"Los reyes del mundo": la belleza de la desobediencia según Laura Mora
La cineasta se sirve de unos códigos poéticos y notablemente naturalistas para analizar la violenta realidad de Colombia en esta prodigiosa película, Concha de Oro del pasado Festival de San Sebastián
En los pulmones selváticos y esparcidos del Bajo Cauca antioqueño hay caballos blancos que se aparecen, sueños caudalosos que se desbordan e irrumpen en mitad del silencio, rabias oxidadas, tierras que flotan y chicos reclamando dignidades heredadas. En la belleza salvaje que atraviesa las cordilleras colombianas hay hombres que se quedaron dormidos mientras los cercos de la Tierra ardían y hay una mirada autoral inundándolo todo con un naturalismo descarnadamente social, moviéndose nerviosa como una bruma ligera, que pertenece a Laura Mora, la última ganadora de la Concha de Oro en la pasada edición del Festival de San Sebastián gracias a ese homenaje a los márgenes por los que caminan los olvidados que constituye “Los reyes del mundo”.
En un contexto post acuerdos de paz, después de recibir una carta de la oficina de restitución de tierras del gobierno notificando la devolución de la tierra que fue arrebatada a su abuela por grupos paramilitares, Rá y sus serpenteantes ojos verdes llenos de vida y de fuego emprenden un viaje acompañado de cuatro amigos que son pura víscera pero también familia y calor, de cuatro reyes sin reino a la deriva, con la promesa de, por fin, cumplir un sueño: tener un lugar en el mundo para ellos donde ser libres, donde estar a salvo, donde construir su propia fortaleza. Salen de Medellín, cruzan la cordillera hacia el Bajo Cauca en busca de la tierra prometida y transitan por escenarios propios del realismo mágico latinoamericano mientras caminan y se descubren ante el delirio, la energía y la juventud que les inunda.
Los orígenes de esta directora resuenan en una forma particular de contar la violencia que solo puede entenderse a través de lo experimentado por alguien que ha convivido con ella y que perdió a un padre por su culpa, tal y como rescató en términos audiovisuales su anterior y primer largo, “Matar a Jesús”, también presentado en San Sebastián. “A mi papá, que hace veinte años la violencia me lo quitó y hoy ya llevo la mitad de la vida viviendo sin él y reflexionando acerca de lo aporreados que hemos estado como nación. Espero que esta película sirva para entablar un diálogo”, subrayó emocionada durante su agradecimiento.
Los cinco chicos que la acompañaron exultantes, incrédulos, desbocados al escenario donostiarra a recoger el galardón, son los mismos cinco chicos que si bien no interpretan un papel confeccionado a la medida exacta de sus vidas, es importante considerar que conocen bien las costuras utilizadas para ello. Andrés Castañeda, Cristian Camilo Mora, Davison Flores, Brahian Steven Acevedo y Cristian Campaña podrían haber sido Rá, Culebro, Sere, Winny y Nan: chicos con dominio de los códigos de la calle gobernados por el instinto de supervivencia que se hermanaron con furia y se enrolaron en un viaje con la esperanza de convertir su desobediencia en un pasaporte a la felicidad. El pasaporte real en este caso ha sido “Los reyes del mundo” y desde LA RAZÓN nos sentamos a charlar con su creadora de cosas como la importancia de seguir encontrando belleza en los márgenes.
¿Hasta qué punto ha alterado tu visión del mundo el hecho de haber nacido en un lugar como Colombia?
Nacer en un país como Colombia me ha atravesado en todo. Mi visión del mundo está profundamente alterada, afectada, tiene particularidades, por haber crecido en un lugar como Colombia, en particular en una ciudad como Medellín en los años en los que me ha tocado crecer: porque fui una niña en los ochenta, una adolescente en los noventa, cuando era la ciudad más peligrosa del mundo. También crecí en una familia muy particular para un contexto hiper católico y conservador como es el de Medellín y creo que eso también ha sido tremendamente influyente en cómo me enfrento al mundo que me tocó. Todo esto además está relacionado con mis obsesiones. Mi obsesión por indagar sobre la justicia, sobre la violencia, sobre un mundo que me duele muchísimo. Creo que tengo una sensibilidad muy grande por los otros porque también he asistido al dolor, lo he tenido cerca y lo que me ha salvado de ese dolor ha sido poder conocer la belleza, algo que creo que es muy evidente en esta película.
¿Has llegado a cansarte como cineasta de que la construcción cinematográfica de Colombia termine casi siempre sustentándose en la violencia o que ésta pueda llegar a utilizarse de forma estigmatizante?
