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«Venía a entrenar con fiebre y tiritando»

Los primeros técnicos de Jesé recuerdan que de niño ya quería ser el mejor

Jesé celebra uno de sus goles esta temporada
Jesé celebra uno de sus goles esta temporadalarazon

«Vete a casa», le dijo su entrenador. El niño le respondió que no, que ni hablar. Jesé, que no tenía más de 13 años, estaba con fiebre y tiritaba, pero como casi todos los días, había ido a entrenar con el Huracán, su último equipo antes de saltar a los cadetes del Real Madrid. «Que te vayas a casa», le repitió, le ordenó más bien, su técnico Deogracia Martín. Jesé no se movió: «Que no, que quiero jugar el domingo».

El carácter es el destino de cada uno. Este año subió al primer equipo del Madrid y no va a dejar de luchar hasta ser titular. Cuando ni siquiera era un adolescente le decía a su entrenador que iba a jugar en la Selección española. Carmen, su entrenadora a los cuatro años, ya le veía un carácter de figura. «Y sí, no se saltaba ni un entrenamiento. Era nervioso, pero porque quería ganar siempre».

Carmen es la directora del Club Deportivo Virgen del Pilar en Las Palmas de Gran Canaria. Aunque no tiene un minuto libre, se hace un hueco para hablar de Jesé. Hace años era la entrenadora de los niños que empiezan a jugar con cuatro años. A esa edad, casi todos corren detrás de la pelota, aquello es un desorden, una marabunta que va de un lado a otro sin sentido. Casi es imposible saber dónde marca cada equipo o reconocer a un niño con talento. «No te creas», dice Carmen: «¿Sabes una cosa? Un jugador se hace porque confía en su trabajo, pero también se nace. Y Jesé es uno de ellos». El talento es innato, lo que hay que tener es el carácter para atreverse a desarrollarlo. Deogracia Martín habla rápido desde el otro lado del teléfono. Como si intentara ir a la misma velocidad a la que se le acumulan los recuerdos. «Cuando estaba aquí ya era un ganador nato, muy trabajador, muy serio, un chico que vivía obsesionado con el fútbol». Un chaval ambicioso que le contaba a su entrenador sus sueños, o mejor, su determinación de ser internacional.

Llegó al Huracán tras el Club Deportivo y entre Sixto Alfonso, Luis Palmero y Enrique Magdaleno lo llevaron al Real Madrid. Hubo varios equipos interesados, «pero cuando pasa el avión, la oportunidad viene, hay que cogerla», le decía y dice ahora Deogracia desde las islas. En la capital enseguida demostró lo que valía. «Jesé es un grandísimo jugador», asegura Luis Miguel Ramis, su entrenador en el conjunto blanco. Juanvi Preciado, que dirige ahora en las categorías inferiores del Rayo Vallecano, fue técnico de un juvenil del Madrid cuando Jesé era cadete. Hubo un movimiento de jugadores y le dijeron que eligiera dos para reforzar a su equipo. Pidió a Morata, que era un año menor a los juveniles, y a Jesé, que era dos años más pequeño. «El jugador bueno no puede disimularlo», cuenta. «Él es talento puro. Un futbolista de clase mundial, extraordinario, que hace cosas que no hace nadie. Le sale de dentro tomar decisiones y, como se ve, posee una potencia increíble. Y un dribling espectacular. Ha apuntado, desde siempre».

En el club enseguida se habló del talento de ese chico, una estrella de esas que se moldean en la cantera blanca. En su casa, sobre todo el primer mes, más que la esperanza, vencía la nostalgia. «Su madre me echaba la culpa de que Jesé se hubiera ido a Madrid», continúa Deogracia. Lo decía medio en broma medio en serio. Decía que durante el primer mes separado de uno de sus hijos no durmió nada.

Jesé vivía con el resto de canteranos en la residencia del SEK. Paco Gallardo era el tutor que se ocupaba de él y del resto, siempre pendiente. «Para ellos es duro, porque dejan a su familia, son hombrecitos, les cuesta adaptarse». Jesé lo superó todo. Quería llegar y había aprendido bien de niño. «Yo le decía que fuera humilde. Y lo es», recuerda Carmen.

Se convirtió en la gran promesa de la cantera. Un futbolista de ataque total. «Aquí le poníamos en cualquier puesto de delante y lo hacía bien. Creo que todavía no ha dado lo que tiene que dar, porque es un futbolista impresionante en el uno contra uno y definiendo», explica Deogracia. Con 11 años, como ahora, no tenía complejos para nada y no se veía inferior a nadie. Excepto para tirar penaltis. No quería cargar con una responsabilidad que le parecía excesiva: un fallo condenaba al equipo. «Pero no pasa nada, le decía yo», explica Deogracia Martín. «Si quieres llegar lejos, si quieres ser internacional como me dices, tienes que aprender a tirar penaltis». Le hicieron uno durante un partido. No quería lanzarlo. «Si no lo haces, te sales del campo», le mandó el técnico. Lo lanzó, por supuesto.

Y lo falló. En el descanso, Jesé lloró. Por su culpa su equipo no iba ganando. En esos años, los entrenadores son también guías, que siempre tienen la razón. Deogracia le convenció de que no pasaba nada. Lo debió hacer bien porque, recuerda ahora, en la segunda parte marcó dos o tres goles y solucionó el encuentro.

Jesé deja huella en los entrenadores que le han tenido. Carmen asegura que se siente muy orgullosa de él, que va a visitarles de vez en cuando. Cuando Tristán Celador lo tuvo en el juvenil madridista decía que «daba gusto verle jugar», pero no sólo en el campo. «Es un chaval fantástico. Cuando hablas, te escucha con atención, siempre quiere aprender. No es nada divo, es un trozo de pan», continúa Juanvi Peinado. Y añade sin que se le pregunte: «El episodio de cadetes le hizo muy fuerte (Jesé fue sancionado por golpear a un colegiado). Asumió su castigo y maduró muchísimo. Es muy impulsivo».

Tanto que veces no se puede controlar. Los nervios le superan, pero ha madurado. «En un partido, íbamos ganando por mucho, quizá por más de veinte goles», recuerda Deogracia. «Yo cogí a los chicos y les dije que si marcábamos algún tanto más, no se celebraba». Jesé no pudo evitarlo. Marcó, lo celebró... Y «le di una colleja», recuerda Deogracia. Hoy su ex técnico le llama y bromean. «Si yo soy del Barcelona», le dice desde Las Palmas. «Yo te enseñé, ¿cómo me puedes hacer esto, ser del Madrid?, como te coja, te rompo una pierna». Jesé, que probablemente se ríe, le responde: «Primero me tendrás que coger».