Guggenheim: 25 años del museo que cambió Bilbao
Celebra su aniversario con una exposición sobre la colección que ha formado durante estos años y con la promesa de su director, Juan Ignacio Vidarte, de intentar recuperar «el ritmo de adquisiciones» que había antes de la pandemia
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Hace 25 años, a las once de la mañana, sus puertas se abrían al público. Era 1997. Entonces, el mundo todavía escuchaba música en cedés, la telefonía móvil estaba dominada por Nokia, el público acudía a las salas de cine y las televisiones emitían en abierto. No existía Facebook ni Twitter, el iPod todavía no había robado la imaginación de los adolescentes, el iPhone era una quimera y las plataformas digitales de entretenimiento, casi un sueño. En otras palabras, la existencia del Museo Guggenbehim de Bilbao ha discurrido entre el estreno del «Soldado Ryan» de Steven Spielberg, de dos horas y pico de duración, y los vídeos de un minuto de TikTok.
Veinticinco años después, no solo ha cambiado la sociedad, sino también el arte. A lo largo de estas décadas se han incorporado diálogos nuevos y rupturistas al lenguaje plástico, como el cambio climático, impensable en el momento de la apertura, la revisión histórica, la colonización y el nuevo feminismo. Pero también se han producido otros acontecimientos: Asia y África se han añadido a los discursos artísticos y sus creadores se han revalorizado en la escena internacional (precisamente, una de las últimas adquisiciones del Guggenheim es «Mar creciente», de El Anatsui); la revolución del arte digital ha eclosionado por fin, el nacimiento de las criptomonedas está transformando la compra y difusión de obras y han irrumpido los NFT, que ya han abierto horizontes y expectativas nuevas.
Unas evoluciones de las que este icono museístico, diseñado por el arquitecto Frank Gehry, ha sido testigo y en las que también ha participado de una manera activa, como fue el caso de su exposición «China: 5.000 años», un recorrido desde sus manifestaciones creativas más tempranas hasta las más recientes que se convirtió en un verdadero fenómeno de público ( y que trajo cierta polémica debido al terrario ideado por Huang Yongping, donde varios animales se alimentaban a costa de otros) y que tuvo 538.479 visitantes.
El Museo Guggenheim irrumpió en Bilbao cuando los altos hornos habían cerrado, su industria paraba las máquinas y la crisis económica era aguda. Un momento en blanco y negro. La creación de este edificio, a pesar de las resistencias iniciales y los augurios de los fatalistas, resultó un revulsivo imprevisto para la ciudad y cambió su destino, como resaltó ayer Richard Armstrong, presidente de la Fundación Guggenheim de Nueva York: «Es una demostración de lo que el arte puede hacer por un lugar, de cómo puede renovar el plano urbanístico y cómo el arte contribuye a su transformación radical». Las cifras a estas alturas respaldan esta declaración. En este periodo se han montado 215 exposiciones, se han exhibido más de 18.000 obras de arte, ha pasado por estas salas 24.710.000 visitantes, con una media de un millón por año, su funcionamiento ha dejado en Euskadi 6.516 millones y ha generado un PIB de 5.884 millones.
Juan Ignacio Vidarte, que lleva 25 años de director y 31 al frente de este proyecto, declaró que ahora «ya nadie cuestiona la existencia del museo». Para celebrar el aniversario del museo y su buena deriva se ha decidido exponer la colección que se ha formado en estos años. Un conjunto «formado entre 145-150 obras propias y 170-175 con las piezas catalogadas como préstamos de larga duración», según palabras del propio Vidarte. De este fondo se muestran ahora 110 piezas de las que poseen y veinte, de las que conservan en préstamo de larga duración (entre estas están Lee Krasner y John Chamberlain). «El presupuesto para adquisición de obras de arte ha variado a lo largo de los años. Las compras están financiadas por el Gobierno Vasco y el Diputación de Vizcaya en un cincuenta por ciento, siempre que la situación económica se lo permita. El Museo trabaja en esta línea con planes de tres y cuatro años. Desde 1996 se ha invertido en este plano entre 110 y 115 millones de euros. A veces disponíamos de seis millones y en otras ocasiones, como ahora, que hay una fuerte crisis, con un millón o dos».
