Una madre contra la vergüenza del mundo libre
Andreas Dresen estrena "Rabiye Kurnaz contra George W. Bush", película sobre la detención alegal de un joven turco-alemán en la cárcel de Guantánamo
Por desgracia, empezó como un caso más. En la primavera que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, la administración de George W. Bush llevó a cabo centenares de detenciones alegales y arbitrarias, alegando presuntas conexiones con la trama terrorista. Uno de los "agraciados" fue el joven Murat Kurnaz, ciudadano turco con residencia alemana que fue enviado a la prisión de Guantánamo (Cuba) en mayo de 2002. Justo ahí, en su detención secreta, comienza la historia que sigue "Rabiye Kurnaz contra George W. Bush", nueva película del director Andreas Dresden y mejor guion en el último Festival de Berlín (Berlinale).
Desde la mezcla tonal y de géneros, Dresen se las apaña para contar la lucha legal y ética de la madre de Murat, la Rabiye del título, carismático motor del filme. Así, en los cinco años que van desde la detención hasta la liberación del preso, la película nos lleva desde la escena local de Bremen hasta el mismísimo Capitolio, pasando por todas y cada una de las cortes pertinentes. Hecha contra la transgresión de los Derechos Humanos perenne que parece la prisión del islote cubano que EE.UU. mantiene para vergüenza de la escena internacional, "Rabiye Kurnaz..." triunfa en su acercamiento por lo distinto del prisma, por hacerse optimista en la tragedia y positiva en la denuncia. No se trata de detener investigaciones ni dejar de llevar responsables ante la justicia, sino de no rebajar los estándares democráticos tras la barbarie. Dresen, que atiende a LA RAZÓN desde Alemania y por videoconferencia, reflexiona acerca del tono de su película, de la comedia en ella y del carisma de su actriz principal, una Meltem Kaptan que también se ganó un premio a su interpretación en la Berlinale.
-¿Cómo fue su primera reacción tras conocer a la Rabiye Kurnaz real?
-Fue curioso, porque nuestro primer encuentro fue después de dos o tres años investigando el caso para darle forma de película. Y, de hecho, nuestra primera idea era hacer la película desde el prisma de Murat, no desde el de su madre. Conseguí los derechos del libro de Murat, que se llama “Five years of my life”, en el que cuenta la historia desde su perspectiva, la de un preso de Guantánamo. Pero no sabíamos cómo hacerlo, realmente. Se hizo muy difícil entender cómo funcionaba la cárcel, primero por el secretismo y luego porque es un lugar en el que realmente no hay espacio para la esperanza. Ni para la película que yo quería hacer. ¿Quería hacer una película de horror, de torturas? No era una gran idea, y es que además no tengo experiencia en esa materia. Y así, después de un tiempo, cené con Murat y vino su madre. En cuanto la conocí supe que ahí estaba mi película. Es una mujer llena de energía, muy alegre, y me llevó a cambiar el punto de vista.
-¿Cómo encontró el tono adecuado para la película? Hay directores que habrían optado por un prisma más oscuro, más triste, incluso…
-¡No fue nada difícil! Todo venía de la mano de Rabiye y de su forma de ser. La intención siempre fue humorística, porque eso es lo que demandaba una personalidad como la suya. Hubiera sido imposible de otra manera, porque es una mujer muy positiva, muy optimista. Y es que, si ella no fuera así, no habría aguantado tantos años peleando. Ese ver siempre el lado positivo es realmente el mensaje, la tesis de la película.
-¿Cómo de importante fue, en ese modelo de personaje, Meltem Kaptan, dando vida a la protagonista?
-Ella llegó al proyecto justo cuando habíamos terminado el guion. Y fue una búsqueda complicada, porque teníamos que encontrar una actriz capaz de hablar en alemán y turco de manera fluida. Además, con ese poderío, con ese humor propio de Rabiye. Vi a muchas actrices, ¡de Europa entera! Pero por suerte la pudimos descubrir, gracias a la televisión. Ella es cómica, en sketches o en stand-up, de la zona de Colonia (Alemania). Y además tiene mucha experiencia en la comedia teatral, lo que le da una inteligencia distinta a la hora de improvisar, de saber en qué momento decir cada frase para hacerla más divertida. Y, por otro lado, su carisma. Era increíble. Llena cada línea, cada escena en la que está en la película. No puedo estar más contento con la elección.