Realmente siento que para los más de 60, 70 años que ha durado el conflicto colombiano no se ha hecho suficiente cine. Llevo toda la vida a favor de ese relato que han intentado poner sobre la mesa también ciertos sectores de la sociedad que se han sentido muy cuestionados con el cine y con el arte que se ha hecho. Un relato que se ha atrevido a lanzar preguntas y a generar imágenes muy profundas y muy dolorosas. Pedirle que no hable de violencia a un cineasta colombiano sería muy fuerte. Tengo 42 años y durante todo este tiempo puedo decir a mí no me ha tocado un país en paz, me han tocado bajezas absurdas en el conflicto y algunas situaciones de esperanza. Pero en general lo que he vivido es un país bellísimo, convulso y también muy violento. Si no es el arte por donde se sublima eso, ya me dirás… El cine y el arte en general que sale ahora mismo de Colombia es tan complejo que provoca que me encanta. Consigue activarnos como espectadores, nos pone a pensar, toma unos riesgos narrativos y estéticos que te remueven como ser humano y eso me parece muy interesante.
¿Cómo gestionaste el vínculo establecido con estos chicos desde tu posición de directora sabiendo que venían de realidades complejas y de situaciones fracturadas? ¿En qué lugar te colocaste?
Digamos que yo tengo como una tradición de trabajar con actores naturales desde muy joven, también heredada de esa tradición del realismo social latinoamericano, del neorrealismo italiano y de ciertos directores que me han influenciado mucho. Creo que elegir un actor no profesional también es una cuestión profundamente estética en el sentido de que uno está construyendo una verdad inherente a la película o a la obra y muchas veces esas verdades existen más allá de que se construyan y eso es muy bello en los gestos, en el lenguaje, en la manera de moverse que uno encuentra en estos perfiles. Tengo relaciones muy estrechas con toda la gente con la que he colaborado a lo largo de mis películas, incluso cuando vivía en Australia también trabajaba con actores naturales. No tengo una tendencia de acercarme a este tipo de chicos de una manera antropológica o investigativa, no es así como hago mis procesos, sino que simplemente mis historias nacen de ahí.
"Realmente siento que para los más de 70 años que ha durado el conflicto colombiano no se ha hecho suficiente cine"Laura Mora
De lo que conoces.
Exacto. Toda mi vida he atravesado Medellín, las calles, los conciertos de punk, los ambientes de los chicos que hacen gravity, las cosas que me han gustado, los lugares que he frecuentado han sido espacios de un espíritu callejero, diverso, muy del borde, que a mí me han fascinado y me han encantado y que me han hecho sentirme mucho más en familia que otros lugares a los que quizás naturalmente podría pertenecer. Entonces a muchos de estos chicos ya los conocía por el tema del gravity, que es este deporte que se hace con las bicicletas, y tengo amigos que se dedican a grabarlos. Sabía que el espíritu de “Los reyes del mundo” tenía que ver mucho con el espíritu de estos chicos: desobediente, alegre, vivo.
Sin embargo y pese a los paralelismos que pueden establecerse con algunas circunstancias concretas, estas no son las vidas reales de estos chicos.
No, ninguno de estos chicos habita en la calle, ninguno de estos chicos está en un proceso de reclamación de tierras. Lo que estábamos buscando unas personalidades y unos espíritus que coincidieran con lo que se había escrito y que enaltecieran eso. La relación en particular con estos chicos ha sido increíblemente cercana. También porque dadas las edades de los chicos, nosotros, tanto Mirlanda Torres (la productora) como yo decidimos que teníamos que ser muy responsables en este acompañamiento por lo que inevitablemente significa la aventura de hacer cine y porque también si a la película al final le iba bien, teníamos que cuidar a ver qué pasaba con ellos tan jóvenes. En ese sentido hemos tenido un acompañamiento psicosocial desde la preproducción, hemos acompañado un poco sus sueños en el sentido de que cuando acabó la película les dijimos “chicos ustedes ya se dieron cuenta que son buenísimos haciendo lo que se propongan, ya no solo actuando. ¿Qué quieren hacer?”. Entonces hay un chico que en este momento está trabajando con equipos de luces en otra película porque le fascinó ese mundo, los dos chicos que estaban desescolarizados volvieron al colegio. Hemos estado muy cerca de sus procesos, somos muy amigas de ellos y ellos de nosotros. Y esa horizontalidad y ese amor y ese asumir de forma responsable que no podemos hacernos cargo de sus vidas y que la película no les va a cambiar sus realidades, pero sí les va a traer otras experiencias y otras formas de relacionarse que van a ser vitales en la manera en la que construyan su futuro. Eso está pasando con varios de ellos y es, como te digo, algo muy bello.
