Así eran las tropas africanas que ayudaron a Franco: «Todos les tenían miedo»
Legionarios, regulares y tiradores del Ifni, tropas profesionales y altamente motivadas, se convertirán en la punta de lanza del ejército sublevado tras el estallido de la contienda
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El 19 de julio de 1936, apenas dos días después del estallido del golpe de Estado contra la República, desembarcaron en Cádiz los primeros soldados del Ejército de África y, en los días que siguieron, empezaron a llegar a Sevilla y al suroeste de la península, desde allende el estrecho, más tropas de legionarios y regulares, la élite del ejército español, para convertirse en la baza fundamental de los primeros compases de la guerra civil que estallaba en paralelo con la rebelión militar.
A primeros de 1936 el Ejército de Tierra español estaba claramente dividido en dos partes, las tropas de reemplazo, formadas por quintos llamados a cumplir el servicio militar, en general con muy poca motivación y en una situación que seguía siendo injusta a pesar de los intentos de reforma promovidos por Manuel Azaña durante el primer gabinete republicano; y el Ejército de África, integrado por soldados bien entrenados cuyo trabajo era combatir y cuyas perspectivas de futuro estaban en los campamentos. Estos combatientes, afincados en el protectorado de Marruecos, eran el único ejército profesional de que disponía el país, lo que los hacía mucho más valiosos, militarmente hablando, que los civiles llamados a filas que poblaban los cuarteles peninsulares. Sin embargo, exceptuando los que habían participado en la represión de la Rebelión de Asturias de octubre de 1934 y algunos veteranos de las guerras del protectorado, terminadas hacía nueve años, pocos de ellos tenían experiencia real de combate.
El componente europeo –fundamentalmente español a pesar de su vocación internacional– de estas fuerzas era el Tercio de Extranjeros, fundado por Millán Astray en 1920. Se trataba de una unidad de choque fundada con una mística propia plasmada en el llamado «Credo legionario», basado en doce espíritus que contenían principios como «no abandonará jamás a un hombre en el campo», «no se quejará de fatiga, ni de dolor, ni de hambre» o «desde el hombre solo hasta la Legión entera, acudirá siempre donde oiga fuego [...] aunque no tenga orden para ello». El 17 de julio de 1936 este cuerpo, que durante la guerra adoptaría su nombre definitivo de La Legión, constaba de unos cuatro mil doscientos efectivos equipados con el mejor armamento disponible por entonces en las fuerzas armadas españolas.
Junto a esta élite se desplegaban otras unidades de excelente calidad como los Regulares o las Mehalas jalifianas. Los primeros eran tropas nativas y españolas comandadas por oficiales peninsulares y encuadradas en el Ejército español. Su misión original había sido asegurar «la tranquilidad del territorio y el desarrollo, a su amparo, del comercio y demás fuentes de riqueza del país», y desde su fundación habían sido la punta de lanza de todos los combates sostenidos en Marruecos, evitando así las bajas de soldados de reemplazo que tan caras salían para el Gobierno de turno. Cuando estalló la rebelión esta fuerza sumaba un total de 8990 combatientes, de los que 2160 eran españoles. Por el contrario, en las Mehalas jalifianas la totalidad de la tropa era nativa y, aunque estaban mandadas por oficiales españoles, orgánicamente dependían del sultán de Marruecos y no del Gobierno de Madrid. Fundadas a raíz de la Conferencia de Algeciras de 1906 con el objetivo de crear un cuerpo de tropas instruidas a la europea que sirvieran de germen a un futuro Ejército marroquí, este nunca llegó a constituirse y acabaron a medio camino entre una fuerza policial y una puramente militar que, en julio de 1936, tenían tan solo 4632 efectivos.
Estos dos contingentes, junto con los tiradores de Ifni –una fuerza específica organizada en el territorio atlántico de Sidi-Ifni, al sur de Marruecos, que ascendía a 1235 efectivos– recibieron durante la Guerra Civil el apelativo genérico de «moros» y fueron caracterizados por los medios republicanos, no siempre sin razón, como ladrones, asesinos y violadores, enardecidos por el «instinto de rapiña» y como antiespañoles, lo que tiene cierto sentido ya que algunos de ellos, o sus padres, habían combatido activamente contra las fuerzas peninsulares durante las guerras de Marruecos. Lo cierto es que estos combatientes, junto con los del Tercio de Extranjeros, sembraron a menudo el terror entre las filas republicanas, bastando su mera presencia para que se abortara un ataque o se abandonara una posición, ventaja que se magnificó cuando, tras operar como un todo durante la marcha sobre Madrid del segundo semestre de 1936, las unidades del Ejército de África fueron distribuidas por las divisiones en formación del Ejército franquista a fin de dotarlas de una fuerza de choque fiable que complementara a las unidades de origen miliciano o de recluta.
- "[[LINK:EXTERNO|||https://www.despertaferro-ediciones.com/revistas/numero/especial-xl-ejercitos-de-la-guerra-civil-ii-el-ejercito-de-africa-legion-franco/|||El Ejército de África]]" (Desperta Ferro Espciales), 84 páginas, 8,50 euros.