Cuando París fue la segunda patria de la literatura española
El nuevo ensayo de José Esteban explica la enorme influencia literaria y vital que adquirió Francia en la configuración de los escritores e intelectuales españoles
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París es mucho más que una ciudad, y en el imaginario intelectual supone un permanente foco de cultura, convivencia y libertad. La literatura española contemporánea la ha tenido como un referente cosmopolita donde se gestaba por momentos la más avanzada escritura y los mejores hallazgos estéticos, sin olvidar unas progresistas formas de vida. Simbolismo, impresionismo o surrealismo son movimientos artísticos nacidos en esa ciudad, que los proyectará hacia toda Europa erigiéndose durante décadas en un poderoso imán de la inteligencia y la sensibilidad. El reciente libro de José Esteban Escritores españoles en París sigue la pista de ese influjo literario con sus derivas personales, culturales y políticas. Recoge una amplia nómina de intelectuales implicados en ese referente artístico y social, al tiempo que se detallan las variadas circunstancias de esta singular fascinación.
Antonio Machado viajaba a la Ciudad de la Luz en junio de 1899, donde ya le esperaba su hermano Manuel, ambos deslumbrados por el espléndido ambiente cultural; dejaría constancia en sus ya conocidas palabras: «París era todavía la ciudad del affaire Dreyfus en política, del simbolismo en poesía, del impresionismo en pintura, del escepticismo elegante en crítica. Conocí personalmente a Oscar Wilde y a Jean Moréas. La gran figura literaria, el gran consagrado, era Anatole France».
Regresará en 1902 y de nuevo en 1911 para asistir embelesado a las clases magistrales que impartía el filósofo Henri Bergson, de quien tomaría el concepto poético de «palabra en el tiempo»; volverá a España precipitadamente, cuando se empezó a manifestar la fatal enfermedad de Leonor, su «esposa niña». En total, fueron unos veinte meses que le sirvieron a Machado para, entre otras cosas, conocer mejor a compatriotas en idénticas circunstancias, como Pío Baroja y los periodistas Enrique Gómez Carrillo y Luis Bonafoux: «Durante el tiempo que he vivido en París he tratado pocos franceses, pero en cambio he podido observar algunos caracteres de mi tierra».
París será también testigo del exilio español en sus diferentes etapas históricas. Apenas comenzada la Guerra Civil española, Pío Baroja, de 63 años, cruzará la frontera estableciéndose en París, donde permanece hasta 1940, coincidiendo con Xavier Zubiri, Joan Miró, José Ortega y Gasset, Américo Castro o Gregorio Marañón. Esa experiencia parisina está impregnada de tristeza; en sus memorias señala: «Aquí, en París, se ve uno muy solo, viejo y sin dinero». Coincidirá con Azorín, quien ya había conocido la ciudad como corresponsal durante la Gran Guerra. Lejos del desamparo barojiano, la suya será la actitud del complacido flaneur, confortado con los libros y la literatura como remedio escapista: «Veníamos de ver libros y volvíamos a nuestra borrachera de libros. Nos desabrimos a nosotros mismos; sentimos irritación contra nosotros mismos. Se impone a nosotros, hipotéticamente, la vida a los libros; pero siempre, en esta lucha, los libros salen victoriosos».
En noviembre de 1911, Manuel Azaña llegaba a París becado por la institucionista Junta para la Ampliación de Estudios con objeto de profundizar en el Derecho Civil francés, aunque le interesará más la política militar del vecino país, así como su magnífica vida cultural, que le llevará a sentenciar jocosamente: «La diferencia entre Madrid y París es que en Madrid hay más bares que librerías y en París más librerías que bares». Su último viaje a la capital francesa, en las circunstancias de la inminente derrota republicana, se producirá en febrero de 1939. Miguel de Unamuno, decidido oponente a la dictadura del general Primo de Rivera, sufrirá un destierro que plasma en su libro De Fuerteventura a París. En esta ciudad experimentará una catarsis personal: «También aquí, en París, hilo lino de ensueños. Aquí rumio mis recuerdos, aquí vuelvo a vivir mi vida, aquí busco la vida que se me fue. Esta Ciudad Lumbre –Ville lumière– me alumbra mi pasado».
Por su parte, Ramón Gómez de la Serna mantendrá con la capital francesa una actitud ambivalente, hecha de asumidas soledades y descubiertos destellos vanguardistas: «En París sufrí todo lo que se sufre en París, por más que se lleve a la gran ciudad un vivo haz de voluptuosidades descontentas y la ansiedad de ver aquellas albas que duran todo el día. Allí me metí en la campana de cristal helado de las experiencias, y aunque puse casa, hubo un momento en que tiré los muebles por el balcón». Pero no fue esta la única generación de escritores españoles que, o bien exiliados o bien fascinados por la cultura francesa, conocerían París; basta recordar a Leandro Fernández de Moratín o Mariano José de Larra, a causa de la condición de afrancesado de su padre; sin olvidar a Ramón de Mesonero Romanos, admirado ante el refinamiento de las tiendas y bulevares.
Este interesantísimo libro se abre con una cita de Manuel Machado: «Cada hombre de espíritu tiene dos patrias: la suya y París». Buena parte de la intelectualidad española contemporánea halló en esta ciudad un referente símbolo de vanguardismo artístico, libertad expresiva, desinhibición moral y progresismo político. El paso del tiempo no ha hecho sino reafirmar aquella cinematográfica sentencia: «¡Siempre nos quedará París!».
- Escritores españoles en París (Reino de Cordelia), de José Esteban, 464 páginas, 20,95 euros.