-Tras verse en la Berlinale, su película recibió muchos aplausos, pero también premios a la propia Kaptan y al guion. ¿Se esperaba ese reconocimiento en un festival tan consagrado a esa autoría seria, a veces amarga?
-Ya fue una sorpresa poder entrar en la Sección Oficial. Por la razón que sea, la comedia suele estar denostada en los grandes festivales. Si no apelas a lo oscuro, o a lo estrictamente artístico, es mucho más complicado tener éxito ahí. Pero fue una sorpresa increíble. Quizá el jurado
-Siendo un tema tan complicado, tan sensible, en el que se atreve a jugar con el humor, ¿tuvo miedo en algún momento de que el mensaje sobre demandar un juicio justo no llegara de manera correcta?
-Fue complicado, sí. Pero no tenía miedo de no dar con el mensaje concreto, sino de no encontrar el equilibrio entre las situaciones dramáticas y las cómicas. Tiene momentos muy oscuros, claro, así que había que hilar fino con lo que era risible y lo que no. Y, por otra parte, esta historia está llena de datos históricos muy concretos que había que explicar a la audiencia. Ahí nos ayudaba mucho el personaje de Rabiye como mujer inocente y de su abogado, más cínico, para ir desgranando la trama sin que se sintiera una explicación constante de hechos y situaciones legales concretas.
-Ahí es cuando se vuelve clave Alexander Scheer, ¿verdad? Con tantas líneas de diálogo explicando, dando noticias todo el tiempo a los demás personajes…
-Era una tarea muy complicada para un actor, y se preparó de manera muy concienzuda. Viajó a Bremen un montón de veces, para reunirse con el abogado real, y para entender realmente esa especie de idealismo que le movió durante todos los años en los que el caso estuvo abierto. Eso fue lo que hizo posible que se convirtiera en el personaje.
-Una de las críticas en Letterboxd sobre su película decía: “Me ha hecho sentir menos vergüenza de ser alemán”. ¿Qué le inspiran frases así?
-No diría orgulloso, ni siquiera menos avergonzado de la política internacional de mi país respecto a Murat, pero sí hay que valorar el esfuerzo de la administración de Angela Merkel en cuanto asumió el cargo de Canciller. Ayudó muchísimo para sacar a Murat de la cárcel, pero tuvieron que pasar cinco años de torturas. ¿Qué es lo grave aquí? Que nuestro gobierno supo, un año después de la detención de Murat que estaba limpio, que no había hecho nada relacionado con el terrorismo. Y nuestras autoridades lo obviaron para ahorrarse un problema político. Tuvieron miedo. No querían traer a alguien a quien consideraran “peligroso”. Así que le pasaron la pelota a Turquía. Nadie quería hacerse responsable por él. Es algo horrible, y nadie le ha pedido perdón. Nadie del Gobierno. Y sigue siendo una vergüenza. No podemos esperar a que llegue un o una Canciller al puesto para que vuelvan a aplicarse los Derechos Humanos.
-De hecho, la película se cierra con un texto hablando de esas decenas de prisioneros que siguen cumpliendo pena sin juicio. Y se convierte en flagrante, cuando hablamos de violaciones de DD.HH. por parte de Rusia, y EE.UU. sigue sin dar explicaciones ante nadie por Guantánamo…
-Toda la razón del mundo. Es increíble. Y es increíble que siga pasando en nuestros propios países y, encima, señalando a otros países por hacer lo mismo. Deberíamos mirar hacia dentro antes de mirar hacia afuera. La situación de Guantánamo debería ser impropia de un país democrático. Ni siquiera han tenido un juicio sumario, o algo parecido, no. No han visto a un solo abogado. ¡Es un campo de concentración! Para eso nos hemos dado sistemas legales. Para ser mejores como sociedad que el más sanguinario de los criminales. Es una vergüenza para la democracia y, sobre todo, para EE.UU. y los estándares internacionales.