La batalla cultural contra lo woke gana elecciones
La victoria de Milei en Argentina parece marcar un antes y un después en ese despertar ideológico populista e identitario, tal y como vaticinaban los expertos
Madrid Creada:
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No parece descabellado hablar de un hartazgo general ante la ideología woke, un movimiento que había conseguido calar en la sociedad, con su buenismo pueril y simplón, e instalarse en las instituciones y la academia. Hace ya un año que Alejandro Zaera-Polo, exdecano de la facultad de Arquitectura de Princeton y autor del libro «La universidad de la posverdad. El mundo académico en la era de la cancelación, el pensamiento ‘‘woke’’ y las políticas identitarias», se atrevía a predecir un declive, atisbando ya cierto hastío, y que, por entonces, podía parecer en exceso optimista. «Yo creo que esto se va a acabar», decía en estas mismas páginas. «Creo que ya ha llegado al cenit y ahora va a ir hacia abajo. La situación es tan disparatada que tiene que caer por su propio peso. Yo creo que el problema básicamente es esa idea de que las identidades prevalecen sobre los méritos; que da igual lo que hagas, lo importante es lo que eres. Tengo la teoría de que dos cosas que han ocurrido recientemente van a marcar el final de todo este delirio: una es el Covid, que no respeta ninguna identidad. La otra es la guerra de Ucrania. Hay una serie de fenómenos en los que pensar en términos de identidades es absurdo: Covid, calentamiento, destrucción ecológica… No se pueden resolver con base en raza, género. Es una especie de nueva Edad Media, tanto en términos de nacionalismo como de guerras de raza y género. Se está compartimentado cada vez más en nombre de la inclusividad, se utilizan mecanismos de discriminación positiva para segregar. Más racista que eso es imposible».
Estas palabras parecen hoy un vaticinio, justo cuando el triunfo de Javier Milei en Argentina, con un discurso abierta y desprejuiciadamente antiwoke, parece marcar un antes y un después de ese «despertar» ideológico de lo populista y lo identitario. Milei, casi desde el histrionismo, convencido de que al activismo hiperventilado solo se le puede combatir con sus mismas armas si se juega en su terreno (y se juega si se acepta ese marco argumental) ha sabido dar con la tecla: no esquivar la batalla cultural. Ante cada «donde hay una necesidad, hay un derecho» de un kirchnerismo que supo, oportunamente, abrazar lo woke porque le convenía, un «no vine a guiar corderos, sino a despertar leones» de un hombre que ha decidido ser antes personaje. Con su «La libertad avanza» ha logrado una victoria allí donde parecía imposible. ¿Es esta una señal de que la batalla cultural es ineludible? ¿De que enfrentar desprejuiciadamente a los populismos, obsesionados con lo políticamente correcto y las políticas identitarias, y hacerlo con sus mismas armas gana elecciones? ¿Sería esa la única solución? ¿No sería, en cierto modo, un triunfo del propio movimiento woke conseguir enfrente otro perfectamente especular?
Robert Bevan, en su libro «Mentiras monumentales», en el que analiza cómo ciertas narrativas son utilizadas como arma política al resignificar el pasado para manipular ideológicamente el presente, apunta: «No nos encontramos tanto enfrascados en medio de una flamante guerra cultural como hundidos hasta las trancas en la última batalla de un conflicto social que lleva en marcha varias décadas y hoy cotiza al alza de nuevo. En un bando, encontramos el temor hacia nuestros semejantes, heredado directamente del 11-S y del acaparamiento neoliberal de la esfera pública, sumado al auge del nacionalismo y el nativismo; en el bando contrario, encontramos las críticas queer, de raza, feministas y decoloniales vertidas contra el canon monumental, responsables de conseguir cambiar parcialmente el curso de la conversación. En este sentido, los lugares históricos y nuestros paisajes conmemorativos no han dejado de estar en disputa durante los últimos siglos, pero hoy asistimos a una pugna ferozmente renovada que coloca en la primera línea de batalla a la arquitectura y al legado histórico».
Para la escritora y articulista Carmen Domingo, autora del libro «Cancelado, el nuevo macartismo», el problema no es únicamente que «ni ellos mismos se den cuenta del disparate que supone primar lo políticamente correcto, la defensa de la cancelación, lo sectario, las minorías, el tratar de impedir la libertad de opinión… el problema real es que esa izquierda woke se ha desvinculado tanto de la razón que está dejando en manos de la derecha la sensatez. Una derecha que, creo, está preocupada por otros temas y aprovecha el despropósito de estos modernos para responder con sensatez y que, de otro modo, quizá ni entraría en estos debates».
Dictadura de la minoría
Y es eso lo que parece estar cambiando el panorama precisamente, que la derecha sí está dando la batalla cultural. Y no toda de manera airada e iracunda. Algunos desde la razón y la sensatez. Y ahí es precisamente donde la izquierda más radical ha perdido el pie, al ver que los que siempre estuvieron a otras cosas, los que no prestaron atención a un fenómeno que, al extenderse, permitió que se diera lo que el ensayista Nassim Taleb llama «la dictadura de la pequeña minoría» y cuyo funcionamiento explica en su libro»Jugarse la piel: asimetrías ocultas en la vida cotidiana»: «Basta que una minoría intransigente alcance un nivel minúsculo, digamos el tres o el cuatro por ciento de la población total, para que toda la población tenga que someterse a sus preferencias. Además, una ilusión óptica viene con el dominio de la minoría: un observador ingenuo tendría la impresión de que las elecciones y preferencias son las de la mayoría». Y esa dictadura de la minoría, sustentada por la displicencia de una mayoría que no supo calibrar el poder de una minoría fanatizada y ruidosa, revanchista e intolerante, que podía colonizar, y así lo hizo, ciertas esferas de influencia, ahora cree poseer en exclusiva una autoridad que no le correspondería. Pero… ¿hace bien la derecha (y la no izquierda: este hartazgo parece transversal, no solo patrimonio exclusivo de la derecha, sino también de quien estando a la izquierda no se siente representado por esta actual) en utilizar los mismos registros de aquello que quiere enfrentar, una reacción especular? ¿O la estrategia debe ser otra?
Según el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, puesto que la visión de aquellos surge del profundo desprecio por la civilización occidental y por nuestra historia, culpable de todos los pecados opresivos, lo que deberíamos hacer es los contrario: «Valorar de nuevo los logros de nuestra civilización. Nuestros grandes aliados son los clásicos: leerlos, estudiarlos, enseñarlos, aprender de ellos. Ellos tendrán a Ana Patricia Botín y mucho dinero, de acuerdo; nosotros tenemos a Séneca, Boecio y Mill». Para Zaera-Polo, «es importante seguir argumentando, defendiendo las ideas y buscando la verdad. Es un deber moral: hay que desmontar ese sistema. Hablando en lugar de estar callados y dejar que esta gente permanezca».