Taekwondo
La hazaña de Adriana Cerezo: plata con sólo 17 años
La española sólo cedió en los últimos instantes de la final de -49 kilos de taekwondo contra la tailandesa Panipak Wongpattanakit. Es la primera medalla de España en la capital de Japón
Vaya con la sonrisa de Adriana Cerezo. Radiante. Como si un instante después no fuera a combatir en los que eran sus primeros Juegos Olímpicos. Pero detrás de esa cara angelical se esconde una bestia. Y es que la taekwondista madrileña tenía claras dos cosas antes de ir a Tokio: que quería disfrutar y que además iba en busca de la medalla de oro. Y no sólo se lo pasó en grande, es que rozó sus aspiraciones. No fue oro, pero sí plata ¡con sólo 17 años! Todos sus combates empezaban igual: con esa cara de felicidad que iluminaba el Makuhari Messe Hall de la capital de Japón. Era durante la presentación y en el paseo hasta el tatami. Después se convertía en un gesto de competición, de aquí estoy yo, para ir pasando por encima de sus rivales, imponiendo respeto desde el principio la «irrespetuosa» (por edad) Adriana. En la final de -49 kilos le esperaba la tailandesa Panipak Wongpattanakit, la número uno del mundo. Fue muy parejo: 4-2 a favor en el primer asalto. Los ojos cerrados de concentración en el descanso y en el regreso, la reacción de la rival, que llegó a alcanzar a Adriana en la cabeza para poner el 9-6. La española volvió dispuesta a todo. Es joven, pero está sobradamente preparada. Menuda madurez tiene. Remontó. Lo tenía, lo rozó, se puso por delante 10-9, pero en los últimos diez segundos hubo un intercambio de patadas y la suya no entró y la de su oponente sí a falta de cinco segundos. 11-10. No había tiempo para más. Faltó un suspiro.
Encajó bien la derrota. Unas lágrimas. Pocas. Y felicitó a Wongpattanakit. La tristeza duró un rato, la autocrítica, más. «Me voy a tirar unos días pensando en esos segundos», reconoció apenas una hora después de lo que acababa de conseguir, pero ya en frío. «He sido yo la que ha perdido, por eso da un poco de rabia. Contra una rival como ésta no puedes darle una oportunidad así, porque la coge. Tengo tiempo para trabajar eso y que no se vuelva a repetir», insistió. Un poco antes, todavía en caliente, ya había dicho. «Me gustaría dar las gracias por todas las muestras de apoyo que me habéis estado dando, lo poco que he podido ver el móvil entre combate y combate ha sido increíble. Y deciros que siento muchísimo que la final haya sido así. No lo siente nadie más que yo». Esas fueron sus primeras palabras, facilitadas por el COE tras la entrega de medallas con todos los protocolos: mascarilla y los propios atletas poniéndose el metal en el cuello. ¿Sentirlo? Es una muestra más de la ambición con la que fue a Tokio, porque todos los que la rodeaban hablaban de hazaña y éxito.
Lo que no tardó en recuperar Adriana justo al terminar la final fue la sonrisa, y quizá pensó en los que le han ayudado a llegar ahí, entre los que seguro que está su abuelo. Porque con él veía las películas de Van Damme y de Jackie Chan y él fue el que la llevó a un gimnasio cuando tenía cuatro años. Como todas las niñas inquietas, Adriana probó con todo, el tenis, el patinaje, la gimnasia, el ballet... Pero le gustaban más las patadas, es lo que le llenaba, aunque sus padres en ese momento no lo supieran. Era un secreto entre ella y su abuelo y sólo cuando se iba a examinar de su primer cinturón se lo confesaron. «Era muy pequeñita y no me gustaba que hiciera un deporte de pegarse», ha admitido su madre, en TVE. Pero allí le vio esa sonrisa y lo entendió todo. También pensó Adriana en su entrenador Jesús Ramal, que la acompaña desde los once años en el club Hankuk de San Sebastián de los Reyes, aunque ella nació y vive en Alcalá de Henares. Jesús la recuperó cuando le entraron las dudas en el taekwondo. No ha podido viajar a Tokio por la limitación de acreditaciones, pero la empujó desde la distancia.
¿Cómo una chica de 17 años puede decir que va a por el oro? Es que de talento va sobrada, en 2019 ya fue campeona de Europa sub-21 y la pasada primavera logró el oro en el Europeo absoluto, con lo que se ganó ir al Preolímpico, en el que arrasó. Por edad ella pensaba en los Juegos de París 2024, pero la maldita pandemia en este caso jugó a su favor y el retraso de la cita de Tokio un año ha hecho que adelantara pasos de forma asombrosa. En la pandemia tuvo que entrenarse en casa dando patadas a su padre, qué cosas. Pero también por culpa del virus y las medidas sanitarias sus padres han tenido que disfrutar y sufrir desde lejos los logros de su hija, en lugar de estar allí a su lado.
Después de conseguir la clasificación empezó a entrenar mañana y tarde, pero antes sólo destinaba las tardes al taekwondo, porque tenía que ir al instituto. Voló a Japón con la EVAU, la antigua selectividad, terminada, y ella sí logró un «oro» al obtener 13 puntos de los 14 posibles. Su camino olímpico ha sido simplemente espectacular pese a que sobre el papel era más que complicado. La serbia Tijana Bogdanovic, subcampeona en los Juegos de Río y número dos del mundo, para debutar en unos Juegos, pero se la llevó por delante (12-4). A continuación llegaba la china Wu, una leyenda, doble campeona olímpica (Pekín 2008 y Londres 2012), y el combate no llegó ni al tercer asalto porque en el segundo ya tenía más de 20 puntos de ventaja (33-2). Le hizo de todo: patadas al pecho, la cabeza, en giro, que es lo que más puntúa; puñetazos... Fue una exhibición. Ha jugado a su favor que algunas rivales tal vez no la tenían «fichada», pero ya se han dado cuenta de quién es.
La turca Yildirim fue el obstáculo en semifinales y desde el primer momento la española no la dejó respirar, sin retroceder pese a la ventaja para terminar a una distancia sideral (39-19) El pase a la final lo celebró, pero después gritó: «Vamos, vamos. Queda uno más». No se conformaba con la plata, como demostró después con sus palabras.
El melón del medallero está abierto para la delegación española el primer día. En los Juegos la sensación de equipo es global en todos los deportes y ver que ya se ha sumado es un pelotazo para el resto. Y todo gracias a una chica de 17 años.
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