Vistoso, variado y sugerente panorama
El pasado viernes disfrutamos de 'Iván el Terrible' de Prokofiev, bajo la batuta de Pablo González, en el Auditorio Nacional:
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Ameno, variado y sustancioso concierto que ha discurrido a las órdenes de la también animada batuta de Pablo González; muy bien analizado y explicado en sus rigurosas y bien escritas notas al programa por Eva Sandoval, que destaca muy acertadamente la influencia de Debussy y Messiaen en la bien confeccionada obra de Toru Takemitsu, Heart he Water Dreaming, una suerte de atmosférico soliloquio en torno a un sinuoso tema enunciado por la flauta solista (recuerdo del Preludio a la siesta de un fauno de Debussy). La voz protagonista de Pahud se dejó mecer por la bien ordenada y matizada orquesta.
Que también lo arropó en el melódico y no especialmente trascendente pero de muy bellas volutas de corte tan pastoril del Concertino para flauta en Re mayor de Cécile Chaminade (1902), cuajado de escalas y arpegios. Pahud no tuvo problemas y se lució especialmente en el Più animato y en la virtuosa coda. La Nacional se acopló con refinamiento a la solvente escritura, bien ahormada por la siempre elástica, volandera y airosa batuta de González, a quien encontramos en muy buena forma.
Sabe hacerse entender por los músicos, lo que facilitó la ejecución de los cambiantes y accidentados pasajes de Iván el Terrible de Prokofiev, que la escribió en íntima colaboración con el cineasta Sergei Eisenstein, el conocido creador de El Acorazado Potemkin. La obra nació en una época en la que el músico había comenzado a abjurar de sus rompedores credos iniciales y en la que, incluso, llegó a ponerse descaradamente al servicio del poder estalinista. La partitura sinfónico-coral que hoy se escucha no fue rematada por el compositor, quien sí había preparado para la sala de conciertos su Alexander Nevsky, sino por Abram Stasevich, que fue quien dirigió la grabación de la partitura cinematográfica y quien en 1961 tuvo la idea de convertirla en un oratorio para narrador, mezzosoprano, barítono, coro y orquesta.
Disfrutamos de una ejecución de limpios perfiles, bien contrastada y dramáticamente válida que no desconoció la llamada de lo folklórico. La firmeza de la batuta pudo comprobarse en la Marcha del joven Iván. El episodio Larga vida al zar se pudo escuchar bien delineado en su versión con orquesta y en su exposición a cappella. Después de la Nana, escuchamos el imponente fragmento que celebra el triunfo sobre los huesos del enemigo. Los momentos de crispación, las llamadas a lo bélico se alternaron con ajustada gradación. Y el Coro siempre atento para aquilatar las demandas de regulación y contrastes dinámicos. Los fortísimos de tantos pasajes sonaron siempre acoplados y equilibrados.
Intensidad bien estudiada en el pautado monólogo de Iván y coro a cappella de raro refinamiento sin texto. De nuevo escuchamos las voces bien tratadas en el pasaje lamentoso ¡Ay de nosotros! Llegamos a la plegaria Salva a tu pueblo, Señor, de perfecto silabeo, y a la entonación del famoso tema popular que aparecía ya en la Obertura Solemne de Chaikovski. ¡Vuelve, Padre querido!, clama el pueblo. Momentos entre otros, como los de la aparición de los Oprichniki, de una buena interpretación, con todo en su sitio, sorprendentemente idiomática. Narración bien hilada y coloreada, que supo alternar los mil y un acentos de la copiosa epopeya que finalmente clama por la unión y pervivencia de la nación “sobre las cenizas y los fuegos”.
Aplausos para los dos conjuntos, entonados y empastados. El Coro en particular tuvo uno de sus mejores días, revelador del buen trabajo de su titular, Miguel Ángel García Cañamero, saltando de la frase musitada o a bocca chiusa a la exclamación más exultante. Estupendos los metales y los varios percusionistas, atentos todos ellos al mando del director. Como José Coronado, que luchó con la permanente mala amplificación del Auditorio y que fue a más a medida que la sesión avanzaba. Buena dicción, acentos cuidados, timbre sugerente. Faltó quizá una mayor variedad de colores, de matices. Voz oscura, ideal, la de la mezzo Olesya Petrova (en su evocación de la tierra natal). Expresivo en su breve aparición con los Oprichniki, Alexander Vinogradov. El triunfo fue grande para todos.