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Disney se rinde a la cultura woke

Se ha amoldado a los nuevos grupos de presión, lo que ha levantado protestas entre sus empleados y que una parte de la audiencia le retirara su confianza
PixarAP
La Razón

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Disney parece abrazar ya sin reparos el buenismo woke. Ese que, en nombre de una mayor inclusión y el revanchismo histórico (e histérico), fuerza la aparición en producciones de todo identitarismo que se precie y que es ya más que evidente en la oferta audiovisual de la compañía. ¿Se trata de una estrategia interesada para obtener rédito del poder actual de los movimientos identitarios, de un intento de adoctrinamiento ideológico de los más pequeños o de una firme y solida convicción de estar haciendo lo correcto? La realidad es que la compañía hace años que emprendió esta deriva, pero, lo que en un principio podía parecer una iniciativa justa , una buena idea para paliar ciertos desajustes, empieza a volverse en su contra debido a su radicalismo y podría tener efectos desastrosos de consolidarse: ha perdido ya un 40% de su valor en bolsa, sus beneficios han descendido más de un 6% y la pérdida de subscriptores se cuenta por cientos de miles. Pero este escenario no parece importar a la compañía, que a través de su directora general de contenido de entretenimiento, Karey Burke, anunciaba su intención de, para finales de 2022, conseguir que la mitad de los personajes de animación sean LGTBQ+ y pertenecientes a minorías étnicas.
El hecho de que la Burke declare hablar no solo como jefa de departamento sino como «madre de dos niños queer, uno transgénero y otro pansexual» parece indicar que la ideología de género tiene peso en la empresa, como así lo confirma que Latoya Raveneau, productora ejecutiva, reconociese en un vídeo divulgado en redes que tenía una «nada secreta» agenda gay que había sido muy bien recibida por la dirección. O que se hayan eliminado los pronombres de género de los parques temáticos de Disney, porque se considera «saludo sexista» la expresión de bienvenida «buenas noches, damas y caballeros, niños y niñas, soñadores de todas las edades». Ahora se impone un mucho más inclusivo, dónde va a parar, «buenas noches, soñadores de todas las edades».
El problema de que aparezcan en las películas de animación personajes LGTBQ+ o de minorías étnicas es ninguno. Como no lo es que aparezcan personajes heterosexuales, objetos o animales que hablan o malos malísimos que siempre, siempre, acaban perdiendo. El problema es cuando se aprovecha, o eso parece, el poder que ejerce la confianza en la marca y su prestigio en el entretenimiento audiovisual de los más pequeños para imponer una agenda que se corresponde con la de corrientes ideológicas que, instrumentalizando causas justas, sostienen todo un adoctrinamiento enfocado, peligrosamente, a la consolidación de la denominada cultura woke.

Descontento en los trabajadores

En conversación con extrabajadores de Disney, que prefieren permanecer en el anonimato por temor a represalias laborales, relatan cómo, en igualdad de condiciones, se opta por contratar al aspirante LGTBQ+. O cómo se insta abiertamente a incorporar a los equipos de trabajo a miembros de minorías étnicas, aunque solo sea para figurar en los créditos y aunque luego el desempeño de su labor sea ficticio y lo lleve a cabo otra persona. O de qué manera se sugería a grupos de trabajo que no fuesen presentados proyectos por varios hombres blancos y heterosexuales. No es de extrañar, ante estos testimonios, que a finales de marzo de este mismo año un grupo de trabajadores de la compañía publicasen anónimamente una carta en la que manifestaban su descontento y la incomodidad de trabajar en un lugar que no es políticamente neutral.
Esta radicalización woke de la compañía se vio acentuada desde la aprobación de una ley en Florida que prohibía aleccionar en primaria sobre identidad de género y reclamaba que los padres fuesen informados en todo caso. El CEO de The Walt Disney Company aseguró la neutralidad de la compañía, pero ante las presiones ejercidas por los empleados LGTBQ+ acabó rectificando y disculpándose ante ellos, lo que propició que cada vez sean mayores sus demandas y los trabajadores que no comparten ideología se vean atemorizados por posibles represalias laborales.

Hércules, ahora es gay

Pero así las cosas, lo cierto es que en TWDC siguen con su agenda ideológica inalterable. Si en Buzz Ligthyear dio que hablar el beso lésbico (menos por escandaloso que por metido con calzador, por haber provocado cancelaciones en países musulmanes habiendo pasado desapercibido en occidente) ahora lo hace la nueva serie Baymax por introducir un personaje trans que recomienda compresas. Se interpreta esto como un intento de desestigmatizar la menstruación, suponiendo que en países desarrollados esté estigmatizada. En el libro Padawan, la historia inédita de Obi-Wan Kenobi, este resulta ser bisexual y reflexiona sobre su sexualidad. También el Hombre de Hielo, o Hércules, son gays ahora. Miss Marvel es ahora una superheroína adolescente y musulmana. En «Onward», como en «Toy Story 4», aparecen dos parejas de lesbianas, y en «Pato Aventuras», dos papás gays, igual que en «Casa Buho». ¿Qué aporta todo ello a la trama? Absolutamente nada. ¿Cambiaría en algo que no pertenecieran al movimiento LGTBQ+ o que lo fueran pero no se dijera? En nada.
Decía el gran Chéjov que todo lo que no tiene ninguna relevancia para la historia puede (y debe) ser eliminado. «Si dices en el primer capítulo», explicaba, «que hay un rifle colgando de la pared, en el segundo o tercer capítulo se debe descolgar. Si no va a ser disparado, no debería haber estado allí”» Parece que a los guionistas de Disney lo que diga Chéjov se la trae al pairo y se han empeñado en añadir secuencias que no sirven para nada más que para ir condimentando con doctrina lo que debería ser únicamente divertimento. ¿O qué otra cosa es una urgencia urinaria del personaje si no es para mostrar que los baños son inclusivos, como también ocurre en Baymax? Pero paradójicamente, con sus películas cada vez más centradas en las minorías étnicas (Encanto, Coco…) y en alcanzar esa marca de un 50% de personajes LGTBQ+, no parece coherente mantener como uno de los clásicos a Blancanieves, con sus siete enanos trabajando en una mina y víctima de un beso no consentido mientras se hallaba inconsciente por sumisión química. O mágica. Qué más da.
Exactamente igual que ocurre en «La Bella Durmiente». ¿Cómo lo resuelve? ¿Cómo se puede estar en misa y repicando? Pues desde 2021 en la plataforma online de la compañía añaden advertencias en los clásicos: «Este contenido –indican en, por ejemplo, «Peter Pan»– incluye representaciones negativas o tratamiento inapropiado de personas o culturas. Estos estereotipos eran incorrectos entonces y lo son ahora. En lugar de eliminar este contenido, queremos reconocer su impacto nocivo, aprender y fomentar que se hable sobre él para crear entre todos un futuro más inclusivo. Disney se compromete a crear historias con temas inspiradores y motivadores que reflejen la gran diversidad de la experiencia humana en todo el mundo». Parece que Disney tendrá tendrá que enfrentarse a contratiempos legales: en 2024 expiran los derechos de autor de Mickey Mouse, y pasaría su primera versión a ser de dominio público. Además, y por si fuera poco, el senador de California parece dispuesto a revocar su estatus fiscal especial, del que ha disfrutado durante mucho tiempo. Montan un circo (woke) y les crecen los enanos (con perdón).