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Crítica de "El baño del diablo": todas somos brujas ★★★★ 1/2

Dirección y guion: Severin Fiala y Veronika Franz. Intérpretes: Anja Plaschg, David Scheid, Maria Hofstätter, Tim Valerian Alberti, Natalija Baranova. Austria, 2024. Duración: 120 minutos. Drama.
Un fotograma de "El baño del diablo"
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Que “El baño del diablo” se abra con el asesinato de un bebé podría hacernos temer el tremendismo de una fábula gótica empapada en sangre, pero muy pronto veremos que lo único que pretenden Veronika Franz y Severin Fiala es desmitificar la figura totémica de la bruja, descubrir la cruda realidad que esconde un mito creado a mayor gloria de la hipocresía patriarcal del catolicismo más recalcitrante. 
Esa desmitificación, situada en el Alta Austria de mediados del siglo XVIII, desenmascara la fragilidad de las mujeres atrapadas en el espacio doméstico, privadas de su libertad de acción y pensamiento, sumidas en una depresión que solo podía entenderse por sus verdugos como una enfermedad diabólica. 
“El baño del diablo” no es, ni mucho menos, un filme-denuncia al uso, ni tampoco un manifiesto feminista, aunque las provocativas ideas que pone a circular, basadas en casos reales, resuenen especialmente en la contemporaneidad. Esta tragedia espartana, tan próxima al “Dies Irae” de Dreyer como a una versión rural, enfangada, de “Jeanne Dielman”, es, en verdad, una película de terror que nunca recurre a lo sobrenatural para helarnos el alma. 
Ni una sola decisión de puesta en escena parece desviarse de su objetivo, que es que compartamos el sufrimiento de una mujer (una excelente Anja Plaschj, también autora de la música) cuando decide separarse del camino de lo normativo; cuando, en fin, su deseo es percibido como un pecado, una anomalía de la naturaleza, que el sistema debe exterminar. “El baño del diablo” demuestra, áspera e incómoda, que todas podemos ser brujas, incluso cuando las hogueras han dejado de crepitar.
Lo mejor: Franz y Fiala hablan de la condición de la mujer oprimida con rigor y sin concesiones.
Lo peor: Su aspereza puede incomodar a espectadores no avisados.