Once años sin José Saramago, el Nobel de cenizas centenarias
El autor luso abandonó Portugal y se instaló en la isla canaria de Lanzarote tras la publicación en el 91 de la novela “El Evangelio según Jesucristo”
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Antes de fallecer un día como hoy hace ahora once años en la localidad de Tías (Lanzarote) y de que sus cenizas reposaran al pie de un olivo centenario, José Saramago había hablado con su esposa y pasado una noche tranquila. Había, en definitiva, dejado involuntariamente limpio el cajón de las intimidades ordinarias que convierten la vida en algo relativamente llevadero, colocado las piezas finísimas del puzzle en el lugar correcto antes de marcharse. El determinismo social era un concepto que no se ajustaba en absoluto a la construcción de su armadura profesional: este narrador y ensayista portugués, premio Nobel de Literatura en 1998, nació en el seno de una familia de labradores sin tierra y artesanos con escasos recursos económicos teniendo que abandonar los estudios con quince años por falta de medios y poniéndose a trabajar de cerrajero, pese a haberse encontrado en los libros de texto gratuitos de aquellos años con los clásicos y haber sido un buen alumno.
Este estilo de vida forjado a base de todo lo que no entra en la categoría de facilidades influyó notablemente en los pensamientos del escritor, especialmente en lo que se refiere a sus ideas políticas, cimentadas sobre una vasta cultura formal y popular, y una experiencia vital hiperestésica. De hecho, el apodo de la familia paterna era Saramago (”Jaramago” en español, nombre de una planta herbácea silvestre de la familia de las crucíferas). Después de casarse con Ilda Reis, Saramago comenzó a escribir su primera novela, “Terra do pecado”, una obra de corte realista que se publicó en 1947, pero que no tuvo éxito. Tiempo después ya sumergió la cabeza de manera más directa en el universo de la palabra y se dedicó al periodismo, la labor editorial y la traducción (entre ellas, varias obras de autores como Maupassant, Tolstoi o Baudelaire). Fue colaborador de diversos periódicos y revistas, entre ellos Seara Nova” y también codirector del Diario de Noticias en el 75. Se adhirió al Partido Comunista Portugués, por lo que sufrió censura y persecución durante la dictadura de Salazar y en 1974 se sumó a la Revolución de los Claveles.
“Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir lo mejor es callar”, espetó para explicar una prolongada ausencia -que se dilató durante casi veinte años- dentro del campo literario. Su primera gran novela fue “Levantado do chão”, un retrato fresco y vívido de las condiciones de vida de los trabajadores de Lavre, en la provincia de Alentejo con el que consiguió encontrar una voz propia, depurar y definir los márgenes de ese estilo sin manchas y casi poético que lo distinguía.
Amor por los volcanes
En los siguientes años, Saramago compensó su parón momentáneo con un espíritu prolífico y sumamente productivo que lo lleva a publicar casi sin descanso: “Memorial do convento” (1982), donde cuenta la historia del convento de Mafra y describe las duras condiciones de vida del pueblo llano en el oscuro mundo medieval, en tiempos telúricos y sombríos de guerra, hambre y supersticiones. Reconstruyó, gracias a un serio estudio de los documentos, un período histórico cuyo conocimiento puede servir para contextualizar y entender las derivas e incertidumbres identitarias actuales del portugués contemporáneo. Este libro además fue adaptado como ópera por Azio Corghi, y estrenado en el Teatro de la Scala de Milán, con el título de “Blimunda”, que alude de forma directa al inolvidable personaje femenino de la novela. El nombre del personaje de Blimunda fue elegido por Isabel da Nóbrega, esposa y musa de Saramago en aquella época.
Con sesenta y tres años conoció a quien sería su esposa hasta el final de sus días, ese faro al que entró antes de cerrar los ojos, la periodista andaluza Pilar del Río, que se convirtió también en su traductora oficial en castellano y que el pasado mes de mayo presentaba en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria “La intuición de la isla, los días de José Saramago en Lanzarote”, un libro donde narra el compendio de elementos que atraparon al escritor portugués de la isla de los volcanes, Lanzarote. En este enclave se instaló el escritor luso (ateo absolutamente declarado) como acto protesta tras abandonar Portugal después de publicar “El Evangelio según Jesucristo”, obra que le catapultó a la fama a causa de una polémica sin precedentes en Portugal, considerado un territorio laico, cuando el gobierno vetó su presentación al Premio Literario Europeo de ese año, alegando que “ofendía a los católicos”. Y allí se quedó, atrapado por el silencio de una isla a la que, tal y como recordó su mujer, “llegaban las voces, pero no los ruidos, ni la frivolidad, ni la vida social y el ajetreo”.
“Ensayo sobre la ceguera” se convirtió en el 95 en una de sus novelas más afamadas y fue llevada al cine en el 2008 bajo la dirección de Fernando Meirelles. Finalmente en 1998 ganó el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose así en el primer escritor -y hasta ahora el único- de lengua portuguesa en ganar este premio. Desde entonces, compartió su residencia entre Lisboa y la isla canaria, participando en la vida social y cultural de ambos países, cuyas estrechas relaciones justificó en una entrevista para proponer su idea utópica de creación de una Iberia unida. “La historia ha acabado, no habrá más que contar”, sentencia la frase de su última novela, “Caín”. Por suerte la suya, sigue moviéndose, ensordecedora, por las rendijas del tiempo y las palabras.