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Vicky Krieps: "A las mujeres se nos ha educado interiorizando más los insultos que los halagos"

La actriz de "El hilo invisible" y "La emperatriz rebelde" se pone ahora en la piel de la poeta y filósofa Ingeborg Bachmann en "Viaje hacia el desierto", dirigida por Margarethe von Trotta
Vicky Krieps: "A las mujeres se nos ha educado interiorizando más los insultos que los halagos"
Vicky Krieps: "A las mujeres se nos ha educado interiorizando más los insultos que los halagos"ADSO FILMS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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La escritora Ingeborg Bachmann (Austria, 1926 - Italia, 1973) es, probablemente, una de las mujeres que mejor ayuda a entender la literatura y el pensamiento de todo el siglo XX en Europa. Y, sin embargo, sigue siendo toda una desconocida para el gran público. En el espacio entre la comparación de lo interesante de su biografía con lo poco que suena su nombre en la cultura popular, la actriz Vicky Krieps (nominada al Oscar por "El hilo invisible") se las apaña en "Viaje hacia el desierto" para construir un personaje poliédrico, contradictorio y hasta irritante, la materialización de una mujer a la que durante muchos años le dolió ser. Hija de nazis declarados y orgullosos, pareja de Paul Celan y, se ha publicado, amante de Henry Kissinger, Bachmann es aquí objeto de estudio de Margarethe von Trotta, quien pone a la poeta (y a Krieps) bajo el mismo foco de intensidad por el que ya pasaron Rosa Luxemburgo o Hannah Arendt en su filmografía.
Krieps, que en los últimos tres años ha rodado con directores de hasta diez nacionalidades distintas -por vocación política, explica-, da vida aquí a una etapa muy concreta de la vida de Bachmann: el lustro largo que pasó a la sombra del dramaturgo Max Frisch. Celoso y manipulador, el también escritor la oprimió con esa violencia omnisciente que no revienta nunca, pero que va quemando e incapacitando por dentro. Y es que "Viaje hacia el desierto", pese a que pueda decepcionar a aquellos que busquen explorar más sobre la obra de la escritora austriaca, llega el viernes 19 a los cines españoles con la intención de hablar sobre la emancipación femenina. El apellido, sea sexual, cultural o político, tiene que ponerlo el espectador, en un desafío que pasó por el último Festival de Berlín y que, de nuevo, permite a Krieps demostrar que es una de las mejores actrices vivas del mundo.
Krieps (izda.) caracterizada como Bachmann junto al Max Frisch (Ronald Zehrfeld) de "Viaje hacia el desierto"
Krieps (izda.) caracterizada como Bachmann junto al Max Frisch (Ronald Zehrfeld) de "Viaje hacia el desierto"ADSO FILMS
La intérprete natural de Luxemburgo, acostumbrada a papeles históricos como el de "La emperatriz rebelde" o "El joven Karl Marx", reflexiona para LA RAZÓN sobre la propia condición femenina, las razones por las que mujeres brillantes permanecen durante años al lado de hombres incompletos e inseguros o el propio estudio de Von Trotta para con Bachmann, del que dice poco le importaba la exactitud enciclopédica, poniendo por delante la verdad cinematográfica. Krieps, en un descanso de la nueva película que está rodando a las órdenes de Jim Jarmusch en Irlanda, en pose poeta.
PREGUNTA. -¿Qué conexión tenía con Ingeborg Bachmann? ¿Cómo había llegado a su obra, al personaje histórico?
RESPUESTA. -Tengo una relación muy especial con la poesía. La poesía me llevó a encontrarme con el teatro, y el teatro con la interpretación. La poesía fue lo primero en mi vida que me dio una alternativa a lo visible. Ver la vida a través de la poesía te permite ver más allá. Si escribes un poema, puedes transformar la realidad, de algún modo. Porque se trata de intuición, de sentimiento, no de objetividad. La poesía me enseñó que había pequeños resquicios por los que escaparse o interpretar de otra manera la vida, llamémosle arte en general, literatura o poesía. Así llegué al cine. Y así es como había llegado al trabajo de Ingeborg Bachmann. Lo que primero me llamó la atención de su trabajo era su claridad, lo directa y aparentemente sencilla que era su escritura, su descripción. Es como si alguien te estuviera tirando un salvavidas y tú te pudieras agarrar a él. Es como si te lo lanzaran cuando te estás ahogando en todos tus sentimientos y, de repente, lo puedes ver todo mucho más claro. Esa era mi conexión.
-No es su primer biopic ni su primera película de época, ¿hay algo que le atraiga especialmente de este tipo de proyectos?
-Creo que, como en “Corsage”, se trata de puras coincidencias. Me gusta mucho, no lo voy a negar, porque es bonito estudiar el pasado para entender quién soy y en qué nos hemos convertido, pero no busco especialmente participar en ello. Supongo que tiene sentido, que doy ese aspecto. Pero no tengo ni idea de dónde puede venir.
-¿Vio la película de Ruth Beckermann?
-No, no. Sabía que ella estuvo con Paul Celan pero no vi la película. Confié mucho en Margarethe (von Trotta), porque a pesar de que es una mujer mayor que yo, escribió un guion contemporáneo, como si lo hubiera escrito incluso alguien menor que yo. Lo que me encantaba del guion no es que fuera exacto o históricamente certero, que lo es, si no que de algún modo respiraba una verdad universal sobre la mujer y sobre Bachmann.
