Fecha: 1793. Según Villaurrutia, el conde de Teba, Eugenio Eulalio Portocarrero Palafox, primogénito de la condesa del Montijo y heredero del título, fue uno de los grandes amantes regios.
Lugar: Madrid. Al conde de Montijo le sucedió entre los amantes Agustín Lancaster, hijo del duque de Abrantes, a quien Villa Urrutia calificaba de “conquistador acreditado con más experiencia”.
Anécdota. A Manuel Mallo, criollo venezolano, oriundo de Popayán y con familia avecindada en Caracas, se le incluyó también en la lista de amantes de la insaciable soberana.
El abate Muriel no vacilaba en afirmar que la reina
María Luisa de Parma, esposa del rey
Carlos IV y madre del también rey Fernando VII,
había tenido varios amantes, además de Manuel Godoy y del hermano mayor de éste, Luis, incorporado antes que aquél al Real Cuerpo de Guardias de Corps.
De hecho, Luis Godoy tuvo que salir precipitadamente de la corte por el escándalo de su romance con la reina, dejando libre el campo a su hermano Manuel, que desde entonces se convirtió en favorito indiscutible, aunque la reina siguiese contando con sustitutos ocasionales.
La extensa relación de amantes de María Luisa la extrajo en buena parte el marqués de Villa Urrutia, su polémico biógrafo, de un librito no menos controvertido de Chartreau, titulado originalmente en francés 'Vie politique de Marie Louise de Parme, reine d’Espagne' y publicado en París en 1793. De la misma lista de donjuanes daba fe también, por cierto, el cronista regio de Madrid, Pedro de Répide, informador privilegiado de los entresijos de la Corte.
¿Quiénes eran, pues, los afortunados galanes que podían presumir de compartir, aunque sólo fuera esporádicamente, la alcoba de la reina de España? El marqués de Villa Urrutia nos ilustra así sobre tan delicado asunto en su obra 'La reina María Luisa, esposa de Carlos IV' (Madrid, 1927): “El que encabezó la lista, no corta, de los bienaventurados que figuraron en la Corte celestial de María Luisa, por haber sido, sin duda, el más osado, fue el conde de Teba, D. Eugenio Eulalio Portocarrero Palafox, primogénito de la condesa del Montijo y heredero del título y grandeza”.
Se la definió como una "chulapona desgarrada, maja bravía donde las hubiere, buscadora perpetua de las sensaciones viriles de los apuestos cortesanos que la rodeaban"
Como este conde de Montijo fue uno de los promotores, en 1808, del motín de Aranjuez contra los reyes y contra Godoy, Villa Urrutia infiere que lo hizo “por el deseo de vengarse de la mujer olvidadiza y caprichosa que con él había compartido los divinos goces del amor primero”. Es decir que, según el controvertido biógrafo de la reina, el primer amante de ésta conocido fue precisamente el conde de Montijo, afiliado luego a la masonería e impulsor también de la sublevación del general Riego contra el poder absoluto de Fernando VII.
Al conde de Montijo sucedió Agustín Lancaster, hijo del duque de Abrantes, a quien Villa Urrutia calificaba de “conquistador acreditado con más años y experiencia que los ardidos Guardias”, en alusión a los hermanos Godoy.
Tras Montijo y Lancaster se situaba, como tercer amante de la reina, un hombre singular, Juan Pignatelli, más tarde conde de Fuentes. Pignatelli quedó exento de los Guardias de Corps desde septiembre de 1775. Tres años después se le señalaba ya como la persona de mayor aceptación en el cuarto del príncipe y de la princesa de Asturias. “El exento -apostillaba Villa Urrutia- tenía veinte años, y María Luisa a los veintisiete había sido ya, por lo menos, tres veces adúltera”.
Presa de los celos, la reina se las arregló para que a Pignatelli se le destinase finalmente a París en misión diplomática. Irritaban terriblemente a María Luisa los escarceos amorosos de su entonces favorito con la duquesa
Cayetana de Alba, uno de los puntales de la compleja corte de Carlos IV. La reina tampoco soportaba que la duquesa Cayetana fuera más culta y bella que ella.
Pronto se sumó, a su relación de amantes, un tal Manuel Mallo, criollo venezolano, oriundo de Popayán y con familia avecindada en Caracas, que enseguida hizo las delicias de la insaciable soberana. Curiosamente, Mallo era amigo íntimo de Esteban Palacios, tío del joven
Simón Bolívar, futuro libertador de América.
Mallo era otro apuesto guardia de Corps que atrajo como un imán la mirada lasciva de María Luisa. No en vano Hans Roger Madol, en su obra 'Godoy, el fin de la vieja España' (Revista de Occidente, 1935), aseguraba que la reina era una “chulapona desgarrada, maja bravía donde las hubiere, buscadora perpetua de las sensaciones viriles de los apuestos cortesanos que la rodeaban y de los más granados guardias de corps”.
Finalmente, en 1808, tras los terribles sucesos de Aranjuez, la reina María Luisa escribió a su hija, la reina de Etruria: “Pedimos [al gran duque de Berg] que salve al Príncipe de la Paz y que nos lo deje cerca de nosotros para acabar juntos, tranquilamente, nuestros días”. ¿Pueden concebirse acaso amor y dependencia mayores del gran favorito en la corte de Carlos IV? Fue así como Manuel Godoy, el Príncipe de la Paz, se convirtió así al final en el auténtico monarca del lecho palaciego.
VIEJA Y FEA
Sobre Manuel Mallo, el siempre bien informado doctor Cabanés relataba una divertida anécdota a propósito de las aventuras extraconyugales de la reina ninfómana. La escena tuvo lugar en marzo de 1800, tras una pelea pasajera de María Luisa con su amante el Príncipe de la Paz:
–Manuel [dijo el rey a Godoy], ¿quién es ese Manuel Mallo, que todos los días cambia de coche y aparece con caballos nuevos? ¿De dónde saca el dinero para satisfacer gustos tan dispendiosos?
–Señor [replicó Manuel Godoy con la mayor seriedad del mundo], Mallo, en efecto, no posee un solo maravedí, pero se dice que lo sostiene una mujer vieja y fea que roba a su marido para pagarse un amante.
El rey comprendió la alusión y, riéndose a carcajadas, dijo:
–¡Cómo, María Luisa! ¿Qué piensas tú de eso?
–¡Ah, Carlos! [respondió la interrogada], ¿no sabes tú que Manuel se complace en bromear?