La infanta Paz en el antiguo Reino del Cisne
Contrajo el ansiado matrimonio con Luis Fernando de Baviera el 2 de abril de 1883
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La infanta Paz de Borbón y Borbón (1862-1946), hermana del rey Alfonso XII y tía bisnieta del emérito Juan Carlos, recurrió al Altísimo para que su romance con Luis Fernando de Baviera tuviese un final feliz. El 5 de junio de 1880, ella anotó en su diario: «La tía Amalia [hermana del rey consorte Francisco de Asís] está en París con sus hijos Luis y Alfonso y su hija mayor. Luis quiere absolutamente conocerme, porque le ha gustado mi retrato… He oído hablar muy bien de Luis. Dicen que es serio y amable. Probablemente me creerá por el retrato mejor de lo que soy en realidad. Dejo todo en manos de Dios».
Sus plegarias fueron finalmente atendidas, como barruntaba la propia Paz meses después: «A mediados de enero vino Luis a Madrid y el 22, en un paseo que dimos juntos en la Casa de Campo, nos prometimos. Estábamos tan emocionados los dos, que no sé lo que nos dijimos; sólo me acuerdo que le pedí que me llevase de cuando en cuando a ver mi patria y que desde aquel día juré dedicar mi vida a hacer su felicidad». Contrajeron matrimonio el 2 de abril de 1883, en la capilla del Palacio Real de Madrid. Apadrinaron a los novios, los reyes Alfonso XII y su esposa María Cristina. Desde entonces, la vida de los recién casados fue casi siempre un cuento de hadas. Paz se sintió cautivada por la increíble belleza de Baviera, el antiguo reino del Cisne de las leyendas germánicas, donde reinaban los Wittelsbach.
Contaba ella misma fascinada a su hermano Alfonso el día en que el rey Luis II, hechizado por la música de Wagner, la invitó a ella y a su marido a sus estancias privadas. Luis Fernando iba vestido de frac, y ella, escotada. A las diez de la noche llegaron a palacio. Entraron en un salón de terciopelo rojo, en cuyo centro había un dosel bordado de oro y forrado de armiño, bajo el cual se hallaba un sillón Luis XV; sobre la chimenea, una estatua de mármol representaba a la poetisa griega Safo. Dejaron atrás varias habitaciones y se detuvieron en una puerta cubierta con una cortina. El rey la levantó y la infanta Paz se quedó atónita contemplando al otro lado un inmenso jardín, iluminado a la veneciana, con palmeras y lagos, fuentes y chozas. Un guacamayo, columpiándose en un aro de oro, le dio las buenas noches; y un pavo real pasó luego majestuosamente a su lado.
De pronto, una banda militar empezó a tocar la «Marcha de Infantes» que a Paz tanto le emocionaba. Siguieron por una vereda al borde de un lago donde se reflejaba la luna. Poco después, la infanta penetró en un pequeño cuarto con una fuente en el centro, rodeada de plantas, al que habían bautizado como la Alhambra, en recuerdo de su añorada Andalucía. Dos preciosos divanes estaban colocados junto a las paredes, y la cena preparada bajo un arco árabe… «¡Dios mío, esto es un sueño!», exclamó la infanta.
Cuando acabaron de cenar, el rey les llevó a una ruta de estalactitas; una cascada se precipitaba por allí y un rayo de luna penetraba por una grieta del techo. Como colofón a su estancia en aquel paraíso terrenal, Paz recibió de su suegro un inmenso ramo de rosas.Paz profesó también un enorme cariño a su verdadero padre: Miguel Tenorio de Castilla. Tenorio falleció a las cuatro y media de la madrugada del 11 de diciembre de 1916, en el palacio de Nynphenburg, tras residir allí durante veintiséis años nada menos, en la suite 122 del ala sur, por deferencia precisamente de la infanta Paz. ¿No revelaba acaso este detalle el inmenso cariño que la infanta dispensaba a quien consideraba su verdadero padre, en lugar del oficial Francisco de Asís, rey consorte?
Redactado de su puño y letra con una caligrafía admirable, dieciséis años antes de su muerte, el testamento de Tenorio designaba a la infanta Paz heredera universal de todos sus bienes. Otra prueba fehaciente de la relación paterno- filial existente entre ambos. Tenorio tuvo especial cuidado en no mentar el apellido Borbón en su testamento al referirse a su hija Paz.
Pero es que además, ésta aceptó gustosamente todas las pertenencias de su padre, como lo prueba un documento registrado en el Consulado de España en Munich, el 9 de marzo de 1917, aportado en su día por el doctor Manuel Martínez González, amigo de Gregorio Marañón y paisano de Miguel Tenorio.