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Ese punki esperpéntico llamado don Ramón María del Valle-Inclán

Pedro Casablanc y Xavier Albertí levantan el retrato que Gómez de la Serna hizo del autor de "Luces de bohemia"
Pedro Casablanc se enfrenta al texto, en la sala grande del Español, con la única ayuda del piano de Mario Molina
Pedro Casablanc se enfrenta al texto, en la sala grande del Español, con la única ayuda del piano de Mario MolinaJavier Naval

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La noche del 30 de diciembre de 1983 fue la primera vez que Xavier Albertí asistió a un montaje en el Teatro Español. Con el petate al hombro, Madrid era parada obligatoria en su trayecto Ceuta-Barcelona. Tenía las horas suficientes para ver el «Absalón» de Calderón de la Barca, en versión de José Luis Gómez, y regresar a la estación de Chamartín sin agobios. Lo que no entraba en los planes del ahora director de escena era el parón en mitad de la escena. No fue excesivo, «parecía que había tiempo para coger el tren», recuerda, «pero no fue así». El retraso fue suficiente como para llegar «dos minutos» después de la partida del convoy. Sin dinero, no le quedó otra que «pasar la noche al raso» y esperar a las seis de la mañana. El subidón de fin de año quedó en «pause» por unas horas, sin embargo, aquel día nació una promesa que Albertí se hizo a sí mismo: agarró la botella de champán francés que llevaba para celebrar en Barna y, «solo y triste», se prometió que algún día debutaría en el Español.
Ha tardado 40 años en cumplir consigo, pero lo hará esta noche de la mano de Don Ramón María del Valle-Inclán, el texto en el que Ramón Gómez de la Serna retrató al dramaturgo y que Pedro Casablanc, junto al piano de Mario Molina, defiende en la Sala Principal del teatro hasta el 9 de abril.
Como buen melómano, Albertí comienza a hablar de su montaje por la música, «otro personaje más»: «Podemos decir que Beethoven y Granados, dos grandes amigos míos, han escrito la partitura para nosotros». No acierta a decantarse por un género concreto, «tenemos pocos precedentes», dice. «Está más cercano al cabaret literario con monodrama musical». La sonata que el compositor alemán escribió para La tempestad, de Shakespeare, se convierte en columna de la acción, «un pasaje que crea una dramaturgia al margen de la palabra. Hemos jugado a manipular la música de infinitas maneras», explica el director de unas melodías que intentan «refrenar la intensidad dramática» para, en otros momentos, ofrecer más alicientes al texto con música de Enrique Granados y algunos cuplés de la época.
Respecto a la palabra de Gómez de la Serna, «tiene conciencia de acupuntura, y a partir de su sonido busca una eclosión que exige un virtuosismo interpretativo alucinante» que pone el foco sobre el único actor de la pieza, Casablanc. «Cuando una palabra no sale como ha sido escrita es imposible parafrasearla», continúa Albertí.
Casablanc se refiere a su interpretación como «una lotería fantástica» que le ha tocado sobre un personaje, Valle-Inclán, que conoce muy bien de obras como Ligazón, Tirano Banderas, Comedias bárbaras y Sacrilegio –del que también ha hecho un cortometraje–. «Estoy completamente “valleinclanizado”», sostiene. Aunque no es al dramaturgo al que quiere ver el director y autor de esta versión, sino «su alma»: «Xavier no me ha dejado ser Valle. Tenemos la imagen de alguna manera caricaturesca de ese señor de barba larga y de manco excéntrico, y queríamos huir de eso. Me he ido por otro camino para terminar hablando con toda esa orfebrería suya».
El trabajo de Casablanc es la reivindicación de un hombre por el que, «igual que la gente aprende alemán e inglés para leer a Goethe y a Shakespeare, merece la pena estudiar español. Es un genio universal». Pero no esconde la dupla Albertí-Casablanc que más allá de esta figura, ya muy presente en el imaginario popular y en los escenarios, el montaje viene a «rescatar» al otro pilar de la pieza, a don Ramón Gómez de la Serna: «Hay que recuperarlo, empezando por sus “Greguerías”», apunta el actor; «ojalá vuelva a estar en las librerías», suspira Natalia Menéndez –directora del Teatro Español»; «su vacío en los escaparates clama al cielo», termina Albertí.
Un monóculo sin cristal y un guante blanco sirven de antesala para que la acción se meta durante hora y cuarto en la piel de Valle. De sus inicios –«Dos pueblos se disputan la piedra-cuna del escritor [recita el texto]: Puebla del Caramiñal y Villanueva de Arosa; pero él, para partir la diferencia, dice haber nacido en un barco que hacía la travesía entre Villanueva y Puebla. El día y el año también están en pleito, pues si unos biógrafos dieron el 28 de octubre de 1870, parece ser que fue el 28 de octubre de 1866 (...)»; a su final «justo antes del zafarrancho de la danza macabra del 36», apunta Albertí. Y entremedias, toda esa magia «valleinclanesca» de sus noches madrileñas, su manquedad –«lo menos que hay que tener en España para merecer algo»– o su explosión esperpéntica, espoleada por lo que vio en Francia durante la Gran Guerra –«la guerra ya no era una epopeya sino algo monótono y feo, algo que visto de tan cerca como él la había contemplado ni se veía siquiera»–.
En definitiva, Albertí y Casablanc se ponen la capa de emisarios de don Ramón y don Ramón María para demostrar que ellos sí que fueron punkis, señalan: «Es una palabra que siempre nos sale. Tanto el uno como el otro, lo eran. Fueron rompedores y muy adelantados a su tiempo».
  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 9 de abril. Cuánto: de 6 a 22 euros.