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Manuel Fraga, el padre de la nueva derecha democrática

En «Manuel Fraga. Una biografía intelectual», Jesús Trillo se centra en el pensamiento y valores del líder político. Hablamos con el autor del libro, que lo presenta el miércoles en LA RAZÓN
Manuel Fraga dimite como Presidente de Alianza Popular.Varios centenares de seguidores del Presidente, concentrados ante la sede central de Alianza Popular en su apoyo. Fraga estaba reunido con la Junta Directiva Nacional de AP, ante la que anunció su dimisión oficial.NewscomEFE

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¿Quién fue Manuel Fraga? La izquierda construyó entre 1976 y 1977 el estereotipo que ha llegado hasta el día de hoy, el de un personaje autoritario, cuando no fascista, como resultado de su paso por el ministerio de la Gobernación en el primer gobierno de la monarquía. No sorprende esta visión en la historiografía izquierdista porque es la misma que blanquea a ETA, o que envuelve en un romanticismo repulsivo el relato del terrorismo de los GRAPO y el FRAP. También impacta que la derecha política durante un tiempo echara al olvido el nombre de Fraga por miedo a desfigurar su perfil centrista.
Ambas circunstancias son injustas. Es de agradecer, por tanto, que Alberto Núñez Feijóo reconozca en el prólogo a la obra «Manuel Fraga. Una biografía intelectual», de Jesús Trillo, que su «liderazgo fue imprescindible para consolidar la democracia en nuestro país» y construir un «centro derecha liberal» con capacidad de gobierno. Hacen falta agallas, y el gallego del PP las tiene, para no renegar de la verdad histórica en unos momentos donde la polarización, la mentira y el ocultamiento marcan nuestra vida política.
La recuperación de la figura de Fraga, con sus aciertos y errores, resulta imprescindible y justa. El PP no puede renunciar a sus padres fundadores, citar la historia de los liberales y conservadores hasta 1936, y luego hacer un salto olímpico hasta 1990, año de la refundación del PP con José María Aznar. El PSOE sigue citando a sus referentes históricos, desde Pablo Iglesias a Largo Caballero, aunque sean controvertidos y se pueda negar su defensa de la democracia. Con la premisa de la recuperación del pasado, Jesús Trillo ha reconstruido la figura de Fraga centrándose no tanto en su vida política como en su pensamiento y valores; en su legado.
Es una tarea complicada, entre otras cosas porque las nuevas generaciones no saben quién fue Manuel Fraga. Esa es mi primera pregunta al autor. «Es el creador de la derecha democrática española –dice–. Fue un aperturista durante el régimen de Franco que supo integrar a hombres procedentes del franquismo, como él, para hacer la Transición y establecer la democracia en nuestro país». La figura de Fraga fue creciendo en la política española en la década de 1960, incluso cuando tuvo que salir del gobierno en 1969. Había sido ministro de Información y Turismo. Su herencia fue convertir España en un destino vacacional competitivo que enriqueció al país, y permitió que los españoles vieran que los europeos vivían de otra manera. «Además –me recuerda Trillo–, sacó adelante una Ley de Prensa en 1966 que supuso su enfrentamiento con el búnker. Esa ley, que no eliminó la censura, permitió una apertura a ideas liberales y socialistas, entonces vistas como nocivas, que alimentó a la generación de 1954 y 1968, las que hicieron la Transición».
«En el tardofranquismo Fraga ya era una figura política presente en cualquier plan para el futuro democrático del país». Trillo insiste en la autoridad del gallego en la vida política en esa etapa, incluso desde la embajada en Londres. En aquellos años meditó su plan democratizador. «Sabía que España había cambiado, que las nuevas generaciones no querían una dictadura, sino un sistema de libertades». Fraga lo había dicho ya en 1960, en una conferencia en Múnich: «Una economía libre implica una sociedad libre». Por tanto, la derecha debía prepararse para la transición a la democracia. «Para eso creó GODSA (Gabinete de Orientación y Documentación, S.A.) como embrión de una asociación política que se convirtiera en un partido tras la muerte de Franco, que ya en la primavera de 1975 anunció que se llamaría Reforma Democrática».