-¿Cómo fue su primera conversación con la directora, Margarethe von Trotta? No deja de ser una experta en este tipo de retratos complicados, y ya hizo algo parecido con Rosa Luxemburgo o Hannah Arendt?
-Creo que la primera vez que hablé con ella fue para decirle que no podía esperar más a trabajar con ella, que me escribiera. Y poco después me llegó el guion. Fue extrañísimo, porque se alineó todo de una manera muy especial. Ella y yo compartimos una visión muy parecida de lo que significa ser mujer pero desde distintos ángulos generacionales. Toda la película está cruzada por esa dinámica. No me importa si la película es exacta, me importa que sea verdadera sobre la experiencia femenina opresiva. Estuvimos todo el tiempo dialogando sobre qué significa ser una mujer en este mundo, o en esa época.
-¿Por qué cree que Bachmann se quedó todo ese tiempo al lado de Max Frisch?
-Es una paradoja extrañísima, ¿por qué tantas mujeres brillantes tienden a encontrarse con hombres que las minimizan, que las maltratan? Y hay muchísimos ejemplos de ello. Esta misma tarde estaba leyendo cosas sobre la vida de Tina Turner, o la de Nina Simone. ¿Por qué? ¿Por qué no se marchaban de ahí? ¿Cómo es posible? Hay algo asociado a la mujer, pero no natural, si no aprendido socialmente, que les impide creerse y saberse independientes. Siguen considerando la opinión masculina como la relevante. Si le dices a una mujer que es fuerte, le costará mucho creerte, tendrás que convencerla. Pero si le dices que es una mierda, tendrá muchos menos problemas en aceptarlo, porque durante décadas nos han criado así. Te sorprendería la de gente que sigue cayendo en estas dinámicas, porque es una cuestión social y cultural.
-Resulta muy interesante cómo Von Trotta elige quedarse con este período concreto, cuando estamos hablando de una mujer que fue hija de nazis y tuvo un romance con Henry Kissinger, por citar algunos hechos. ¿Cree que tiene que ver con la emancipación misma del personaje, por entenderla como más que la hija de o la mujer de?
-Es la primera vez que me hacen esta pregunta, y me resulta interesantísima. Ayer, precisamente, vi “La zona de interés”, de Jonathan Glazer. Creo que ambas reflexiones van en una misma dirección y que solo ahora, con una generación de por medio, podemos entender. O, al menos, es más fácil para mí por la distancia histórica. Por un lado, estaban los campos de concentración y por otro lado la Alemania de ese tiempo. Son dos tipos de maldad, pero una es claramente peor que la otra. Si tus padres fueron nazis, la gente se sentía mal y lo escondía, fingiendo que no había ocurrido o iba al otro lado del espectro, sintiendo una profunda rabia generacional. Creo que Ingeborg Bachmann estaba en este último lado. Vivió enfadada toda su vida, pero eso lo convirtió en gasolina para su poesía. Hay frases que se clavan como dagas, como pensamientos tan certeros que es imposible dejarlos de lado por brillantes. La manera en la que pensaba es capaz de cortarte la piel. La clave para entender al personaje, el día en el que entendí cómo prepararla más allá de copiarla, fue cuando entendí su conocimiento alrededor del lenguaje. El lenguaje, la comunicación, es lo más mágico que tenemos y también lo más peligroso. Hitler sale del lenguaje, pero también el amor. Ella era muy consciente del peso exacto de cada palabra, y cómo puede salvarnos o condenarnos. Creo que hay una conexión entre esa brillantez y que sus padres fueran nazis declarados.
"Si tus padres fueron nazis, la gente se sentía mal y lo escondía, fingiendo que no había ocurrido o iba al otro lado del espectro, sintiendo una profunda rabia generacional. Creo que Ingeborg Bachmann estaba en este último lado. Vivió enfadada toda su vida, pero eso lo convirtió en gasolina para su poesía"Vicky Krieps, Ingeborg Bachmann en "Viaje hacia el desierto"
-Uno de los aspectos por los que se sigue estudiando a Ingeborg Bachmann hoy en día es por su paso del existencialismo a la lógica, al materialismo. ¿Es inevitable volverse cínico con el paso del tiempo?
-(ríe) Creo que fue Oscar Wilde quien dijo que lo terrible de envejecer no era el paso del tiempo, si no quedarse siendo niño. Creo que te vuelves más cínico porque entiendes la absurdez de las cosas. Todo se vuelve menos importante, más absurdo. Entiendes que todo es mucho más relativo.
-Ha trabajado con directores de hasta diez nacionalidades distintas en los últimos tres años. ¿Por qué? ¿Es una cuestión industrial, profesional, le gusta explorar?
-Creo que parte de la curiosidad y de lo político. Todas mis películas son políticas. Hablar de política es arte y al revés, todo el arte es político. Elegir viajar entre nacionalidades y países es político. Yo no veo fronteras, veo un mundo en el que todos masticamos el mismo hueso y sufrimos de los mismos males.
-¿Qué es lo más inmediato para usted?
-Ahora mismo estoy en Dublín, rodando con Jim Jarmusch. Tengo una gran pausa en primavera. Y este verano me iré a Japón a rodar, probablemente. Así que como ves no pararé de cambiar de país, (ríe) de nuevo.