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El vigor de la “Novena”

Ha vuelto, de la mano e la Sinfónica de Madrid, la obra de Beethoven, en esta ocasión, dirigida por Juanjo Mena
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  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Beethoven: «Sinfonía nº 9». Soprano: R. Lojendio. Mezzo: C. Faus. Tenor: J. A. Sanabria. Barítono: D. Menéndez. Coro Nacional. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: J. Mena. Auditorio Nacional, Madrid, 28-XII-2022.
Ha vuelto, de la mano e la Sinfónica de Madrid, la “Novena” de Beethoven, en esta ocasión dirigida por Juanjo Mena, que hace un par de años se había situado en el podio de la Nacional para llevar a buen puerto la misma composición; aunque las circunstancias en aquel momento, con la pandemia triunfando en todo su esplendor, eran muy otras. En esta ocasión, que marcaba el tercer concierto del ciclo de la formación que ocupa habitualmente el foso del Real, se disponía de la totalidad de los músicos necesarios; y alguno más en los vientos.
El director vitoriano tiene muy ahormada la partitura, en cuyas entretelas viene introduciéndose desde hace años. Plantea el primer movimiento, tras el difuso dibujo inicial en el que la tonalidad anda buscándose, y luego de un pianísimo escalofriante, de manera nervuda, agreste, vigorosa, con el ápice de un desarrollo monumental. Acordes fustigantes, buena concatenación de episodios, tensiones acumuladas que estallan… El “Scherzo” siguió la misma tónica y fue servido con tanta contundencia rítmica como con contagioso espíritu danzable. La vehemencia con la que se expuso casa con el hecho de que, después de todo, los compases de introducción emplean el mismo motivo con el que concluye el movimiento anterior.
Las dos partes del “Adagio” estuvieron bien diferenciadas e hiladas, con la batuta ya más reposada y tranquila. Luces y sombras bien calibradas. Se perfilaron instantes cantábiles de altura. Excelente intervención del trompa solista. Tras la furibunda en este caso apertura resumidora del “Finale” se abrió la vía para la exposición del gran tema de la alegría, solamente esbozado al principio y cantado a los cuatro vientos en los instantes posteriores. Mena calibró bien las dinámicas y supo hacer ondulantes las líneas, en continuo crecimiento hasta la irrupción del barítono, que abre la espita para la glorificación de la idea, ya en la voz del coro.
Apuntamos la buena realización del “fugato” posterior a la guerrera intervención del tenor y del coro masculino y la valentía del Coro al completo en el largo y agotador pasaje posterior. Voces valientes, vigorosas, bien empastadas, con ciertas intemperancias en las notas más altas de las féminas. El cierre, luego de la postrera intervención de los solistas, fue llevado a machamartillo en una acalorada exposición sin freno. Versión, pues, férrea en lo rítmico, robusta en lo sonoro, aguerrida en el espíritu; antes que depurada en lo tímbrico o delicada en lo fraseológico.
Los cuatro solistas se portaron, aunque hay que decir que conformaron un cuarteto que en principio no casaba con los presupuestos de la rectoría. Raquel Lojendio, soprano cristalina y decidora, esculpió con delicadeza su parte y se ató los macho en el Si natural agudo postrero a falta de una mayor nervadura dramática. Cristina Faus, siempre cuidadosa y musical, se hizo notar en mayor medida que otras. José Antonio Sanabria cantó por derecho, pero su timbre, de tenor ligero, quedó casi siempre apagado. Y David Menéndez, de metal no especialmente rico, expuso con propiedad su difícil salida, con centro anchuroso, agudo redondo algo tirante, y graves no muy sólidos. Como era de esperar, el público, que abarrotaba el Auditorio, aplaudió de lo lindo.

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