La luz de la Hispanidad para luchar contra la Leyenda Negra de España
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, reincide en la discordia como parte de su agenda política en vez de por potenciar el riquísimo espacio cultural común que conocemos como Hispanidad
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Después de dos horas y pico de infanticidios, cuerpos desmembrados y ríos de sangre, cuando los sentidos están saturados de destrucción, llega la calma de una modesta barca acercándose a la orilla –con tres carabelas de fondo– y un sacerdote que empuña una cruz. Es el cierre solemne de «Apocalypto» (2006), obra maestra de Mel Gibson, que le confirmó como un director con especial capacidad para capturar la intensidad de los grandes momentos históricos. Aquí nos presenta el minuto cero de la Hispanidad, un espacio geopolítico que hoy es el segundo en extensión del planeta y el tercero en población, sólo por detrás de China e India. Lo más importante que ha hecho España en su historia.
El menosprecio de la presidenta de México a la corona española, a la que no invitó a su toma de posesión, es sobre todo una ofensa a ese vínculo compartido. La Historia no es el fuerte de Sheinbaum, queda claro cuando escribe, en un comunicado público, que Tenochtitlán se fundó hace dos siglos, cuando en realidad la fecha oficial consensuada es 1325. Sin conocer el pasado no es posible respetarlo: Gibson muestra en su película cómo las tribus precolombinas, enfrentadas y decadentes, necesitaban un nuevo paradigma para avanzar. Ese impulso se lo dio España y el catolicismo. A partir de ahí (más que de las culturas previas) se construye el México actual.
¿Cómo es posible que una jefa de estado cometa el error de sabotear la Hispanidad? Unos destacan sus afinidades con la masonería, sociedad secreta global anticatólica a la que han pertenecido al menos 27 presidentes de México, sobre todo partir de Benito Juárez. También tiene sintonía con el Grupo de Puebla, la alianza política que compra el relato indigenista, izquierdista y antiespañol. A la toma de posesión de Sheinbaum sí acudirán líderes políticos de nuestro país que detestan España, como el diputado Gerardo Pisarello (célebre por sus episodios de rechazo público a la rojigualda), la líder podemita Irene Montero y una delegación de Bildu.
[[H2:«¿Reflexión pendiente?»]]
En realidad, la política nunca había sido un obstáculo para la fraternidad entre los países que comparten el idioma español. Basta escuchar las palabras de Fidel Castro sobre España en los años sesenta. «Queremos seguir siendo esta maravillosa mezcla de españoles, de indios y de africanos. Nos sentimos privilegiados por eso, es lo que nos dio la Historia, es lo que nos dio Dios, para los creyentes, es lo que nos dio Santiago hace dos mil años», expresó agradecido. Las relaciones de apoyo mutuo entre dos líderes antagónicos como Francisco Franco y Fidel Castro demuestran que se debe poner la Hispanidad por encima de rivalidades a corto plazo. Es lo que no sabe hacer Sheinbaum. De manera reveladora, no exige disculpas a Estados Unidos, que arrebató a México la mitad de su territorio después de la independencia.
El diario «El País» publicó el pasado jueves una pieza editorial desconcertante donde se defendía que «excluir al Rey de la toma de posesión no ayuda en nada a provocar la reflexión sobre la conquista que tiene pendiente España». ¿«Reflexión pendiente», seguro? La realidad es que nuestros filósofos e historiadores han pensado sobre esto durante siglos, alimentando un sentimiento de hermandad más que de orgullo nacional. A diferencia del colonialismo belga o británico, España apostó por la creación de escuelas y hospitales, por la dignidad cultural del mestizaje y por el debate de la Controversia de Valladolid, que confirma el alto voltaje moral del catolicismo.
Tampoco puede sorprender la posición de «El País» ante esta crisis: basta leer su reciente reseña de la película «Hispanoamérica, un canto de vida y esperanza» (2024), de José Luis López Linares, a cuyo estreno acudió Felipe VI. El texto destacaba que este documental «se construye sobre las bases ideológicas creadas en su día por el franquismo, es decir por la apología desaforada y acrítica de la ‘‘obra de España en América’’», denunciaba. El autor trata la Leyenda negra como «supuesta» y echa pestes del papel central que la trama otorgaba al catolicismo. «La continua alusión a los evangelizadores, la imagen de Hernán Cortés besando el hábito de los misioneros, el bautizo de los indígenas, el culto a las vírgenes americanas, incluso la procesión en honor de Santiago Matamoros, dan testimonio de las intenciones de los guionistas, que llegan a considerar que las tres ‘‘mujeres’’ (sic) más importantes de la historia de América fueron Isabel la Católica (la insistencia en cuya figura nos hace temer una nueva intentona de beatificación), la Malinche y la Virgen de Guadalupe, exaltada por encima de las demás vírgenes criollas (Ocotlán, Zapopan, Copacabana, Huápulo…). Contribuye a esta impresión el hecho de que la película se cierre con el rezo cantado del Avemaría», denuncia Carlos Martínez Shaw. Ya me dirán como se cuenta esta historia sin dar relevancia al catolicismo y por qué no podemos llamar mujeres a las vírgenes.
