Bismarck y el complot contra los Borbones
El gabinete del canciller dirigía el plan secreto contra la Familia Real española
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La Historia, por ignorancia en este caso, ha guardado sepulcral silencio sobre el terrible episodio que nos disponemos a desvelar un siglo y medio después de producirse. El Archivo del Palacio Real de Madrid guarda aún ignotos tesoros sobre la dinastía que reina hoy en España; y uno de éstos es, sin duda, el intento de asesinato de la entonces princesa de Asturias, Isabel, y de su hermano el rey Alfonso XII, de tan sólo diecisiete años. Un doble magnicidio que, de haberse saldado con éxito, habría «guillotinado», como en la Francia del siglo anterior, la monarquía de los Borbones en España.
Alfonso XII sufrió un primer atentado el 25 de octubre de 1878, a manos del tonelero anarquista Juan Oliva Moncasi, que disparó hasta tres veces contra él a la altura del número 93 de la calle Mayor. Pero montado en su caballo, al frente de un séquito militar, el monarca salió milagrosamente ileso. Al año siguiente, el rey volvió a ser encañonado por otro anarquista, el panadero Francisco Otero, autor de varios disparos también fallidos contra el monarca y su segunda esposa, la reina María Cristina, mientras regresaban a palacio en carruaje descubierto tras un paseo por el Retiro.
Pero antes de ambos regicidios frustrados hubo otro ignorado hasta hoy que pudo acabar con las esperanzas e ilusiones del floreciente trono de los Borbones.
Investigando entre legajos polvorientos, descubrí hace algunos años un manuscrito de una veintena de folios cuyo encabezamiento llamó poderosamente mi atención: «Secretísimo», estampó con tinta negra su autor, Francisco Merry y Colom, embajador de España en Berlín. Fechado el 1 de abril de 1875 en la capital alemana con el membrete de la Legación de España, el despacho advertía del delicadísimo asunto a tratar: «Sobre el complot contra la vida de S. M. el Rey y su Alteza la Princesa de Asturias».
El destinatario de tan alto secreto de Estado no era otro que Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros. El mismo que alentó de manera decisiva la restauración monárquica en España, culminada con el golpe de Estado del general Martínez Campos en Sagunto. Todo empezó la mañana del 31 de marzo de 1875. A las diez y media, el embajador español en Berlín recibió la visita inesperada de un mensajero en su residencia del hotel Royal. El criado le tendió una tarjeta de presentación que decía: «Conde de Bray Steinburg, secretario de la Embajada de S. M. el Emperador de Alemania».
Instantes después, el caballero que aguardaba afuera irrumpió en el salón alhajado; su gesto afligido puso en guardia enseguida al diplomático español. El conde Bray tenía que hablarle de un asunto muy grave. Dirigía él entonces, en la sombra, el Gabinete privado de Otto von Bismarck, canciller y artífice de la unificación alemana. Hacía unos días que Bismarck había recibido aviso de uno de sus agentes secretos en Madrid, alertándole de que los carlistas y federales tramaban un atentado contra las vidas de Alfonso XII y de su hermana Isabel.
Para cerciorarse de tan grave asunto, el príncipe Bismarck envió a Madrid a un agente de su máxima confianza, apellidado Regray. El mismo que destacó en su día en la capital para averiguar quiénes habían asesinado al general Prim. Nada más enterarse Bismarck, hizo llamar al conde de Bray a Londres, donde estaba en comisión de servicio, y le citó en su casa de campo para ponerle al frente del asunto. Al parecer, la ejecución del atentado se había adelantado por la actitud del general carlista Cabrera. Von Bismarck exigió que solo se informase de ello a Cánovas.
Aseguró que el obispo de Urgel, monseñor Caixal y Estradé, era uno de los instigadores. Al parecer, el prelado había sufrido ya varios destierros por simpatizar con la causa carlista y oponerse a los decretos liberales del gobierno. Además, en la tercera guerra carlista fue nombrado vicario general castrense de las tropas del pretendiente. Manuel Ruiz Zorrilla, ex presidente del gobierno con Amadeo de Saboya, figuraba también implicado en el complot, habiendo aceptado incluso un puesto en el nuevo régimen, lo cual no resultaba extraño teniendo en cuenta su enconado enfrentamiento con Cánovas y su oposición sistemática a la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII. Ruiz Zorrilla representaba un peligro cierto en el exilio. Era un masón redomado.Los asesinos estaban en París y decidieron vigilarlos para que no regresen a España. La reina Isabel II no supo nada del asunto antes de abortarlo para no afligir su corazón de madre.