Carmen Laffón, la figuración que acariciaba lo abstracto
La artista sevillana, principal representante del realismo pictórico español y europeo durante el siglo XX, falleció ayer a los 87 años
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Con la muerte de Carmen Laffón, a los 87 años de edad, desaparece la principal representante –junto con Luis Gordillo– del arte sevillano de la segunda mitad del siglo XX. Este sería un buen titular con el que resumir la extensa trayectoria profesional de Laffón si no fuera porque ofrece una visión distorsionada y reducida de su dimensión artística. Y es que, en verdad, el contexto en el que debe valorarse la obra de Laffón no es solo el de la escena sevillana, sino el de la figuración española y europea de las últimas décadas del siglo anterior. Los reconocimientos que la artista recibió a lo largo de su vida evidencian la autoridad indiscutible de su corpus pictórico: Premio Nacional de Artes Plásticas, académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y objeto de una amplia retrospectiva por el Museo Reina Sofía en 1992.
Hay dos circunstancias biográficas que permiten comprender el privativo universo artístico de Carmen Laffón: de un lado, su encuentro con la galerista Juana Mordó, en 1961; y, de otro, su decisión de vivir entre Sanlúcar de Barrameda y Sevilla, apartada, de este modo, del principal centro del realismo español: Madrid.
Juana Mordó y la abstracción
En 1961, Carmen Laffón conoció a Juana Mordó, quien, de inmediato, la fichó para la Galería Biosca y, posteriormente, para el proyectó empresarial que ella misma montó con su propio nombre. Lo extraordinario de este hecho es que Juana Mordó fue la gran marchante de la abstracción española. En concreto, del Grupo El Paso. Si se repasa la nómina de artistas representados por su galería, encontraremos a figuras como Manuel Millares, Antonio Saura, Lucio Muñoz, Pablo Palazuelo o Fernando Zóbel. Tan solo Antonio López y ella incorporaban al proyecto de Mordó un paradigma estético alejado del informalismo imperante: una propuesta figurativa que, aunque encuadrada genéricamente dentro de la categoría del «realismo», exige ser matizada. De hecho, la relación de Carmen Laffón con la abstracción no ha sido de exclusión o de directa confrontación, sino, antes bien, de interiorización a su lenguaje figurativo de elementos estructurales de ella. Uno de los máximos referentes artísticos de Laffón –reconocido hasta la saciedad– ha sido Mark Rothko. A partir de la década de 1970, la artista sevillana comenzó a organizar sus composiciones mediante bandas horizontales que, por la economía de medios y el silencio casi sagrado que aportaban, parecían articularse como ecos de las pinturas del maestro del expresionismo abstracto.
Además, en sus paisajes y bodegones –los dos géneros que más prolijamente cultivó–, los diferentes elementos representados aparecen provistos con una «corporeidad precaria», que les impide afirmarse nítidamente en el espacio real. Filtrados por espesas veladuras, y figurados a través de pinceladas cada vez menos precisas, los mundos que ha entregado Carmen Laffón aparecen parcialmente deshechos, sin voluntad de permanecer firmes entre los contornos del dibujo. Sin duda alguna, la pintora sevillana es la representante de la figuración española de mitad de siglo XX que mejor ha sabido conjugar los lenguajes del realismo y de la abstracción, mostrando, como si de obviedades se tratase, que ambas categorías estéticas compartían muchas más cualidades expresivas de las que le separaban.
Una pintora «ex -céntrica»
Hablar de realismo en España es hacerlo de Madrid, y, más concretamente, del denominado «grupo de los López»: Antonio López, María Moreno, Julio y Francisco López Hernández, Esperanza Parada, Isabel Quintanilla y Amalia Avia. ¿Cuál fue la relación de Carmen Laffón con ellos? De amistad, desde luego, y de compañeros en no pocas exposiciones consagradas, desde inicios de los 90, a cartografiar las diferentes regiones del realismo español contemporáneo. Sin embargo, Carmen Laffón, pese a constituir una de las figuras gigantescas de la figuración autóctona, mantuvo siempre una posición «ex -céntrica», periférica, con respecto al grupo de realistas madrileños. Y este carácter «ex -céntrico» no solo se concretó en términos geográficos –su ya referida decisión de vivir entre Sanlúcar y Sevilla–, sino también estilísticos. La pintura de Laffón siempre se mostró más luminosa y expansiva que la de sus colegas madrileños: sus atmósferas son palpitantes y limpias y, por tanto, alejadas de la densidad metafísica de «los López».
Frente a las «cuñas surrealistas» que gustaba de introducir Antonio López en sus cuadros, Laffón se decantó más por un lirismo que emanaba del encanto de lo natural y de lo cotidiano. Importante también es anotar que, a diferencia del acusado carácter urbano de muchas de las piezas del realismo madrileño, Laffón mostró una mayor preferencia por el paisaje natural. Sus obras sacrificaron la monumentalidad de lo arquitectónico en beneficio de una mayor ingravidez que, en ocasiones, conducía a trasladar la impresión al espectador de que sus realidades estaban construidas con la transparencia del aire. Carmen Laffón constituye una de los últimos referentes de esa «pintura-pintura» de la que apenas queda rastro hoy, entre procesos de hibridación y expansiones más allá del cuadro. Con su fallecimiento, se pierde la esencia de una generación portentosa del arte español.