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Sacrificios, guerrillas y el lago de lava más grande del mundo: este es el volcán Nyiragongo

El Nyiragongo es responsable, junto con el monte Nyamuragira, del 40% de las erupciones en África
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Su nombre es Nyiragongo. Es inmortal. Su figura se eleva sobre los hombres como un gigante de las historias antiguas, como un cíclope que no pestañea. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que era adorado como un dios, como un padre, pero las historias de los gigantes siempre acaban con ellos desterrados, ocultos bajo una superficie de piedras, odiados por los hombres que recelan de su poder incontrolable. Los hombres temen y desconfían de Nyiragongo. Su piel es de piedra, su sangre es fuego líquido. Su sombra domina la ciudad congoleña de Goma desde el extremo sur de las Montañas Virunga y los hombres vienen y van, envejecen bajo su influencia, mueren, nacen hombres nuevos, pero no existe maquinaria ni avance tecnológico que pueda acabar con él.
Ahora lo llaman volcán. Simplifican su esencia. Y dicen que es el volcán más activo de África, responsable del 40% de las erupciones registradas en el continente junto con el monte Nyamuragira, que se encuentra ubicado a escasos kilómetros. Su lago de lava es el más grande del mundo, llega a los 1.200 metros de diámetro cuando se excita. Nyiragongo es furia y azufre, pero también refleja los colores verdes que se enroscan a su ladera mientras sueña. Su silueta se define mejor en los días soleados y puede apreciarse desde las calles de Goma, ligeramente amenazadora y coloreada de azul, como un recordatorio constante de que los hombres vienen del polvo y al polvo volverán, que Nyiragongo se encargará de que así sea.
Algo extraño mana de este volcán. Una fuerza con un sabor primigenio, anterior a nuestra época. A su alrededor florecen las minas de oro y de cobre, guerrillas imbuidas por la superstición, brujos, atracadores, mercenarios, reinos antiguos que sobreviven pese a la expansión del Estado moderno, aldeas de pigmeos ocultas en la foresta, lagos como pequeños mares, gorilas de montaña que se esfuman entre la niebla. El europeo sale su ciudad gris y metálica y mira esta (más)cara de África con un solo ojo y se queda perplejo. Y viendo esta máscara bruta y letal que forma el paisaje dominado por Nyiragongo, siendo el continente de donde dicen que procede la humanidad y considerando a los gorilas como un proyecto divino interrumpido, parecería que estas tierras representan el jardín del Edén después de que fuera arrasado por la ambición de Satanás, que hemos llegado tarde y que el volcán es efectivamente la puerta por la cual se introdujo la indeseable serpiente.
“El volcán es el mismo, son los hombres quienes cambian”. Así lo expresa en un primer momento el mbuani (rey) cuyos territorios incluyen el Nyiragongo. Cuando el volcán despierta y escupe su fuego, lo escupe sobre la tierra de sus antepasados; cuando duerme, son los súbditos del mbuani quienes respiran aliviados. Cuenta que antes, en un momento indeterminado previo a la independencia de República Democrática del Congo, los habitantes de la zona sacrificaban animales al volcán de forma habitual, ya fuera arrojándolos a la lava o degollándolos en la base de la montaña. Ríos de sangre de cabras, gallinas y vacas buscaban aplacar el apetito del gigante, pero el gigante es insaciable: ninguno de los sacrificios que le fueron ofrecidos durante siglos fueron suficientes para calmarlo. En cuanto la religión cristiana apareció de la mano del colonialismo belga, los padres blancos tacharon estos sacrificios de salvajes, incivilizados, blasfemos, porque el volcán es una blasfemia gigantesca cuya divinidad debía ser repudiada por quienes venían a adorarlo.
Así fue como Nyiragongo dejó de ser un dios o un gigante para convertirse en un volcán, y el mbuani se lamenta: “El Nyiragongo era nuestro amigo. Pero se ha vuelto contra nosotros desde que dejamos de ofrecerle sacrificios. Ahora, cada veinte o veinticinco años erupciona de nuevo, como un reloj y sin dejarnos tiempo para descansar de lo que trae”.
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Según los registros, el volcán ha entrado en erupción 34 veces desde 1882. La última erupción tuvo lugar en 2021; la anterior, en 2002; y la anterior, en 1977. Al menos 327 personas habrían muerto a lo largo de estas tres últimas erupciones. Los números que utiliza el mbuani no mienten.
Explica a continuación cómo las diferentes erupciones fueron gestionadas de manera diferente por las autoridades, demostrando que el ritmo del Nyiragongo sirve como patrón para analizar el derrumbe de República Democrática del Congo como nación. En la erupción de 1977, escasos años después de la independencia del país, la dictadura de Mobutu organizó un programa de reasentamiento de las comunidades afectadas, programa que fue complementado por una iniciativa de solidaridad popular que permitió a los damnificados reponerse de lo ocurrido en un tiempo relativamente corto. Tras la erupción de 2002, en plena guerra civil congoleña, la presencia de un elevado número de organizaciones no gubernamentales se sumó a que el foco internacional se mantenía aún en el Congo. Esto permitió la construcción en tiempo récord de nuevos hogares donde reasentar a las familias afectadas. El mbuani dice que “dividieron la tierra en sectores y en cada sector construyeron 100 viviendas”, luego destaca la actividad de organizaciones suizas. Fue la mejor respuesta dada a una catástrofe provocada por el volcán desde la colonización belga.
Pero la erupción de 2021 no fue como las anteriores. El mundo entonces ya no se interesaba por el Congo. Las organizaciones gubernamentales habían trasladado sus intereses a Oriente Medio, otros países de África. El Gobierno congoleño, superado por los conflictos y la falta de recursos e infraestructura, se encontró incapaz de actuar. Y el mbuani explica que los afectados tuvieron que esperar a que la lava se enfriara para volver a delimitar sus tierras (en la medida de lo posible) y reconstruir sus hogares valiéndose de sus propios medios, sin apenas ayuda del Estado, de las oenegés o de la ONU. La tragedia de República Democrática del Congo se divide en tres actos hasta la fecha y cada acto termina y empieza con un grito del Nyiragongo.
En tiempos de paz, uno puede subir a la cima del volcán, pasar la noche en las casitas adaptadas junto al cráter y aspirar su aroma a ira. Hoy es imposible. La guerrilla conocida como M23, un grupo armado financiado por Ruanda que busca desestabilizar el este del Congo, hace semanas que hostiga las posiciones del ejército congoleño y de las milicias populares en la falda norte del Nyiragongo. La piel del gigante sirve hoy como campo de batalla para las ansias de los hombres, aumentando así la sensación distópica que despierta su exuberante vegetación al mezclarse con el fuego y la violencia. Y el miedo de los inocentes, dice el mbuani, crece: “el volcán les da más miedo que nunca, porque ahora no sólo puede entrar en erupción, sino que cualquier día podemos ver bajar por su ladera al M23. Si no es la lava quien venga a por nosotros, será el M23”. Aunque tanto él como los guardias del parque confirmaron que los rebeldes no están cazando gorilas y que los famosos animales se encuentran a salvo, por el momento.
Existe un pacto en este sentido entre el M23 y la naturaleza: queman arbustos, talan árboles, bajan por las noches las laderas de los montes de Kivu Norte y violan a mujeres jóvenes… pero no dañan a los gorilas. Saben que eso el mundo no se lo permitiría. Nyiragongo ve los rifirrafes de los hombres y suspira.