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Ernesto Caballero y la dictadura del director

Se presenta en el Teatro Español con “Esta noche improvisamos la comedia” para enfrentarse a su doble faceta de director y versionador y hablar de los límites entre verdad y mentira en mitad de la era de la posverdad
Jose Alberto Puertas

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El teatro como juego. Esa es la idea, la regla básica, que Ernesto Caballero ha estado inculcando a sus actores durante los ensayos de Esta noche improvisamos la comedia: «Hemos jugado a tope», «sin juego no hay teatro»..., repiten Ana Ruiz y Felipe Ansola, dos de las «patas» de un reparto que se completa con Jorge Basanta, Natalia Hernández, Joaquín Notario, Paco Ochoa y Ainhoa Santamaría. La misión de los siete será la de poner en entredicho todo lo que hagan sobre las tablas. Hacer dudar al espectador de qué estaba escrito de antemano y qué forma parte del más absoluto directo. «Es una dinámica divertida que consiste en no saber si lo que está pasando es de verdad o no», apunta Ruiz. «Ellos van a representar un cuento con sus nombres y, luego –añade Caballero–, están los personajes, que son rigurosamente de esa época, de la Sicilia de los años veinte. Pero la obra es, ante todo, un encendido homenaje y reivindicación del hecho teatral: esos trampantojos que refutan cualquier definición estable e inmutable de la realidad. El teatro es movimiento, imprevisibilidad, procesos provisionales, pero la obra artística siempre tiene algo de foto fija; una infructuosa pretensión de fijar, de aprehender y sublimar la vida. En dicha contradicción se desenvuelve esta farsa cuyo procedimiento se remonta a las Comedias de Improviso de la antigua Comedia del Arte».
La trama arranca poniendo los ojos en Hinkfuss, un excéntrico director de teatro (Notario) que se ha propuesto renovar la escena obligando a los actores a improvisar frente al público un cuento de Pirandello en el que la ópera tiene mucho que decir (Addio Leonora será su título, como el aria de Verdi). Quiere dotar de vida a la obra artística, darle fluir y terminar con la rigidez. El director y versionador del montaje que llega mañana al Teatro Español lo define como «una fábula, un cuento de celos, un pequeño sainete que se desborda»; y Notario habla de su personaje como «un señor que intenta comunicarse sin llegar a comunicar nada». De hecho, continúa, «el efecto que produce es la desorientación entre sus actores».
Hinkfuss reivindica un tipo de teatro sin límites que no tiene cabida en un elenco mucho más conservador que él. Y todo ello solo es el principio para que Luigi Pirandello, «don Luigi» para Caballero, plantee sus obsesiones sobre la dicotomía entre verdad y mentira y sobre la identidad personal «a partir de la sucesión de máscaras con las que nos vestimos cada día», cuenta el director. «Se muestra que todos somos distintos según el contexto en el que nos movamos –explica Basanta–. Yo no soy el mismo cuando estoy con mi madre o con el médico».
Esta versión «se entrega entusiasta a la ceremonia de la confusión de planos que plantea la comedia, al tiempo que resalta el hecho de que vivimos una “realidad” que ya ha dejado de sorprenderse por las paradojas filosóficas del autor italiano –en palabras de Caballero–; una sociedad que ha asumido el experimento del doctor Hinkfuss hasta el punto de percibir como algo natural el permanente carrusel de personajes que proyectamos tanto en la esfera pública como en la privada».
Si Buero Vallejo utilizó la ceguera como metáfora de lo que no quería ver en la sociedad, Pirandello toma el teatro del mismo modo para tocar esos límites entre realidad y ficción, «sinuosos hoy en estos tiempos de posverdad y medias verdades», confiesa Caballero. Pero el dramaturgo italiano también aprovecha Esta noche improvisamos la comedia para mostrar su asombro por una figura que entonces, en 1929 (cuando escribió el texto), no era tan habitual, la del director creador: «Hoy ya la tenemos incorporada, pero, para Pirandello, era una creación paralela al texto. Y, como buen hombre de teatro, no siempre la rechazó, se sentía fascinado de lo que podía aportar esa nueva sintaxis no textual. Aunque también veía los peligros de lo que se llamó la dictadura del director, donde su hegemonía se ponía por encima de la interpretación, los actores y el texto», subraya.
El propio Caballero se ha enfrentado a ese juego entre director y autor que propone la pieza y, reconoce, «he sufrido una especie de esquizofrenia. Como director, yo me olvido del dramaturgo aunque llame a la puerta». Las puertas abiertas que Pirandello dejó a la improvisación las aprovecha esta función para liberarse de ataduras: «Lo concibe de una manera muy deliberada para que Hinkfuss haga despliegues escénicos, a veces disparatados, que no están supeditados al relato. Y, como versionador, sí he tenido en cuenta ese relato con la actualización de algunos elementos, reducción de personajes... Pero, a su vez, aparecían planteamientos y, como director, decía, “va a estar de acuerdo el versionador” porque se encuentra en el propio Pirandello. La obra juega con esa confrontación entre lo escénico y lo literario».
Esta noche se improvisa la comedia (el cierre de una trilogía que se completa con Seis personajes en busca de autor y Cada cual a su manera) es, «por encima de todo», «un exultante homenaje a ese juego de espejos enfrentados al infinito que llamamos teatro». Una reivindicación del propio «humorismo» pirandelliano y de que el Quijote, pese a ser un excéntrico, formaba parte de nuestra esencia.
  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 17 de julio. Cuánto: de 6 a 22 euros.