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Poliana Lima rompe con el tabú de su abuelo negro

La creadora brasileña estrena en el Festival de Otoño una pieza, “Oro negro”, en la que escarba en el pasado de su familia y en su propia memoria, como siempre, apoyada en una danza que le “salvó la vida”
Miguel Barreto

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Poliana Lima siempre se preguntó quién era. “Poliana, Poliana, Poliana, Poliana, Poliana, Poliana...”, se repetía de pequeña una y otra vez “hasta que la palabra perdía el sentido”, recuerda hoy la bailarina de aquel “juego de niña friki”. Creció la brasileña pegada al baile “desde los seis años”, pero, sin embargo, tuvo que tocar fondo para tomar la danza “como una forma de vida”.
En todo ese viaje, a Lima se le negó la comunión. No quiso su madre marcarle el paso: “Elegirás cuando tengas más de 18 años”, rememora. Y, obediente, así hizo o, por lo menos, dejó que la llamada llegara a ella sin prisas. Siempre había tenido “la pregunta espiritual”, dice, en la cabeza, pero no aparecieron las respuestas hasta que la danza se abrió ante ella: “Es mi religión, mi camino espiritual, como lo puede ser el yoga, el zen o la meditación”.
Aquel acercamiento a la danza no había sido un capricho, sino una necesidad. “Gozo y sufrimiento” en uno. Poliana Lima habla de 2003 como un tiempo “trágico”, “mucho más drástico de lo que cuento ahora” y, entonces, solo bailar le salvó: “La danza me hacía sobrevivir un día más”. El pánico y la depresión gobernaban en la creadora. “Se abrió la grieta y el relato de la vida perdió el sentido. Las representaciones del mundo ya no funcionaban para mí y caí entera. Estando despierta, y sin tomar nada que entorpeciera mi consciencia, no podía distinguir qué era real y qué no. Era joven y sentía que se me iba la cabeza”.
Y ahí estuvo el arte, junto a alguna terapia, para recatarla. “Mi decisión no fue algo intelectual”. Era una cuestión vital. Su sensibilidad y su historia eran atravesadas por preguntas que no tenían respuestas. “Toqué el punto 0 con mucho sufrimiento y, ahora, después de veinte años, empieza a aparecer el disfrute”.
Y es con todo ese subidón con el que Lima aterriza en el Festival de Otoño que dirige Alberto Conejero con Oro negro, un estreno absoluto en el que retrocede a sus orígenes “para rescatar la voz de un antepasado y mi propia memoria”, presenta de lo que fue un tabú en su familia y, por extensión, “en todo Brasil y en todo el mundo. El racismo es una cosa viva, herencia del colonialismo e inevitable”. En mitad de la búsqueda de material para un nuevo proyecto, le llegó, a través de su madre, la foto de su abuelo (el padre de su padre) “negro”. No había dudas del color de su piel, sin embargo, era un tema que se había obviado durante años. “No salía en mi familia del mismo modo que también se negaba en Brasil”. La foto se transformó en un escarbado para “conectar con el tesoro que es tener un linaje perteneciente a mi historia personal y a mi cultura” y todo ello desembocó en este Oro negro.
Lima atiende a su “relación con la identidad y la memoria mediante la intuición espiritual” que le proporciona la danza y, a su vez, se adentra en “cuestiones muy específicas sobre sentir mi lugar”. La bailarina se preguntaba ya de pequeña qué significaba eso de “ser mujer en el mundo”, explica, y comprobaba que no era lo mismo que ser “chico”, “ellos podían hacer cosas que para mí no era posibles. Vivía en un mundo que no me representaba y cuando ese mundo no cuenta tu historia te preguntas quién eres”, señala, a la vez que critica la visión de “Europa-Occidente como centro de todo”: El poder va con el dinero y si tienes ese recurso ya tienes la fuerza para propagar tu discurso”.
Oro negro es un viaje hacia dentro, hacia el centro del cuerpo de Lima, que se revela como una amalgama de procedencias, linajes y registros genéticos diversos. La coreógrafa ya se había acercado a la cuestión de la identidad en trabajos anteriores, como Cuerpo-Trapo Las cosas en la distancia (a través del cuerpo y la memoria); Aquí, siempre (con la edad y el paso del tiempo); y Las cosas se mueven pero no dicen nada. Con Oro negro, Poliana Lima vuelve sobre una de las grandes preguntas que la ha acompañado siempre: “Ahora la formulo desde un lugar intelectual, pero es una pregunta tan visceral, tan física, y la sensación de vacío me ha acompañado tanto siempre, que en cada pieza que he hecho he intentado dar forma a algo, tenía que hacer cada pieza para seguir sosteniendo esta pregunta y entender cada vez un poco más. Con todas mis obras he ido inventándome un contorno, un relato, una ficción que pudiera sostenerme en el proceso de emigración aquí en España, en el proceso de ser mujer fuera de mi país”.
Cuestionarse es atraversarse, y así es como en un proceso de investigación en Viena, en 2019, Poliana llegó a la palabra “petróleo”, en una especie de mapa conceptual que contenía palabras como el verbo “escarbar” y el sustantivo “recurso”. “En el petróleo confluían no solo esa idea de ir al centro, de perforarse, sino también la idea de combustible, de recurso, de algo escondido y de la violencia que se ejerce contra la tierra para extraerlo, una enorme energía para extraer otra fuente de energía. Además, está la propia materialidad del petróleo, una sustancia negra, viscosa, entre líquida y sólida, o ni una cosa ni la otra. Y encima, esta negritud inmediatamente lleva a Poliana a su familia, a sus ancestros, porque uno de sus dos abuelos era negro. Todo eso ha estado oculto en su familia, no se ha verbalizado, no se le ha puesto nombre, nunca se dijo ‘el abuelo negro’”, presenta el festival.
“Para mí Oro negro ha sido como encontrar un tesoro oculto y poder llevar a mi cuerpo toda esta diversidad, haciendo del cuerpo un punto de cruce de múltiples linajes, interferencias, porque toda esa diversidad está en mí, a veces se expresa con armonía, a veces con tensión”, explica la creadora.
El petróleo que ha encontrado en esta búsqueda Poliana Lima la transforma igual que transformó el petróleo al mundo. La extracción de su linaje negro le invita a plantear la pieza como un solo a dos cuerpos, como un camino de transformación del uno al otro, del presente al pasado para entender el futuro. En definitiva, un cuerpo son muchos cuerpos y ese tejido se expresa en una danza donde hay cualidades que aparecen y desaparecen, que entran y salen, convergiendo en una diversidad interior de texturas de movimiento, de energías plurales.
  • Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: 22 y 23 de noviembre. Cuánto: entradas agotadas.