"Klondike": el grito contra la invasión rusa de Maryna Er Gorbach
La directora ucraniana se acerca en crudo a la invasión del Donbás en 2014, con la guerra ruso-ucraniana como trinchera infinita
Hace unos años, Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga se acercaron a la Guerra Civil española desde un prisma poco visto, el del vecindario. El del odio, literal, de puerta en puerta. La brillante «La trinchera infinita» no era tanto un ejercicio de revisión histórica como uno de análisis del odio y la deshumanización que traen consigo los conflictos armados. La vida, cualquier vida, pierde drásticamente su valor día a día. Un ejercicio muy parecido, pero mucho más crudo –y hasta morboso, por momentos– es el que plantea Maryna Er Gorbach en «Klondike», ya disponible en Filmin como una de las películas de la temporada y la propuesta ucraniana para representar al herido país en los Premios Oscar, pese a los oídos sordos de la Academia.
«Es una historia que parte de la sensibilidad, del cómo es ser mujer en una guerra», explica Gorbach, a LA RAZÓN y por videoconferencia. La película, que se estrenó el año pasado en el mismo Festival de Sundance al que Gorbach regresa estos días para terminar de atar una nueva cinta, se acerca al conflicto entre Rusia y Ucrania desde su origen bélico más estructural, es decir, desde la invasión de la zona del Donbás ucraniano en la primavera de 2014. «Klondike» adapta una de tantas historias reales y terribles que tuvieron lugar en el posterior verano de los horrores, trasladándonos hasta una aldea en la que unionistas y separatistas «conviven» como pueden.
«Me duele y me estremece que esta historia no se cuente, que hasta que no se hayan visto los tanques por televisión la gente considerase la invasión un conflicto local. Desde 2014, en territorio ucraniano, se pasean soldados rusos. Quizá no lleven la bandera en el uniforme, pero todos sabemos a qué intereses servían y sirven», reivindica la directora. Gorbach, además, usa como eje vehicular de su filme el derribo del vuelo 17 de Malaysian Airlines en el verano de ese año, cuando fallecieron 298 personas. Y así es como conoceremos al matrimonio de Oksana, embarazada, y Sergey, atados de manos ante el avance de las tropas rusas y el odio de sus vecinos, que se materializa en el primer minuto del filme con un proyectil explosivo que casi les tira media casa abajo.
En lo crudo, en las relaciones de poder y, sobre todo, en el trazo grueso del colaboracionismo, Gorbach pinta un panorama desolador, oscuro y terrible, lúgubre antesala de la invasión y conflicto que se desarrolla estos días. Los personajes no encuentran nunca un motivo para respirar, se deshacen a la vez que las fronteras de la zona en disputa. «Como cineasta, por suerte, sí me he sentido arropada por la comunidad de festivales y demás directores. Pero aún así la situación es terrible. Es terrible, como directora, no abogar por un mensaje de paz o de sosiego, porque no sería justo. Lo que Ucrania necesita ahora es dinero, apoyo armamentístico y logístico para acabar con la guerra. A ese punto hemos llegado, al de los artistas pidiendo armas para terminar con el conflicto y echar a las tropas rusas», explica compungida Gorbach.
«Hasta que no entraron los tanques en 2022, se creía que era un conflicto menor. Nadie nos hacía caso. No creo que la película sea profética, ni mucho menos, pero sí ayuda a entender que vivimos exactamente en el mismo mundo, lo que ha cambiado es la sensibilidad respecto a Ucrania», explicaba triste Gorbach al recoger el premio a la Mejor Dirección en el citado festival. Una sensibilidad que gracias a la recuperación del cine de Sergéi Loznitsa o filmes como Atlantis, de Valentyn Vasyanovych, parece mutar: «Resulta ridículo cómo en "Atlantis" se planteaba esta situación como una ucronía, como un fallo en el sistema a escala global. ¿Cómo íbamos a permitir que un país invadiera a otro en plena Europa del siglo XXI? Y ahora es la realidad de nuestras noticias», completa.
Esa sensibilidad, más allá de filias y fobias, termina en «Klondike» con un plano-secuencia duro y estomagante, un ejercicio, en fin, de deshumanización militar y uno de esos finales de los que se hace difícil salir. «Klondike», como antes la citada «Atlantis» o «Donbass» , serán historia instantánea y casi en tiempo real del cine que se atrevió a mirar a la barbarie. «Por supuesto, es una película política. Y ese último plano, claro, está puesto a conciencia para remover los estómagos, como una declaración de intenciones», se despide la realizadora.