El gran despropósito llamado San Isidro
Ni un solo toro de Sorando, ni dos sobreros, permitieron lo mínimo a los esperados Urdiales, Ortega y Aguado y 23.000 damnificados
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No podía salir mal. Al menos un lance, un muletazo al calor de la mejor sinfonía: la del toreo depurado… Otra cosa son los triunfos… pero el alma se alimenta de otras cuestiones mayores (y este San Isidro del desierto más absoluto). De uno y otro Urdiales, Ortega y Aguado formaban la terna más esperada, para algunos, de todo el serial y llegaron con el día más lluvioso de todos, aunque después aguantó. Se celebraba también el bicentenario de la policía nacional en el último día de feria. Mañana será otro y además Beneficencia. Pero hoy el primer Sorando nos llevó a Madrid los aires de la nobleza, pero tan soso que cada embestida era una ola de aburrimiento. Y eso en Madrid es pecado capital. No hay nada que hacer.
El cuarto fue toro antagonista. Fiero y con mucha violencia en la embestida, sobre todo de mitad de arrancada para adelante, cuando pegaba hachazos. Diego, su matador, lo intentó por ambos pitones, pero dejando ver las complicaciones del toro. Se notaba que estaba incómodo, no era para menos, y se fue a por la espada.
Serio y astifino fue un segundo que se le notó ya de salida que era un toro que no le faltaba mucho para cumplir los seis. Se frenó en el capote, huyó del caballo y estaba resabiado en su manera de estar en la plaza. Fue su matador Juan Ortega, que se topó con un animal imposible en la muleta. Rajado y a la huida. Abrevió, pero aún así se le puso complicado para matar. Estuvo muy habilidoso.
El colmo de la invalidez llegó con el quinto, y el nivel estaba alto. El animal debió de ser devuelto, pero no. ¿Para qué? Y entonces no hubo nada más que hacer que desesperarse por la imposibilidad de ver algo que se pareciera a aquello de Valdemorillo o Sevilla, por ejemplo. Y después Ortega acabo de arreglarlo con la espada para no desentonar con la feria.
El verde
Bien avanzada la lidia del tercero asomó el pañuelo verde de presidencia. Vuelta a empezar. El sobrero de José Vázquez dejó a Pablo Aguado estirarse a la verónica aunque al toro le costaba viajar hasta el final. Para ser exactos o sinceros el toro llegó a la muleta con una cantidad ingente de sosería y media arrancada que ni fu ni fa. Con lo cual cualquier atisbo de emoción o divertimento era algo así como una utopía.
El sexto también vio cómo volvía a los toriles y salía un sobrero de Montalvo con los ánimos ya por los suelos. Se frenó en el capote, apretó, nada bueno pintaba, y como se preveía el toro se metía por dentro en la muleta. Un horror en esta limpieza de corrales infame.
No podía salir mal, comenzaba esta crónica diciendo. Mantener la fe después del peor San Isidro de muchísimos años era todo un acto de fe. Incluso amor por esta Fiesta. No podía salir mal, no podía salir mal... Cómo definir este gran despropósito en el que se ha convertido San Isidro.
Las Ventas (Madrid). Vigésimoquinta de feria. Toros de Román Sorando. El 1º, soso y desfondado; 2º, manso y rajado; 3º, sobrero de José Vázquez, soso y deslucido; 4º, muy violento; 5º, inválido; 6º,sobrero de Montalvo, malo. Lleno.
Diego Urdiales, de caña y azabache, pinchazo, estocada contraria (silencio); pinchazo, media, dos descabellos (silencio).
Juan Ortega, de verde oliva y oro, estocada (silencio); cuatro pinchazos, hondo, dos descabellos (silencio).
Pablo Aguado, de azul noche y plata, estocada (silencio); tres pinchazos, dos descabellos (silencio).