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“Lightyear”: hasta el infinito del desgaste, y más allá

En «Toy Story», Andy recibía un juguete de su película favorita, y un cuarto de siglo después, Angus McLane y Pixar estrenan esa película
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Según contaba el propio Steve Jobs, uno de los fundadores de Pixar y principal socio capitalista durante varios años, para crear «Toy Story» (1995) se necesitaron hasta 400 ordenadores trabajando a la vez y sin descanso. La película, prodigio de la animación, provocó incluso que los Oscar crearan una nueva categoría y se convirtió en piedra filosofal de la compañía, comprada por Disney en 2006 por 7.400 millones de dólares. Un cuarto de siglo, tres secuelas y varios millones después, el agotamiento de la saga de los juguetes que tenían su propia vida parece inagotable. Así es como se explica el estreno, esta semana, de «Lightyear», precuela y demostración de músculo visual Pixar que nos lleva hasta la película que, en el universo de «Toy Story», inspiró la creación del juguete de Buzz que sale en el primer filme. Si se han perdido en tal orgía de acaparamiento de propiedad intelectual, no desesperen, puesto que la propia Disney ha tenido que explicar qué es «Lightyear» revelando el cartel que sirve de bienvenida a los espectadores en la película: «En 1995, un niño llamado Andy recibió un juguete de su cinta favorita. Esta es esa película».
Una polémica homófoba
Con miedo no confeso al desgaste, y librándose del purgatorio de Disney+ en el que la Casa del Ratón ha ido estrenando aquello de lo que todavía tiene miedo pueda contagiarse, «Lightyear» llega a nuestras salas envuelta en la enésima polémica provocada por la censura homófoba de las dictaduras asiáticas: un beso entre dos personas del mismo sexo, ahora claves en la trama y no accesorias, ha provocado que la película no vaya a estrenarse en varios territorios.
«Era una cuestión de tiempo. La diversidad de los personajes siempre fue algo extremadamente importante para nosotros. Contar con un personaje “queer” estuvo ahí desde el principio, desde los propios cimientos de la historia. Además, ella tiene una importancia significativa en la trama, no es un personaje secundario. Pero lo más importante en la narrativa era, realmente, que ella y Buzz no estarían relacionados románticamente, sino más como un hermano y una hermana, o un mentor y su estudiante. Y eso fue realmente útil para nosotros, porque pudimos normalizar sus dinámicas en la película e introducir al personaje de su nieta, sin que ello significara que era una especie de segunda oportunidad o algo así, como hemos visto en otras películas», explica meridiano y sin temor Angus McLane, director de «Lightyear» y talento local de Pixar, al haber trabajado ya en «Buscando a Dory».
Así, sin más polémica que la ficticia o la generada por aquellos que ven agenda política donde no quieren ver su intolerancia, la nueva «Lightyear» fija sus referentes en «Star Wars», tal y como se podía intuir en el personaje de Buzz de las anteriores películas, pero también se vuelve existencial, mirando de manera obvia hacia «2001: Una odisea del espacio», «Solaris» o la misma «Capitán América: el primer vengador», de la que coge prestado a su protagonista en la versión original, el anabólico Chris Evans. «Además de su voz y de su manera de ser, Evans nos aportó la encarnación perfecta de la figura del héroe de acción, el corazón y el pathos, quizá. También el humor. Es un actor excepcional a la hora de redondear personajes que podrían parecer unidimensionales en primera instancia», revela a LA RAZÓN Galyn Susman, productora del filme.
Poco combustible
McLane y Susman, director y productora, se ponen de acuerdo por videoconferencia para explicar qué fue lo más complicado, el reto en «Lightyear»: «Parecerá poco emocionante, pero creo que el mayor desafío con esta película fue hacerla de manera remota por culpa del covid. Levantar una sin apenas recibir comentarios, o dejándote llevar por la intuición, con la casi desaparición del espíritu de equipo, fue un auténtico desafío. Mucho del proceso de producción y de dirección pasa por ser crítico, por ser analítico, y ser así a través de una videollamada resulta absurdamente complicado. Te sientes como un cretino diciéndole a la gente cómo quieres las cosas, o si quieres más o menos de algo. Además, parece más personal, no lo puedes matizar o aparcar, todo se ha vuelto mucho más grave, por así decirlo», explican sinceros.
La película, visualmente impecable pero a veces repetitiva sobre un argumento al que le pesa demasiado acercarse a las dos horas de metraje, termina siendo una especie de drama en tres actos sobre qué significa realmente fracasar: Lighyear, moral y cabal, se siente culpable por no haber completado su misión y lo arriesga todo para conseguirlo. Su pasión, su decepción y su esperanza, eso sí, parecen insuficientes para reflotar un drama que, pensado para un público infantil, se antoja demasiado dubitativo en su ética. ¿Para quién es realmente «Lightyear»? «Para todo el mundo», acaba por responder Susman, pero la gasolina del Mando Interestelar y de la propia saga de «Toy Story» ya se antoja combustible fósil más allá de cualquier resultado económico.