De hecho, somos la única nación que no se celebra a sí misma en la fiesta nacional, lo que celebramos el 12 de octubre es a toda la Hispanidad. En realidad, tenemos una reflexión pendiente, aunque no la que propone «El País». Deberíamos preguntarnos por qué no se enseña con más orgullo nuestra historia en los institutos, donde el relato de la conquista y de la construcción de la Hispanidad sólo se aborda de pasada, por miedo a herir susceptibilidades. Deberíamos lamentar que se llama «facha» a artistas como Nacho Cano, que tuvo la audacia de escribir un musical moderno sobre Malinche (doña Marina), la mujer que abrió la puerta al hermanamiento con México. Deberíamos avergonzarnos de comprar con tanta facilidad la Leyenda Negra contra nuestro país, difundida sobre todo por los británicos.
El ensayista Iván Vélez ofrece claves valiosas para situarnos. «La Leyenda Negra es una construcción ideológica, propagandística, que tenía como objetivo atacar al Imperio español. La España católica, poderosa y políticamente dominante, se enfrentó con el ataque de otros países, celosos de su posición imperial. El cisma luterano fue un factor clave. El conflicto entre el mundo católico y el protestante también se dio en el terreno de la propaganda. Por ejemplo, los italianos conquistados se sintieron herederos de la Gran Roma y les resultó difícil aceptar la dominación de los españoles, a quienes consideraban ‘‘una mezcla de sangre judía y musulmana’’, una raza inferior», recuerda.
Hernán Cortés, en realidad, es el fundador del moderno estado mexicano, que antes solo era un conjunto de tribus dispersas enfrentadas. Es algo que asume incluso el intelectual mexicano Octavio Paz. «De aquella conquista nacimos nosotros, ya no aztecas, ya no españoles, sino indoespanos americanos, mestizos. Somos lo que somos porque Hernán Cortés, para bien y para mal, hizo lo que hizo», explicaba el premio Cervantes de 1981 y Nobel de 1990. Hay que ser muy ingenuo para seguir defendiendo el indigenismo, la idealización de las brutales tribus originarias, como hay que estar muy perdido para exigir perdón a España cuando tus apellidos son Sheinbaum o López Obrador, y por tanto estás más cerca de los conquistadores que de los conquistados. «Los hijos de los que se quedaron estamos aquí, los descendientes de los conquistadores estamos aquí, ¿nos vamos a pedir perdón a nosotros mismos?», se preguntaba el mexicano Eduardo Verástegui, activista conservador y productor de cine.
Mientras Sánchez se arrugaba en su respuesta diplomática, Feijóo sorprendía a propios y extraños recomendando a López Obrador un contundente ensayo del historiador argentino Marcelo Gullo, titulado «Nada por lo que pedir perdón» (2022). Gullo es uno de los mayores defensores de nuestra tradición cultural, además de autor de alguna reflexión emocionante sobre el carácter castellano, que en gran parte hizo posible la conquista: «España era distinta. Y lo era porque había sido forjada en 700 años de lucha contra el imperialismo más cruel que ha conocido la historia y que le había arrebatado su territorio. En esas noches, encerrados en una pequeña fortaleza castellana en la llanura, en cualquier momento podía llegar el enemigo. Entonces eran lo mismo el señor, el siervo y el que trabajaba cuidando el ganado y herrando las mulas o los caballos. En la lucha todos estaban igualados porque tenían que defenderse unos a otros. Todos eran valientes y generosos. Entonces ese pueblo acompañó la decisión de Isabel de que los territorios conquistados no fueran esclavos, sino virreinatos en pie de igualdad. Más allá de los errores y de los abusos, porque si no España sería un pueblo de ángeles cuando es un pueblo de hombres, con virtudes y con defectos, España no tiene nada por lo que pedir perdón. Damos gracias a España», explica en uno de sus discursos, pronunciado junto a una rojigualda, esa que incomoda tanto a gran parte de nuestra izquierda actual.