El paso de Fraga por el ministerio de la Gobernación, en el primer Gobierno del Rey Juan Carlos, no fue exitoso. El autor me explica que si bien impulsó la aprobación de una nueva ley de asociaciones y el derecho de manifestación, tuvo lugar un suceso lamentable: la policía, todavía con resortes franquistas, mató a cinco trabajadores en una iglesia de Vitoria en 1976. «No obstante –apunta Trillo–, su papel en la elaboración del proyecto constitucional de 1978 fue imprescindible porque delimitó el campo de la derecha democrática. Y lo hizo a despecho de dos cerebros conservadores como fueron Gonzalo Fernández de la Mora y Cruz Martínez Esteruelas. Fraga se convirtió así en uno de los Padres de la Constitución».
A partir de ahí, nos cuenta Jesús Trillo, aparece el Fraga que quiere ser un líder conservador al estilo británico, como los tories en el Reino Unido. No en vano, resalta el autor, había estudiado el sistema de aquellas islas, y publicado al respecto tres obras de envergadura. «Admiraba la capacidad para integrar opiniones distintas en un todo armónico, donde la monarquía era la forma del Estado, un símbolo de autoridad y continuidad por encima de los partidos y de la cambiante opinión pública». La clave era la adaptación a la historia y a la sociedad. Trillo nos recuerda en su libro que Fraga estudió a Jovellanos, Cánovas y Maeztu, tres pilares de la tradición de la derecha que fundamentaron su pensamiento. «Por eso Fraga creyó que Alianza Popular era el partido conservador que España necesitaba, leal con las instituciones y respetuoso con la ley, capaz de hablar de reformas sin olvidar las raíces tradicionales de la familia y el municipalismo», resume Trillo. En su idea de justicia social, Fraga usaba la metáfora del «precio de los garbanzos» para referirse a lo que verdaderamente importaba a la gente.
La responsabilidad con la democracia hizo que Fraga asumiera durante la etapa de Felipe González el papel de «leal oposición», como en el Reino Unido. Sin embargo, aquello no era suficiente para llegar al poder, cuenta Trillo, y por eso Fraga «emprendió una larga refundación del partido que acabó en 1990». Dejó el PP en manos de José María Aznar diciendo aquello de «sin tutelas ni tu tías», en referencia «a que dejaría plena libertad al nuevo líder. Y cumplió».
Fraga fue catedrático de Derecho Político, con una ingente e «interesante obra sobre la Teoría del Estado». En este sentido, defendió el autonomismo como una vivificación del regionalismo. Como presidente de la Xunta dotó a Galicia de las características de un sujeto cultural «sin aspiraciones independentistas de consideración», apunta el biógrafo. Fraga habló de «regionalismo autonómico» en una especie de «federalismo cooperativo» a la alemana, explica Trillo, en el que «solo hubiera una nación política como sujeto de soberanía, la española». No creía en la «nación de naciones», y pensaba que los nacionalistas catalanes y vascos no eran de fiar porque solo querían la independencia.
Esa herencia permanece en el PP actual, en la promoción de un regionalismo integrador de España –me comenta el escritor–, basado en la cooperación, no en la búsqueda de diferencias con el resto de autonomías. Del mismo modo, su idea de la monarquía permanece en el Partido Popular. A pesar de que Fraga «no tuvo una buena relación con el Rey Juan Carlos, siempre fue leal y respetuoso pensando en el servicio a España que podía hacer la institución monárquica». Sabía que sobre la monarquía podía edificarse una democracia estable, como así fue. Lo sostuvo hasta su muerte, en el mes de enero de 2012, porque, según afirma el autor, «Fraga mantuvo inalterados desde el primer día sus principios y valores, incluida la doctrina social de la Iglesia». La biografía, en suma, es tan interesante como el personaje. Quizá por eso el autor me confirmó lo que Alberto Núñez Feijóo había escrito en el prólogo: que habrá un segundo volumen sobre su «vertiente autonomista y su amor por su tierra, Galicia».