Una larga dedicación
En este plano, Vidarte mostró cierta preocupación y señaló que «en nuestro caso los procesos de adquisición son largos. A veces tardamos años en conseguir la obra que nos habíamos propuesto tener en un inicio. En ocasiones surge de la misma relación que nace con los artistas a raíz de las exposiciones que hemos organizado». Lucía Aguirre, conservadora del museo, sobre este asunto, explicó que se demoraron mucho en conseguir su Cy Towmbly, «que fue un trabajo arduo y muy largo, que conllevó muchos filtros. Hoy estamos orgullosos de él y es una referencia ineludible».
Para Vidarte, este capítulo de las compras, resulta crucial para el desarrollo del futuro del museo. «Es una colección que se ha armado alrededor de la calidad más que de la cantidad. No necesitamos cubrir objetivos. Si en un momento no encontramos algo, podemos aplazar la compra. Por supuesto, tenemos objetivos nuevos en nuestra lista de deseos. El condicionamiento viene marcado siempre por la crisis económica, que es lo que permitirá que crezca la colección o no. Los nubarrones económicos están ahí, sin duda. Viendo la trayectoria que hemos llevado en estos 25 años, podemos pasar uno o dos años sin sumar trabajos a la colección. No pasa nada si es solo un asunto momentáneo y no es estructural, pero sí es preocupante si esta situación se dilata demasiado en el tiempo». Vidarte subrayó en este momento que «mi objetivo para el futuro es recuperar el ritmo y la dinámica de adquisiciones que tenía el museo antes de esta crisis de la pandemia».
Para este momento, el museo no ha montado una muestra, sino tres. «Secciones/intersecciones» es un tríptico expositivo que interactúa y dialoga entre sí y que sirve para redescubrir las piezas fundamentales de su colección y percibir bajo una nueva luz obras clave, como «Wall Drawing #831 (Geometric forms)», de Sol LeWitt; «Untitled» de Jannis Kounellis; «Marina», de Gerhard Richter o «Lightning with Stag in its Glare», de Joseph Beuys. Aunque ahí también están nombres de primera línea: Anselm Kiefer, George Baselitz, Yves Kelin, Julian Schnabel. Tampoco faltan españoles. Una nómina formada por Palazuelo, Juan Uslé, Chillida, Oteiza, Tàpies o Cristina Iglesias.
Para esta ocasión se han dedicado todas las salas (que han recuperado su tamaño original) y plantas del edificio para enseñar los fondos que durante todos estos años ha acumulado el museo. El propósito es ofrecer un panorama general de su colección, visualizarla y mostrarla en conjunta, con sus relaciones y sus interacciones. Entre ellas está una de las últimas adquisiciones, «Curva amarilla», de Ellsworth Kelly, y, también, «Infinity Mirrored Room – A wish for Human Happiness Calling From Beyond the Universe» (2020), uno de los proyectos recientes de Yayoi Kusama, que está cedida en préstamo de larga duración.
La colección, al igual que la exposición que ahora se inaugura, abarca un arco cronológico que comienza en la segunda mitad del siglo XX, con una obra de Mark Rothko de 1952 y llega a nuestros días. A partir de ella, dejando de lado las narrativas, puede apreciarse las evoluciones que se han dado. Al inicio existe un fructífero diálogo entre Estados Unidos y Europa, pero según nos aproximamos a fechas recientes, se abre el panorama, se abarcan más países y se diversifican los artistas. «Al principio hay una presencia mayor de hombres, pero según nos acercamos al presente, el predominio es de las mujeres», comentó Vidarte. También él precisó una clave esencial: «Es lógico que cuanto más nos acercamos a hoy, el riesgo al comprar es mayor. Pero también sucedía antes y, en cambio, esas piezas ahora son emblemáticas. Incluso para nosotros sería imposible adquirir hoy en día algunas de ellas». Según la casa de subastas Christie’s, ahora mismo el valor de la colección del Museo Guggenheim rondaría los 800 millones de euros.