“Padre no hay más que uno”, a por el tercer taquillazo
El director vuelve a las salas españolas con la nueva entrega de esta popular saga en donde cuenta con nuevas incorporaciones, como la de Carlos Iglesias
Santiago Segura lleva años demostrando como director que maneja con soltura los códigos que rigen el éxito y poniendo en práctica los parámetros de su fórmula con un género enmarcado dentro de un tipo de cine familiar amable y de fácil digestión al que no nos tenía en absoluto acostumbrados después de que su nombre se consolidara con el boom de una saga tan manifiestamente bizarra y políticamente incorrecta como «Torrente». Desde que en 2019 el matrimonio formado por Javier y Marisa (interpretados respectivamente por el propio Segura y Toni Acosta) irrumpiera en la gran pantalla acompañado de una «troupé» de hijos revoltosos para reflejar el surrealismo involuntario de lo cotidiano pero también las recompensas emocionales que pueden llegar a obtener muchos padres durante el proceso de maduración de sus primogénitos, la varita de aceptación con la que les tocó el público parece no haber perdido un ápice de su magia.
La esperanza de la cifra
Los hechos objetivos así lo avalan: «Padre no hay más que uno 2» se convirtió en la película más taquillera del pasado año en mitad de un periodo en el que la pandemia había dejado herido de muerte al sector audiovisual. Tanto es así, que esta segunda entrega llegó a ser reconocida internacionalmente por su contribución a la industria del cine durante la pandemia –teniendo en cuenta el consiguiente riesgo que suponía estrenar en circunstancias tan adversas como las vividas– y galardonada con el Comscore Courage Award, un premio que actuaba como reconocimiento «al gran esfuerzo que supuso estrenar cuando nadie más lo hacía. En un momento de miedo e incertidumbre, apostamos por los cines y por la exhibición en pantalla grande, porque creemos que el cine es una experiencia única y segura y la respuesta de los cines, exhibidores y público no pudo ser mejor», tal y como aseguró en aquel momento Mª Luisa Gutiérrez, máxima responsable de Bowfinger Int. Pictures moviéndose entre la seguridad otorgada por unas cifras que superaron los 2′3 millones de espectadores.
Precedido por tanto, de un nivel de expectación elevado si atendemos a los datos, Segura apuesta ahora con «Padre no hay más que uno 3» por una continuación de las rocambolescas aventuras de la familia rompiendo con la idea preconcebida de que las películas navideñas solamente pueden lanzarse en invierno: «Si puedes disfrutar de una película como “Solo en casa” en pleno agosto, por qué no vas a poder hacerlo con “Padre no hay más que uno” ¿no?», inquiere simpático. «Lo que me sale muchas veces es la necesidad de meterme debajo de la cama y que me avisen cuando esto haya pasado, porque el problema es que no ha pasado. Pero hay que intentar sobreponerse siempre», añade.
Así las cosas, la trama empieza con el reglamentario gag de niñatadas que sustenta los escenarios cómicos de lo familiar: un accidente, una ruptura y un ortodoxo «tierra trágame». Los niños parten accidentalmente una figura del Niño Jesús por la que Segura parece profesar una especial querencia y se ven obligados a sustituirla teniendo que lidiar con el hándicap de que se trata de una pieza única de anticuario. En mitad del embrollo y con una Marisa (la madre) menos protagonista que en anteriores ocasiones, la hija mayor, cuya adicción permanente a las redes sociales el director exagera humorísticamente los vicios de una juventud pegada a las pantallas que se muestra incapaz de empatizar con la realidad de las cosas, rompe con su novio, Ocho (a quien da vida el mallorquín Diego García-Arroba, conocido artísticamente como «El Cejas»), quien verá en la inesperada empatía de su suegro, Javier, el canal necesario para tratar de reconquistarla.
El tándem interpretativo clave en esta tercera entrega recae en la figura de los abuelos –y consuegros– formado por Carlos Iglesias (el padre de Marisa y suegro de Javier que se incorpora por primera vez a la saga) y la siempre enérgica Loles León (la madre de Javier), cuya soledad sobrevenida adquiere una doble lectura que el director afirma sobre el arrinconamiento progresivo de las personas mayores dentro de algunas familias. Extrapolando esta situación a su experiencia personal, el director reconoce que «mis padres por desgracia han fallecido los dos, pero quiero pensar que fueron muy felices mientras vivieron y que en ningún momento se sintieron fuera del círculo familiar. Mi padre tal vez un poco más: le ocurrió lo que les pasa a muchos otros yo creo. Después de morir mi madre se apagó, se quedó muy tocado psicológicamente hasta el punto de que yo, pasado el tiempo he llegado a la conclusión de que tendría que haber hecho lo posible porque fuera al psiquiatra que le hubiera dado las herramientas necesarias para sobrellevarlo. Pero claro, como en esa generación no se hablaba de la depresión con la naturalidad y la toma de conciencia sobre que es un problema real como ocurre ahora, no se pudo hacer. Ojalá lo hubiera llevado», admite Segura antes de sazonar la despedida con la dosis de humor necesario: «Dicen que a los hijos se les conoce en la vejez. Mis hijas yo creo que con un poco de suerte todavía están a tiempo de arrinconarme».