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Crítica de "Los restos del pasar": la vida es un drama ★★★

Dirección: Luis (Soto) Muñoz, Alfredo Picazo. Guion: Luis (Soto) Muñoz. Intérpretes: Antonio Reyes, Rodrigo Ramírez, Paco Ariza, Rafael Ramírez, Jesús J. Corredor. España, 2024. Duración: 83 minutos. Docuficción.
Un fotograma de "Los restos del pasar"
Un fotograma de "Los restos del pasar"Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Barcelona Creada:

Última actualización:

Manos que pintan, que cosen, que cocinan, que rezan… Como si se tratara de una película de Bresson, las manos de “Los restos del pasar” se convierten en un ‘leitmotiv’ visual que evoca la capacidad del gesto manual para ser depósito del tiempo, lo que Henri Focillon consideraba “los símbolos lineales de las cosas pasadas y futuras, al menos las huellas o algo como las memorias de nuestra vida ya olvidadas en otra parte”. En esta docuficción lo que importa es, precisamente, cómo el tiempo reposa en los recuerdos, cómo se traduce en acciones creativas, cotidianas o místicas, que, para el caso, son lo mismo. 
Lo dice el protagonista, Antonio, desde la voz en off: “La vida es un drama, no importa cuánto dura sino cómo se representa”. Es, sin ir más lejos, lo que hace evocando su infancia en Baena: tanto sus conversaciones con un pintor local, Paco, como su observación de la liturgia que empapa las procesiones de Semana Santa en su pueblo natal no hacen sino ilustrar esa afirmación, esa “puesta en escena” de la vida a la que hay que atender en todo su aparato retórico, sobre todo para contraponerla al miedo a la muerte. 
La película se deja llevar por un aliento poético al que a veces le cuesta dejar huella. Deliberadamente caótica, porque está sometida a la lógica arbitraria del relato evocativo, adquiere su mayor intensidad plástica en la filmación directa de las procesiones, en la desnudez desgarradora del canto de las saetas, en la preparación de la pasión teatral de Jesucristo, que se presenta ante nuestros ojos con el poderío estético de un corto de Val del Omar. 
Parece que el objetivo de Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo es secuestrar la belleza atávica de esas tradiciones, y que entablen un diálogo con otra manera de captar la esencia de las cosas -o de luchar contra la muerte- como es el arte. Ese diálogo, que también es el que mantienen el blanco y negro y las pinceladas de color, y la madurez con la infancia, no siempre fluye orgánicamente, como si el filme, hecho de brillantes retazos, titubease un poco, y presa de sus derivas, intentara cerrar su discurso con las palabras de Alberto cuando las imágenes parecen haber agotado su potencial poético.
Lo mejor: 
Las escenas de Semana Santa, las procesiones y las saetas, filmadas con una gran fuerza plástica.
Lo peor: 
Es en exceso errática en su estructura, y esa dispersión no siempre está justificada desde el relato memorístico.