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Guido Reni: vicios y virtudes del anticaravaggio ludópata

El Museo del Prado revisita al artista italiano en una retrospectiva que ahonda en su belleza "perfecta", pero que también repasa su posible misoginia y la caída en el juego que le llevó a pintar en serie para pagar las deudas
El Prado muestra dos versiones del «Hipómenes y Atalanta» de Guido Reni: una propiedad del Museo del Prado (Madrid), y otra, del napolitano Museo de Capodimonte Alberto R. Roldán La Razón

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En apenas 100 metros, a uno y otro lado de la fuente de Neptuno, Madrid acoge dos representaciones muy diferentes del cuerpo humano: el desafío a las normas de Lucian Freud (Thyssen) frente a la "perfección" de un Guido Reni que llega ahora a las salas del Museo del Prado para recorrer la obra de un hombre que ha transitado por los altibajos de la historia de la crítica. En vida, fue reverenciado y apreciado en toda Europa; también en España, donde se convirtió en capricho de potentados, como la Corona, e inspiró a Murillo, Zurbarán y Velázquez. Se llegó a decir que había superado la perfección, pero el siglo XIX llegaba con aires opuestos y se le condenó al ostracismo. Solo bien entrado el XX se le recuperaría para llegar al hoy, donde la pinacoteca de Miguel Falomir se suma a esa puesta en valor: "Parece difícil concebir esa devaluación en la actualidad», comenta el director de «una obra que encapsula todo un movimiento artístico".
Basta observar la trayectoria de Hipómenes y Atalanta para comprobar esas subidas y bajadas en un solo cuadro: una pieza que, en época de Felipe IV, perteneció a las colecciones reales antes de quedar degradada a la categoría de copia y ser dejada en depósito en la Universidad de Granada, donde permanecería ignorada hasta 1964 con su retorno a Madrid.
Ese mismo cuadro es hoy una de las obras centrales de la retrospectiva de Reni, y lo hace por partida doble con el lienzo propiedad del Prado y el del Museo e Real Bosco di Capodimonte. Un juego de espejos que el comisario, David García Cueto, ha dispuesto para lanzar la pregunta de cuál de los dos está por encima, "aunque la respuesta depende de si se da en España o en Italia". "Para mí", comenta, "por detalles en la elaboración de los pies y de la finura del rostro, la del Prado tiene más entidad, pero no es una opinión definitiva. Eso lo tiene que decir la circulación de expertos internacionales por la exposición. Es la oportunidad de sacar una conclusión". Enfrente, dos mármoles (Hypnos y Afrodita agachada) aprovechan la sala octava de la exposición para dialogar, en pleno "duelo", con la pareja de óleos.
En palabras de Falomir, "los grandes maestros deben ser revisitados"; y en ese derecho de cada generación a releer el pasado, se engloba esta muestra de Guido Reni homónima que aborda la figura barroca después de 35 años sin hacerlo. Lo hace de una forma muy diferente a la de hace 400 años, cuando se pintaron los cuadros: Ya no interesa tanto la dimensión religiosa "como ahondar en la misoginia y la ludopatía" –sostiene el director– que llevó al artista a pintar en serie durante sus últimos años para saldar las deudas contraídas con las cartas y los dados. "Lo hace de forma frenética y evoluciona hacia lo sintético, lo que le iguala con otro artista como Tiziano", sostiene García Cueto.
Respecto a lo primero, el comisario apunta al "error de partida" de "aplicar categorías del siglo XXI a épocas pretéritas. Hay que ser cauteloso con eso. Deben hablar las fuentes, la verdad histórica y los testimonios". Reni era tenido por sus contemporáneos como un ser "angelical" y con una "visión idealizada de la mujer" –recuerda García Cueto– arraigada en la cultura italiana del humanismo y barroca que parte de Petrarca.
El museo plantea así un recorrido de la Bolonia de 1575 a la de 1642, nacimiento y muerte de un Reni que recibe al espectador con un autorretrato en el que ya muestra hechuras de gran maestro. Luego, un centenar de obras (algunas de los creadores en los que impactó) que sirven para analizar su carrera, desde su influyente viaje a Roma, en el que descubrió a Rafael y Caravaggio, con el que comenzaría una rivalidad; al Ánima bienaventurada que sirve para despedir el paseo con un guiño a esa doble vertiente de un Guido Reni divino» y terrenal, condenado a los vicios mortales. "La exposición pretende reivindicar la valía de su legado y presentar al visitante un creador cuyos códigos de belleza siguen siendo de inspiración y objeto de deleite para los que se acercan a su obra", resume el comisario.
Los once ámbitos en los que se dividen las salas A y B del Prado contienen el "mayor núcleo de obras de Reni [73 + 23 de otros artistas] que nunca se han expuesto". Llamativas son las once esculturas que "incentivan el diálogo con los lienzos de las paredes" y que sirven para completar las líneas argumentales que se apoyan en un recorrido biográfico, la belleza del cuerpo y el coleccionismo e influencia del italiano en la España del Siglo de Oro.
Los cuerpos de los hombres y las mujeres que recrea Reni se convierten en el medio de expresión de la belleza física y también la manera de llegar a la espiritualidad, lo trascendente. Y, ahí, el arte escultórico cobra importancia en este personaje "por la repercusión que tuvieron las creaciones pictóricas del artista en la siguiente generación de escultores", apunta García Cueto de un aspecto que se ejemplifica en "La caída de los gigantes" y su posterior interpretación por Alessandro Algardi en Júpiter y los gigantes, un bronce de algo más de un metro de alto.
En ese camino hacia la perfección, se llegó a asegura que las pinturas de Reni "la habían trascendido" después de su indagación en maestros como Denys Calvaert y Annibale Carracci. Pero la explosión de Reni estuvo en ese citado viaje a Roma, donde se acerca a las novedades artísticas de su tiempo buscando la excelencia de los grandes maestros del Renacimiento. Allí la casualidad le lleva a Caravaggio, "que le impacta" y le ofrece unas pautas de reflexión que terminarán virando en una enemistad que le llevará a ganarse el sobrenombre del "anticaravaggio".
"Forjará así un estilo distinto y propio", defiende el comisario, que se aprecia en la "Matanza de los inocentes", convertido en icono de su cuidad, Bolonia. Otro de los fuertes del recorrido está en el "Baco y Ariadna" logrado "gracias a la investigación de la exposición" de una colección particular y expuesta 200 años desde la última vez que se vio públicamente.
Y al final, el alma cristiana tocando el paraíso, Ánima bienaventurada, donde "el genial Reni humano sintetiza su carrera", cierra el García Cueto.
Cuenta García Cueto, que no se imaginaba la retrospectiva sin un cuadro concreto, La Inmaculada Concepción del Metropolitan neoyorquino, y lo consiguió. Pero son muchas las pinceladas de Reni en las que merece pararse. Desde La unión del Dibujo y el Color, los tres San Juan Bautista en el desierto, Hipómenes y Atalanta... Y, por supuesto, El triunfo de Job, un cuadro que se salvó de la quema parisina de Notre Dame y que ha viajado a Madrid para regocijo del Museo del Prado y de los visitantes de la muestra.