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Isla de los Bienaventurados: las maravillas más allá de las columnas de Hércules

La Península Ibérica es, desde antiguo, el «finis terrae» del lejano Occidente, además de un terreno de cultivo de lugares de leyenda, como las islas afortunadas
Mapa en el que se representan a las Islas Afortunadas del Reino de Canarias
Mapa en el que se representan a las Islas Afortunadas del Reino de CanariasWikimedia

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Viajen con nosotros a lugares que no existen, vengan a conocer ciudades e islas de la geografía mítica y del territorio de la imaginación. Para este verano les propongo un viaje organizado con un plan algo diferente: el turismo de utopía y fantasía en lugares no hallados por el ser humano de forma física, sino más bien que han sido recreados por la imaginación y que tienen que ver con las percepciones históricas de una geografía mitológica de nuestro país. La Península Ibérica es, desde antiguo, el extremo occidental de Europa, allí donde se pone el sol detrás del océano Atlántico en el fin del mundo. Es el «finis terrae», más allá de las columnas de Hércules. Allí donde estaba el non plus ultra y luego, simplemente, pero también por acción de las ideas utópicas, dejó de estarlo. La percepción de la Península Ibérica como lugar de paso del mundo ordinario hasta el extraordinario ha sido una constante en viajeros de todo rango y origen desde antiguo. Por eso, desde entonces, se puede hablar de una geografía mitológica de una España que no existe, una Iberia sumergida, parafraseando a un poeta y un cantante, que solo era soñada, intuida o evocada en una orografía imaginaria que se centra en lugares de leyenda e inexistentes. A lo largo del verano, me gustaría llevarles una selección de estos lugares que, sin duda, han conformado parte del imaginario colectivo hispano.
En primer lugar, habría que empezar con la idea de las islas de los bienaventurados, que en algún momento pasaron a ser ellas mismas islas bienaventuradas, o acaso afortunadas. «Makaron nesoi», en griego, es la expresión de un no lugar, de felicidad solo para dioses o hijos de dioses. «Makarios» es un adjetivo que únicamente se aplica a seres divinos: la felicidad no existía para los humanos, que a lo sumo tenían «eudaimonía», o un «buen genio». Por eso, las islas de los afortunados, como utopía feliz más allá del tiempo y el espacio, aparecen designando un paraíso terrenal ya en Hesíodo (en «Trabajos y Días» 167ss.) hablando de ciertos héroes que obtienen como recompensa a su virtud el habitar cerca de los dioses en esas islas donde no existe la pena, casi como en los Campos Elíseos de Homero. El mito de estas islas se relaciona por ende con el de las edades pretéritas y más felices de la humanidad (antes de nuestra luctuosa Edad de Hierro, cuando perdemos el prado utópico de la de Oro, edad sin trabajo, dolor ni vejez). Estas islas están junto al Océano exterior que rodea la tierra conocida, no lejos de las Columnas de Heracles, y poseen un clima maravilloso y alimentos gratuitos y espontáneos para estos buenos espíritus. Tras Hesíodo, otros poetas, como Píndaro, Virgilio y Ovidio, desarrollarán el tema, que retoma también, con perspectiva filosófica, Platón. ¿Dónde estaban estas islas? Es claro que en el lejano Occidente, ya para geógrafos e historiadores griegos como Diodoro de Sicilia, que incluso intentan ubicarlas no lejos de Iberia y de Gibraltar. Es, claro está, la legendaria Tierra de Poniente, la Iberia occidental (porque hay otra que flanquea el otro extremo del mundo, en Oriente), la Hesperia de los griegos, o tierra del atardecer, donde también hay un edén guardado por bellas mujeres, el Jardín de las Hespérides, con un árbol de frutos dorados de la inmortalidad que vigila un dragón y que solo Hércules, muy cerca de sus pilares, pudo hallar.
Piteas y otros marinos griegos exploraron el Atlántico Norte
Piteas y otros marinos griegos exploraron el Atlántico NorteArchivo
La mítica España ha sido vista así como locus amoenus, hortus conclusus, edén, paraíso, arcadia y utopía a la vez, en esas islas que, en cierto momento, pasaron de ser las «islas de los afortunados», es decir, de los héroes divinizados que van a vivir en ellas, a convertirse en «islas afortunadas» por sí mismas, por su feliz clima, localización y sus maravillas.
Hay muchas islas e ínsulas felices en paralelo, pero en la geografía real ningún otro archipiélago soñado tiene más derecho a reivindicar este legado que las Canarias. No solo son afortunadas, sino que también hay algunas que no existen, como la famosa identificación popular de la isla de san Brandán con una mágica que a veces emerge entre algunas de las existentes Canarias. Geografía fantástica, historia y leyenda se funden en una combinación perfecta entre las islas Canarias y las Afortunadas.