a la Seguridad Social de gastos que no le corresponden. El ministro, sobrado de recursos técnicos frente a la menesterosidad política y estratégica, se va a sacar de la mano un «factor generacional», que tenga en cuenta, por ejemplo, la esperanza de vida, entre otras cosas, para reformar las pensiones. En definitiva, los mismos perros con otros collares, porque ese «factor» no es más que otro camino –con permiso de Iglesias– para que las pensiones futuras sean menores. Arthur B. Treadway, economista americano y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, tampoco se llevaba bien con el ahora ministro y, en cierta ocasión, en una reunión en el Banco de España, en la crisis de los años 90 del siglo XX, sentenció: «Escrivá intenta inventar la rueda y la inventa cuadrada». Quizá el «factor generacional». Por ahora, seguirá de ministro.

Las reuniones virtuales del consejo del Banco Central Europeo

El consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) se reunió en Fráncfort el pasado jueves y decidió mantener la misma línea de política monetaria. La reunión, por las medidas que aplica Alemania y que casi imponen el teletrabajo, se celebró –hay precedentes– de forma telemática y, aunque casi todos sus miembros estaban en la ciudad alemana, la única que estaba físicamente en la sede del BCE era su presidenta, Christine Lagarde.

La baja natalidad amenaza la sostenibilidad del Estado de Bienestar español

La baja natalidad española, con una tasa de fecundidad de 1,3 hijos por mujer, amenaza la sostenibilidad del Estado del Bienestar español a medio plazo, según un informe de Fedea, elaborado por las economistas Teresa Castro-Martín (CSIC), Teresa Martín-García (CSIC), Julia Cordero (UCM) y Marta Seiz (UNED). El estudio constata que la fecundidad acumula ya más de tres décadas por debajo de 1,5 hijos por mujer y muy lejos de los 2,1, que es la tasa de reemplazo. Hubo un repunte de la natalidad a principios del siglo XXI, pero quedó truncado por la crisis económica de 2008 y no ha vuelto a recuperarse. España, junto con Italia y Grecia, está a la cabeza de la baja natalidad europea, mientras que Francia y Suecia tienen las mayores tasas de fecundidad, aunque también lejos de los 2,1 hijos por mujer.