Anda ahora Albert Pla (Sabadell, Barcelona, 1966) más centrado en el cine y en la televisión que en la música: acaba de simultanear el rodaje de dos películas («El hoyo 2» y la última de Rodrigo Cortés, «Escape») con dos series («Vintage» y «La Mesías», lo nuevo de los Javis). Llegó a declarar que si le iba muy bien en el cine dejaría la música, y lo cierto es que desde su último disco, «Miedo», ya han pasado cinco años. Le pregunto si es eso lo que está ocurriendo o va a ocurrir: «No, no, jaja, lo voy combinando. Una cosa no quita la otra. He estado con “La Mesías”, de los Javis, que me dieron un papel bastante chulo. Y también con la nueva película de Rodrigo Cortés. No lo conocía y es un tío muy preciso, tiene muy claro lo que quiere. En cuanto a la música, hicimos lo de “Miedo” y el espectáculo duró tres años. Nos lo cortó la pandemia. Y después he ido haciendo conciertos. Ahora estoy montado un espectáculo que arrancará en noviembre. Es el “Veintegenarios [en Alburquerque]” y otras canciones. Una gira con la gente de pie, más rumbera, porque ya tenía ganas de algo más festivo». Pero, ¿qué hay de las canciones nuevas, para cuándo? «Ya las tengo», revela. «Grabadas y todo. Pero tampoco sé muy bien cómo ir enseñándolas porque ahora se hace canción por canción... Creo que a finales de este año empezaremos a ensayarlas».
El territorio natural de Pla, su lenguaje, ha sido siempre la transgresión. ¿A sus casi 60 años esa visceralidad se mantiene intacta o los años han atemperado algo a la bestia? «Es que yo no lo distingo. A ver. Si me dices que lo que hago no son canciones de amor al uso, pues sí, es verdad. Pero no es que sea transgresor, no. Hablo de cosas, me invento historias, pero no es transgresión. Para mí, una película de un asesino en serie no es transgresión, ni una novela negra. Pero parece que si lo haces en una canción queda más raro. Como uno no está acostumbrado a escuchar esas cosas en música, dice “joé, qué tío”». ¿Y quién le parece entonces transgresor? «Nadie», responde rotundo. «Transgresor de qué. En una canción pones “te odio” o “te quiero matar” y ya está. Como lo podrías decir en una película o en una novela o una pintura. Parece que en la canción se te identifica enseguida con esa primera persona. Las canciones pueden hablar de violencia, amor, tristeza, de mil personajes, gatos raros, ratas, barrancos y de tener ganas de tirar a alguien por un barranco, jaja. No porque sea una canción vas a dejar de decirlo. Mientras le pongas una buena música, un poco pegadiza, y la gente entienda y vaya siguiendo el hilo de la historia…». En varias ocasiones ha declarado que no le importa en absoluto si sus discos se venden, pero a todo artista le gustaría llegar al mayor número de gente. A mayores ventas, mayor libertad artística. Pero Pla lo tiene clarísimo: «Es que yo no quiero llegar a más público. Al contrario. A veces, mis canciones o mis comentarios los escucha gente que yo no quiero que los escuche. La canción “Un político muerto, un político menos” [«La dejo o no la dejo»] no la he hecho para que la escuchen los políticos».
En estos tiempos de corrección política, ¿siente Albert Pla que hay un retroceso en las libertades? «No sé. Yo siempre he hecho lo que me da la gana. Sí que a veces ves que hay una respuesta muy agresiva a tus canciones o comentarios, pero yo voy a la mía. No voy a tener más éxito ni menos». Le señalo que voy más allá de él y de su obra, y que si no tiene la impresión de que ahora se da un neopuritanismo. Le pongo como ejemplo los ochenta, donde casi importaba más escandalizar que hacer una buena canción, y le hablo de la ferocidad de las letras de Siniestro Total y Almodóvar & McNamara, que hoy serían impublicables. «Pues no sé lo que pasaba en los ochenta. No sé si eso que dices es cierto», responde. «Igual no lo hacían para escandalizar, sino porque no lo había hecho nadie antes. No creo que la motivación de Siniestro Total fuera escandalizar a ninguna abuela». Y tras meditarlo, añade: «Pero hay gente que realmente lo pasa mal, sí. Mira Valtònyc o Pablo Hasél. Mira Morad. Hay un cantante exiliado, un cantante encarcelado y un cantante desterrado: Morad no puede volver a su barrio». (En el caso de Valtònyc, huyó de España en junio de 2018 tras ser condenado por la Audiencia Nacional a dos años de cárcel por delitos de enaltecimiento del terrorismo y a un año y medio por injurias a la Corona. El próximo noviembre será juzgado en Sevilla por animar a su público a matar a un guardia civil. Se encuentra en Bélgica, que se negó a extraditarlo a España, por lo que si declara lo hará por videoconferencia. Hasél fue encarcelado por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la monarquía. Y Morad está pendiente de juicio por amenazar a dos agentes de los Mossos d’Esquadra con una porra eléctrica. Una jueza de L’Hospitalet acordó una orden de alejamiento que le impide pisar su barrio). «Es muy esperpéntico que se dé esta situación tan