Regresa al Dhaulagiri
Carlos Soria, ante su último desafío: «Morir en la montaña es un fracaso»
A sus 83 años, el alpinista español se enfrenta una cima que se le resiste, su penúltimo de los catorce ochomiles
Lo primero en que pensará si por fin alcanza la cima de la montaña que se le ha negado en una docena de ocasiones, el Dhaulagiri (8.167 metros) será «en bajar lo más rápidamente posible». Una confesión, la de Carlos Soria (Ávila, 1939), tan huérfana de épica como rebosante de sentido común.
Ese sentido común que, a sus 83 años y tras toda una vida subiendo (y bajando) montañas por todo el mundo le permite presumir del que considera uno de sus mayores logros: no haber tenido que ser rescatado jamás y no haber sufrido siquiera congelaciones. Con esa filosofía, no es de extrañar que el veterano alpinista asegure a LA RAZÓN, horas antes de partir hacia Katmandú (voló a Nepal el pasado domingo) que morir en la montaña le parece un fracaso.
A la edad en que muchos conmilitones de generación se preocupan cada mañana por cómo apretará ese día la artrosis, por si las fuerzas aguantarán un paseo de media hora o, simplemente, por ser capaces de valerse por sí mismos, Soria está de nuevo inmerso en un reto mayúsculo. Ascender su decimotercer ochomil, ése que se le ha resistido una y otra vez y en el que llegó a estar a apenas doscientos metros de la cumbre antes de desorientarse por la niebla.
Esta expedición, sin embargo, no es una más. No sólo acude sin patrocinador (sorprende comprobar que su ejemplo de superación no merezca en esta ocasión el respaldo económico de ninguna empresa), sino que Soria –ahora con una prótesis de rodilla– es consciente de que si no consigue su objetivo puede ser la última. «Si no hago cumbre puede que sí, pero si alcanzo la cima en otoño iré seguro al Shisha Pangma» (8.027 metros), el último ochomil que le restaría para completar los catorce (en 2005 holló la cima central, pero no la principal).
«Creo que puedo subir sin ningún problema si se dan buenas condiciones en la montaña», asegura con una serenidad que habla por sí sola de su aplomo ante la adversidad. En los últimos intentos, el Dhaulagiri no le ha dado ninguna oportunidad por la excesiva acumulación de nieve y, también, por un brote de coronavirus en el campo base que le obligó a desistir muy a su pesar.
“Me encuentro en condiciones óptimas pese a los años”
El principal desafío, explica, es la jornada de ataque a la cima. «El último día es muy largo y hay que ascender por una diagonal muy peligrosa porque está expuesta a avalanchas», asegura. Precisamente por eso, su mayor temor es «el mal tiempo y la cantidad de nieve que pueda llegar a acumularse. Sin eso, existen todas las oportunidades del mundo porque me encuentro en condiciones óptimas a pesar de los años y de la prótesis». «Este año he entrenado muy bien y he rebajado mis tiempos», constata satisfecho.
Lleva más de tres meses durmiendo en una cámara hiperbárica que reproduce las condiciones naturales a 4.500 metros de altitud y en los días previos a la llegada al campo base tiene previsto subir algunas cimas de más de cinco mil metros. «Quiero llegar bien aclimatado para poder aprovechar la primera oportunidad que se me presente». Y aunque con el tiempo nunca se sabe, espera tener esa ansiada ventana de climatología favorable entre el 20 de abril y el 10 de mayo.
Soria tiene claro, como a lo largo de toda su dilatada carrera alpinística, cuál es la línea roja que no está dispuesto a cruzar. «La norma es el sentido común. Aprecio mucho la vida y me gusta vivir y disfrutar de la montaña. Por eso digo que me parece un fracaso morir en la montaña, que puede ocurrir por una avalancha o debido a un inesperado cambio de tiempo, pero nunca por cabezonería». Por eso su máxima es «pensar que hay que bajar con las mismas fuerzas con las que afrontas la jornada decisiva de cima. El problema es que algunos solo piensan en la cumbre».
“En la montaña no pienso en la muerte”
Aunque el Dhaulagiri es una de los cinco ochomiles con más alto porcentaje de alpinistas muertos intentado hollar su cima, dice no pensar en la muerte al afrontar la que puede ser su última expedición al Himalaya. «En la muerte pienso ahora, con 83 años, porque me pregunto cuántos años más voy a vivir, pero estando en la montaña normalmente no pienso en la muerte. Te puede ocurrir, desde luego, pero también en el coche. De hecho, los peores accidentes los he sufrido en bicicleta o esquiando, cuando me rompí una pierna».
En un himalayismo cada vez más deshumanizado, ¿qué haría Carlos Soria si se encontrara a un alpinista en situación crítica a escasos metros de la cima que con tanto ahínco ha perseguido en los últimos años? «Si puedo hacer algo por él, si solo es dejar la ascensión para poderle ayudar, bien, pero ahí arriba y a mi edad es difícil». «En esa larga travesía final del Dhaulagiri –argumenta– si no andas por tus propios medios es muy complicado que te puedan bajar como en otros ochomiles, donde el último tramo es muy vertical y se puede descender a un alpinista con una cuerda». Pero, añade, «cuando estás ahí arriba has de tener claro que nadie te puede ayudar. Hay que pensar en uno mismo y en el compañero de cordada».
Si logra la cima, su proyecto de culminar los 14 ochomiles seguirá vivo. «Indudablemente me voy a emocionar, pero hasta que no me vea en el campo 3 no empezaré a sentir plenamente la alegría de haber hecho cumbre», dice. Y, más aún, en la seguridad del campo base. «Siento todavía más emoción cuando, tras los abrazos y felicitaciones de los compañeros, me quedo solo en mi tienda. Ahí no paras de llorar y de pensar en la familia y los amigos y en la alegría por conseguir algo por lo que has luchado tanto».
En lo más alto quiere dejar una flores de ganchillo que ha hecho su esposa, «como homenaje a la gente de mi edad que lo ha pasado tan mal en la pandemia». «Siempre les digo lo mismo, que no dejen de hacer nada solo por la edad, salvo que tengan problemas físicos». Por ejemplo, ahí es nada, subir un ochomil con 83 años.