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La increíble historia de la copa autómata

Este cáliz estaba en poder de un nómada de las estepas del Kurgán y, tras un largo periplo, podría proceder del botín del primer emperador latino de Constantinopla
Una imagen del misterioso cáliz
Una imagen del misterioso cáliz La Razón
La Razón

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Una de las víctimas frecuentes de todo conflicto militar es el patrimonio cultural. A pesar de que la «Convención para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de Conflicto Armado» de 1954 de La Haya marcase su protección legal frente a toda «destrucción o deterioro en caso de conflicto armado» y «cualquier acto de robo, de pillaje, de ocultación o apropiación de bienes culturales», la triste realidad demuestra que no se cumple e incluso que, tal y como se observa en Oriente Próximo o en Ucrania, se convierte en objetivo militar.
Así, con respecto a este último escenario se han denunciado insistentemente la barbarie cultural sufrida por el rico patrimonio arqueológico ucraniano. Ni siquiera se han salvado aquellos restos aún no excavados, como lo demuestra la profanación de necrópolis, espacios de hábitat y de culto desde la prehistoria hasta el medievo conforme eran construidas trincheras que arrasaban estos lugares o eran destruidos por drones kurganes, montículos artificiales usados como enterramientos, empleados como puntos estratégicos. Tampoco se han librado las colecciones. Es el caso de los museos de Jergón, Mariupol y de Melitópol. En este último, además de otras piezas de grandísima relevancia, las tropas rusas se apropiaron de una impresionante colección de piezas de oro de valor incalculable de los míticos escitas. No extraña que se hayan ocultado muchos otros grandes tesoros pertenecientes al legado cultural ucraniano para evitar su rapiña.
Es el caso de una extraordinaria copa del siglo XIII analizada por Warren T. Woodfin, profesor de estudios bizantinos del Queens College, en su reciente artículo «Spilled Wine, Spilled Blood: Spilling the Secrets of the Covered Cup from the Chungul Kurgan», publicado en la revista alemana «Zeitschrift für Kunstgeschichte». Se halló esta copa en 1981 durante el transcurso de una excavación de emergencia en el kurgán de Chungul, situado al norte de Crimea. Se trata de un enterramiento del siglo XIII realizado encima de otro de la edad del bronce, siendo parte del riquísimo ajuar funerario de un hombre de 50-60 años de edad que falleció tras sufrir un golpe fatal con una espada en la parte trasera del cráneo. La copa es una magnífica muestra de arte suntuario que, aunque inicialmente identificada como un incensario, fue utilizada de copa comunal para beber en banquetes por su dueño, un noble cumano. Es decir, un miembro de una población nómada de origen túrquico que dominó el norte del mar Negro hasta la llegada de los mongoles al que se honró con el sacrificio de cinco caballos y diez ovejas que le acompañaron al más allá.
La copa, manufacturada en plata dorada, con un peso de un kilo y unas medidas de 30 centímetros de alto por 17 de ancho, procede, según el estupendo análisis comparativo de Woodfin, del Occidente europeo. Es una pieza hábilmente tallada. Sobre un pie cónico reposa una ancha copa ricamente repujada con diversos motivos vegetales que se abre a través de un magnífico mango superior. En el interior, en el centro de la copa, se levanta un poste que oculta un tubo que acaba en su parte superior en lo que podría ser una piña sobre el que se apoya un león sobre sus patas traseras mientras lame el fruto. Ese poste aparece unido al fondo de la copa por una pieza perforada por seis agujeros que, según la fascinante lectura de Woodfin, funcionaba como sifón, empujando el líquido de la copa de su base hasta la piña, desde donde brotaba. Esta atractiva lectura se fundamenta en paralelos arqueológicos del mundo antiguo, como la copa de Tántalo encontrada en 2012 en Vinkovci (Croacia), datada en el siglo IV, pero también en otros testimonios medievales. Si la continuidad impresiona lo hace más la ulterior interpretación de Woodfin. Supone que no era un simple truco hidráulico sino que es un autómata, una máquina que imita a un ser vivo. De este modo, se anticipa más de un siglo a los modelos occidentales más antiguos conocidos aunque se conocen autómatas perdidos absolutamente asombrosos procedentes de las grandes urbes islámicas o de Bizancio, como la maravillosa sala del trono de Constantino VII Porfirogeneta y, de hecho, abundan las referencias en textos contemporáneos.
Pero, ¿de dónde sacó un noble nómada cumano esta pieza? Según Woodfin podría proceder del botín obtenido por la caballería cumana que, al servicio del zar búlgaro Kaloján, arrolló al primer emperador latino Balduino en la batalla de Adrianópolis de 1205, donde falleció junto con muchos de sus nobles seguidores y del que las fuentes dicen que su cráneo fue utilizado, al igual que la mismísima copa de Chungul, como vaso comunal. No en vano, la copa no es la única pieza occidental de rica factura encontrada entre el fantástico ajuar del kurgán, compartiendo espacio con otros objetos bizantinos.