rara», añade. «Pero no sé. Yo no me considero un cantante militante de ningún partido ni ideología. No quiero convencer a nadie de nada socialmente. Simplemente, canto canciones. ¿Si me considero ácrata? No. Me considero antisistema. Anti-este sistema». Le pregunto entonces cuánto hay de español en él, «pues todo lo que pone en mi carné de identidad», responde, y le recuerdo que alguna vez ha dicho que España es un país de mierda. «Claro», afirma, «es que lo es. En muchos aspectos. Creo que ya se sabe a quién me refiero. No me refiero a la geografía ni a las montañas. Tampoco es un país muy original en eso. He ido a otros países que tampoco es que estén en la gloria. Vete a Argentina: todos los argentinos se cagan en la puta madre del Gobierno. Vete a Francia y lo mismo»
Desde su debut, en el año 1989, con el disco «Ho sento molt», grabado íntegramente en catalán, Pla ha publicado otros diez discos de estudio que han dejado canciones como «Joaquín el necio», «El bar de la esquina», «El lado más bestia de la vida» (versión personalísima del clásico de Lou Reed «Walk on the wildside»), «Sufre como yo» (que formó parte de la banda sonora de la película «Carne trémula», de Pedro Almodóvar), «Veintegenarios» y «Lola la loca». En paralelo, ha trabajado como actor en teatro, televisión y cine. Sus películas más reseñables son «Airbag», de Juanma Bajo Ulloa; «A los que aman», de Isabel Coixet; «Murieron por encima de sus posibilidades», de Iñaki Lacuesta, y «Rey gitano», de nuevo con Bajo Ulloa.
Hay quienes nacen con un lanzallamas por lengua y una nube negra en el corazón. Ellos quizá no lo sepan, pues siempre han sido así, pero sus obras los acreditan como hijos de la pirotecnia y la borrasca. Albert Pla escribe sus letras en negrita y algunas veces, para que no quede duda de la intención, recurre al uso de mayúsculas, aunque él no entienda a cuento de qué tanto revuelo si sólo es la imaginación juguetona de un hombre al que lo convencional le produce un tedio sin fin. Las canciones pueden ser piscinas, estanques, lagos, ríos, mares u océanos, ingenuas o desafiantes, plácidas o iracundas. No hay reglas ni debe haberlas, y aquellos que las acometen tienen libertad de cátedra y una biografía que nunca es inocente, ya que los genes explican tan solo una parte y el ambiente y las experiencias ya se ocupan de rematar el lienzo con óleos diversos.
Caminan por el lado más bestia de la vida –walk on the wildside, perverso Lou– un transexual, una lumi de lujo, un camello, y Pla los describe con ese arrullo de estilete, con esa cadencia mansísima que, sin embargo, da miedo. Igual que esa voz que narra una historia de terror en una habitación en penumbra mientras al otro lado del cristal una tormenta bíblica se reivindica. Y como la fantasía puede ser lo que quiera ser, y en ese todo absoluto caben la subversión y el surrealismo, puedes tener una novia terrorista que te plantea dilemas morales. O entender que ese negro es mejor que tú («no tiene malicia ni mal corazón»). O servirte de un gato apaleado para relatar la historia de la humanidad. Puesto que a pesar de que la muerte siempre aceche como un buitre obstinado, hay vida –¡hay vida!– más allá de las siete vidas, aunque sea una vida de perros.
(Conservo tatuados en el hipocampo la Torre de l’Aigua y el Torrent de Colobrers, porque la infancia es pesada como el ancla de un buque y no hay forma de zafarse de ella. Pero el único paraíso que reconozco es una masía levantada en mitad de un verde cegador y una cocina con estudio de grabación, donde puedo saltar de una escalivada o unos calçots a una rumba goliardesca igual que quien pasa las páginas de un libro. Y vengo a decir que Robe y Manolo Kabezabolo y Fermin Muguruza son mis hermanos, aunque no nos toque nada, porque su lenguaje es el mío y porque siempre que me he adentrado en la Torre de Babel me he vuelto loquísimo y me han asaltado ideas asesinas.)
Se derrama la vida a cada segundo y sentado en un bar de una esquina cualquiera puedes ver llegar a la mujer de tu vida y acabar revolcándote con ella encima de una mesa, ante el estupor (y la envidia insana) de la calle. Los deseos de las canciones que quieren abrirse paso son órdenes de obligado cumplimiento, pero acatarlas es tan placentero como dormir con sueño o comer con hambre o beber sin sed.
El hombre no sólo vive de rumba, collons, pero dame alegría siempre, hasta en los funerales. Porque la tristeza no necesita ser invocada para aparecer y porque todo hombre debería aspirar a la euforia y a la risa casi perpetua.
(Miedo, siempre tuve miedo. De todo. De lo inexplicable y aún más de lo que no es necesario explicar porque su ominosa presencia es un libro abierto. Y entierran a un niño sin saber que todavía no está muerto. Y en casa tengo una muñeca malísima que me odia y a la que quiero matar. Y me despido de mamá porque ha llegado su hora y se va a reunir con Lucifer. Pero no os escandalicéis, venga: no son más que canciones. Solamente canciones).