Gabriel Calderón, un dramaturgo raro
El uruguayo, muy presente en los escenarios españoles desde hace años, publica con Punto de Vista Editores una antología de sus obras
Madrid Creada:
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Hace ya muchos años que Gabriel Calderón se presentó en sociedad por la península. Era 2007, y desde Uruguay llegó un chaval de 23 años con su 'Muñequita' para decir que ahí estaba él y que iba a ser una de las voces a tener en cuenta sobre los escenarios de habla hispana para los siguientes años. Un hombre que se hizo escritor "porque amo el teatro y no viceversa", puntualiza.
El tiempo pasó... y le dio la razón. Más allá de dirigir la Comedia Nacional de su país, donde los menesteres no son pocos, 'El público', 'Orlando' y 'Entre rimas y riberas' sirven de ejemplo para comprobar la presencia de Calderón en la temporada teatral española. "No sé ni cuántas cosas tengo entre manos", aunque, dice, "es una cuestión de pereza" y no porque vaya a "sentir vértigo por tanto trabajo".
Desde aquella 'Mi muñequita' que fue su "escuela" mucho ha cambiado el autor y director y, sobre todo, ha pisado todos los charcos que se le han presentado en el camino, como la publicación con Punto de Vista Editores de parte de su corpus en 'Obras raras'. Aunque, con esa agenda, no siempre es sencillo cumplir con los plazos. “Ha estado mucho tiempo parado por mi culpa”, asume un tipo vergonzoso cuando tiene que hablar de sí mismo. "Yo ya hablo de mí en mis obras. Decir algo que no está en la obra es asumir que es imperfecta, lo que tampoco está mal".
"Uno quiere un mundo sin guerras, pero ¿es posible?"Gabriel Calderón
Calderón no quería un prólogo formal. Lo asumió como "una excusa" para hablar de otra cosa, "pero de qué", se preguntaba: "No quería agotar al lector. Que el fracaso fuera en todo caso de los textos, pero no de un prólogo que agotase" al visitante. "Sería un doble fracaso".
Aun así, fue el pudor lo que paralizó al autor. Reconoce que, una vez listo, "no me cuesta escribir". "Lo más difícil es tejer una red de ideas que vienen de distintos lados y que tengan cierta lógica". Así, para el texto que ya trama para el año que viene, asegura, está "rumiando" un proceso del que habla aun "con el peligro de que me lo roben".
−¿Y de qué va?
−Desde que hice 'Historia de un jabalí', Joan Carreras me pidió un monólogo. Se me dio la libertad y llevo dos años jugando con ella.
−¿Por qué "raras"? ¿Es usted un director/autor raro?
−Ahora tiene un titular. Acepté que fuera como titular porque los editores me decían que iba a ser difícil encontrar puntos en común de una obra a otra. En Uruguay, Onetti y Quiroga siempre estuvieron en el borde de la literatura. Y yo, con cierto rubor, me pongo en ese borde. Si estás en estos lugares, estás en el centro.
Asegura Calderón que no se siente parte de la moda, "a no ser que la moda sea el teatro". Reconoce que "lo raro es liberador" y que “el problema” lo encuentra en que "hay que generar patrones nuevos que no entren en la clasificación anterior. No te puedes repetir". Él apuesta por los fósiles teatrales. "Es lo que queda". De Shakespeare encuentra el hueso y el hecho teatral lo convierte en "mágico", apunta: "Lo pones sobre el escenario y se le pega la carne. La gente vuelve a ver un dinosaurio contemporáneo".
"Decir algo que no está en la obra es asumir que es imperfecta"Gabriel Calderón
Lejos de moderneces, el dramaturgo reivindica la retaguardia del teatro. "Me identifico mucho". Mira con distancia "y cariño" a sus colegas de la vanguardia. "Ellos repiensan los límites, pero yo no me dedico a eso. No cuestiono los límites. Unos haces teatro según sus intereses y otros estamos tratando que no se pierdan cosas que se están abandonando. Hay muchas herramientas que todavía nos son útiles".
Además, Gabriel Calderón amenaza con recuperar la pentalogía fantástica que tenía "abandonada" desde 2016. "No se me ocurría cómo terminarla y ahora sí": "Son temas de fantasía para reflexionar sobre temas de política, que es lo que me divierte del teatro". Tras 'Uz', 'Or', 'Ex' e 'If', llega la quinta y última parte del recorrido con una "comedia vinculada al tema del trabajo", cuenta.
El uruguayo asegura que no se ve capaz de “decir a la gente que nos venga a ver porque hay algo nuevo”. El teatro "es muy antiguo y yo me he especializado en hacerlo bien".
−Pero, ¿qué es "hacerlo bien"?
−Eso ya es otra discusión [ríe]. Es algo sobre lo que he reflexionado muchas veces. Angélica Liddell y Peter Brook no existirían si no fuera porque tienen espectadores capaces de entenderlos. El teatro no es para ver algo que te gusta o para hacer algo elevado, sino que es una decisión.
El dramaturgo reivindica la retaguardia del teatro
Asegura el director de la Comedia Nacional que viene a España menos de lo que le gustaría, pero que la familia [en especial, los hijos] manda. Como uruguayo valora la "viveza e intensidad" de nuestra tierra en contraposición a la “calma” de su país. Parafraseando a Borges, asume que el español "habla como si no existiera la duda" y eso, asegura, "me da calma en vez de ponerme nervioso".
Por contra, en sus visitas a la península ha probado "los sinsabores de la crispación" de los nacionalismos. "A mí me han abierto las puertas en todos lados, País Vasco, Cataluña, Madrid... Por eso no entiendo esos debates internos. Uno quiere un mundo sin guerras, pero ¿es posible?". Calderón vuelve a sentir pudor con este tema, por eso no se atreve a decir qué cambiaría, pero sí que "desearía contribuir a encontrar espacios de acuerdo".
Donde también andan a la gresca [en unas cuotas bastante más elevadas] es en Oriente Próximo, el único lugar en el que de verdad sintió la derrota artística: "No hay nada de lo que no quiera escribir, pero sí hay cosas con las que fracasé", recuerda sobre una invitación que aceptó para trabajar con palestinos en 2014. "Volví a Uruguay con la sensación de sentir que no podía decir nada sobre el conflicto. Me sentí en un campo de batalla en el que se pasaban acusaciones de un lado a otro. Caí en una depresión porque no podía poner una palabra sin caer para uno de los dos lados. Era una autocensura tan fuerte que tuve que abandonar".
- 'Obras raras' (Punto de Vista ), de Gabriel Calderón, 320 páginas, 28 euros .