Concedes mucha importancia en este segundo largometraje al elemento onírico, a los símbolos de lo fantasmagórico, a la ensoñación delirante. ¿Qué forma tienen ahora tus sueños? ¿Cambiaron mucho?
Ay tremenda pregunta. Esta película ha sido un proceso muy particular porque tengo un amor tan grande por ella y pone en evidencia tantísimas cosas de mi relación con el mundo. Me siento tremendamente orgullosa de haberla hecho y de haber trabajado con mis colaboradores, con gente tan fantástica y buena, con los chicos, en el paisaje en el que lo hicimos y demás. Pero también puedo decirte que esta ha sido una película que me ha enfrentado a unos dolores increíbles, de forma paralela al rodaje he tenido que atravesar experiencias personales muy dolorosas y eso es algo que me ha puesto muy al límite, me ha hecho cuestionarme mucho. Digamos que la exposición que inevitablemente da el reconocimiento me ha costado entenderla. Si bien yo soy super tranquila y me encanta conversar con la gente, no estaba acostumbrada a esta cosa como de figura pública y eso me ha parecido muy miedoso (confiesa entre risas). Si me preguntas por lo que sueño te diré que con poder seguir haciendo cine, con que el cine que haga cada vez sea más complejo y más interesante y que me rete. Pero también sueño con unos meses de tranquilidad, de estar con menos angustias y de poder estar con la gente que quiero y rodeada un rato de la sencillez de mi vida, que es algo que defiendo de manera muy vehemente.
¿Por qué te sigue resultando más fácil encontrar belleza en los márgenes y no en los centros?
Creo que ahí es donde aparece lo que he denominado como la ética de los afectos. Que es una ética que está por fuera de las demás y que tiene que ver con unos brotes de solidaridad, de espontaneidad y de belleza que creo que es lo que hay que defender. Sobre todo, en esta contradicción en la que yo digo mucho que me paro y es que: el mundo me parece muy difícil y la vida me parece hermosa. Y ahora mismo el mundo cada vez me parece más cruel, más fuerte y siento que es desde ahí desde donde hay que agarrarse: de las pequeñas conversaciones, de los gestos auténticos. Y generalmente eso lo encuentro en la disidencia, en el borde, en todo lo que el centro se niega a recoger.
"El mundo cada vez me parece más cruel y por eso hay que agarrarse a las pequeñas conversaciones, a los gestos auténticos y eso lo encuentro en la disidencia"Laura Mora
¿A qué dificultades logísticas os enfrentasteis durante el rodaje en un entorno tan explícitamente salvaje? Porque rodar en una zona como el Bajo Cauca no ha tenido que ser sencillo.
Mira yo digo que la belleza de esta película es que cada día era un milagro. Pero fíjate, casualmente a lo que menos nos enfrentamos fue a lo que todo el mundo nos advirtió: todos nos decían que por las cuestiones de orden público, historia del conflicto etc, era imposible rodar allí. Y para mí no había opción de rodar en otro lado porque es un territorio que me ha inquietado y me ha fascinado toda mi vida. Por suerte conté con la complicidad de Mirlanda que era como “vamos, no importa, podemos con esto”, todo el rato. Este viaje ya con la película en la cabeza lo empezamos a hacer en 2017 y construimos unas relaciones muy fuertes, muy horizontales, con líderes culturales, con líderes sociales, ambientales, aprendimos mucho del territorio, incorporamos mucho a la gente en la película: desde extras, figurantes, asistentes de producción, alimentación. Eso hizo como que el territorio nos abriera las puertas de manera muy hermosa y en términos de seguridad nunca tuvimos ningún problema. Las dificultades tenían que ver más con el clima, la naturaleza encendida, los derrumbes, el trópico siendo el trópico.
¿Quién piensa hoy en los desheredados, en los desprotegidos, en los olvidados?
Quiero pensar que al final todos tenemos un poquito de eso, todos en algún momento hemos sentido lo que es estar un poco a la deriva. Cuando esa sensación ocupa toda tu existencia ya hay una dificultad implícita. Pero yo creo que el arte, la poesía, sobre todo esta última, se ocupa de ese dolor y de esa belleza que existe ahí. Todos en algún momento, por lo menos en países como del que vengo yo, a pesar de los privilegios, todos hemos tenido unos dolores muy profundos que nos han acercado a esa sensación de estar a la deriva que digo y ahí es donde uno se agarra a una isla que lo pueda mantener a salvo aunque sea un ratico.