"La mesías": versículos de brillantez, salmos para convencidos | Festival de San Sebastián
Javier Calvo y Javier Ambrossi presentan, de la mano de Movistar+, su nueva y ambiciosa serie inspirada por el grupo ultra-católico Flos Mariae
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La primera secuencia de "La mesías", nueva serie de Javier Calvo y Javier Ambrossi (los Javis), es una especie de definición por obra. Una maqueta a escala, quizá. Después de situar ontológicamente su nueva historia en el plano físico y temporal más conveniente, para saltar luego con ello a la comba, vemos a una actriz ataviada con vestimentas judaicas en mitad del campo, como aludiendo a una manifestación onírica. Justo después, actores. Niños actores. Y, cuando el trampantojo está a punto de derribarse, la cámara se revuelve para que nos encontremos, en efecto, ante un rodaje cinematográfico. Es como si la materialización de la autoconsciencia no dejara a los creadores, sin duda de los pocos que pueden permitirse en este país un diseño de producción tan exquisito en televisión o "streaming", avanzar hasta que se haga explícita. Se hacía necesario aligerar alforjas, se volvía imprescindible ungirse de lo meta para intentar desviarse del priapismo por reflexión que les ha perseguido en sus últimos proyectos.
Basada -de lejos y con una carga traumática permeada por lo intenso- en la rocambolesca historia del grupo musical ultra-católico Flos Mariae, "La mesías" es un nuevo estudio de Ambrossi y Calvo sobre la materialización de la identidad, que no de lo identitario. Ya hicieron lo propio en la extraordinaria "Paquita Salas" (2016), desnudando el superyó a través de la comedia por patetismo, y también en la siempre recomendable "Veneno" (2020), donde quizá lo amargo del relato real acababa consumiendo cualquier tipo de moralidad contextual. Pero fue en "La llamada" (2017), su primer proyecto capaz de llegar a una audiencia "mainstream", donde más brillaron sus ideas sobre la construcción del propio reflejo, asimilando la fe a la convicción, en un tramposo pero efectivo engaño capaz de convencer hasta al más reticente. Aquella incursión religiosa, que bebía inequívocamente de su experiencia personal para con las restricciones naftalinas de la institución eclesiástica, parecía más excusa que leitmotiv, más atrezzo que vocación. Por eso, y por todo lo que se desarrolla en su nueva serie para Movistar+, se puede definir "La mesías" como un verdadero salmo para los ya convencidos.
Con un arranque gentilmente entregado a lo almodovariano, pensando por ejemplo en "La mala educación" (2004), la nueva serie de los Javis viaja hasta la España de finales de los ochenta, donde una madre soltera (Ana Rujas), se marcha de casa junto a sus dos hijos pequeños, huyendo de un padre maltratador. La catarsis, por explícita y poco sutil, parece una especie de contra-canto del coro: a Calvo y Ambrossi no les interesa comentar la combustión espontánea de la que parte su historia, si no generar una sensación de punto de inflexión para poder prenderle fuego al relato. Y es que, más que en lo estrambótico del caso real que acabó llegando, como farsa o como tragedia, a toda España, "La mesías" es una serie sobre el trauma del aislamiento y el peligro de las derivadas fundamentalistas, que no de la religión. Tal y como en "La llamada", a sus creadores no les interesa la mucho más atrevida crítica clerical, y se centran en un estudio de personajes extremadamente individualista. Es como si el trauma por colectivización, quizá la verdadera tesis de la serie, lo impregnara todo, haciendo imposible e insostenible la serie como un ente crítico. No hay apelaciones a lo racional, solo a lo emocional.
Es la entrada en acción de Lola Dueñas, quizá en el mejor papel televisivo del año con su interpretación de la matriarca ya borracha de fe, lo que levanta realmente "La mesías" y la eleva hasta la excelencia. Es ahí, en ese encuentro entre "Carrie" (1976) y "The Wicker Man" (1973) donde la serie encuentra su verdadera vocación: ser un cuento de terror romántico. Ahí ya nadie la puede parar, ahí sí puede ser la mejor serie que han levantado sus creadores. Por momentos, y a partir del tercer capítulo, la serie brilla y asusta, horroriza y trauma, nos hace parte y testigo directo del dolor de los hermanos, de su sufrimiento y, sobre todo, de su soledad ante el abuso psicológico. Queda a juicio de los espectadores si el peaje previo, salvado en gran parte por un soberbio Roger Casamajor, merece la pena. Sobre todo por lo poco trabajado que está en realidad, más allá de la hairografía y el diseño de producción, el personaje de Macarena García, a tiempos simple marioneta de una trama cuya mayor obsesión es epatar por identificación.
Mucho más irregular de lo que cree ser, pese a la solera de su carga actoral, "La mesías" no es ni mucho menos café para muy cafeteros, pero sí sabe ante qué parroquia eleva su discurso, sus loas al santísimo. Se conoce a sí misma y a su identidad, al punto de introducir a las chicas del grupo (aquí, las Stella Maris) mediante fenómenos estrictamente pop de consumo masivo: una especie de late night autonómico á-la-Alfonso Arús, un vídeo en Youtube de un creador de contenidos queer... Y eso ocurre porque, como han explicado desde el principio, su mirada aquí no es hacia nosotros, hacia el público o hacia las masas conscientes (como se hacía a través del Pepe Navarro de "Veneno"), aquí lo que interesa es mirarse a uno mismo, como si en cada guion se hubieran esmerado en cubrir los espejos. Ese es quizá el hallazgo más interesante de la serie, el de descubrir que los Javis son capaces de narrar sin mirar a los ojos directamente a la audiencia, como en sus anteriores proyectos, y descubrir su propia genealogía cinematográfica.
Exquisitamente trabajada en el aspecto artístico, con una maravillosa banda sonora que eleva hasta el momento más trivial o intrascendente del desbocado metraje, "La mesías" es un hito en nuestro audiovisual levantado a versículos de brillantez. Es difícil prever y hasta catalizar o sintetizar una posible reacción del público, abandonando aquí lo petardo en favor de lo reflexivo, pero la apuesta bien merece una oportunidad. Alejarse del onanismo voluntariamente, cuando lo más fácil sería entregarse al gozo por bochorno, no es un ejercicio fácil de realizar y, de hecho, la serie flaquea por ello, pero los Javis son (creemos) conscientes de ello y de que lo existencial acaba teniendo un mayor peso, y poso, en la psique del espectador. Después de su presentación en el Festival de San Sebastián, se cantarán al cielo las alabanzas, pero es complicado que ello se materialice en un proselitismo urbi et orbi.