El Estatuto del Artista por fin viaja a alguna parte
El Gobierno aprueba el primer paquete de medidas para combatir la temporalidad en el sector de la cultura, indemnizar el despido y crear un nuevo contrato laboral artístico
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Todo el mundo sabe que los artistas no tienen tierra. Que no son, como ya advirtió Fernán Gómez en el 86, de ninguna parte, que sencillamente se ven abocados a permanecer en las orillas de un camino con cuyo destino sueñan, pero cuya forma desconocen. “¿Para qué quieres la dignidad?”, le interpela Maldonado –en una monumental interpretación de Juan Diego– al personaje de José Sacristán –hijo del primer actor de una compañía ambulante de cómicos durante la década de los cincuenta con el que viaja– mientras avanzan sentados en una camioneta destartalada que pone rumbo a la ciudad de Madrid y exhiben sus ganas de alfombrar con claveles la Gran Vía y conseguir por fin el anhelado triunfo del reconocimiento. “Antes a los cómicos nos perseguían, nos marcaban con hierros candentes, no nos enterraban en Sagrado. Ahora nos soportan, nos dejan vivir a nuestro aire, aunque no sea el aire de ellos. Y a algunos incluso les dan premios y les sacan en los periódicos”, alentaba Juan Diego sabedor del mundo nuevo al que se aproximaban entonces y que tan poco dista en términos de condiciones laborales del que existe ahora.
Sin ánimo de incurrir en una reflexión reduccionista y guardando la obligatoria distancia prudencial con esa naturaleza itinerante, desesperada y precaria de las agrupaciones de artistas que se recorrían las tascas y tugurios de los pueblos de la España mesetaria de posguerra para poder vivir de su trabajo, cabe recordar que la temporalidad y la intermitencia salvaje del sector siguen constituyendo actualmente dos de los grandes problemas sin resolver del ámbito cultural.
Es por eso que en el año 2015, se impulsó desde la Unión de Actores y Actrices la creación del conocido como Estatuto del Artista con el objetivo de garantizar el derecho de los y las profesionales de la cultura a estar debidamente representados sindicalmente, a participar activa y democráticamente en las negociaciones colectivas de su sector o garantizar que los trabajadores de la cultura que ejerzan una función que implique un contrato por cuenta ajena sean dados de alta por la empresa contratante en el espacio específico para acabar así con la contratación por medio de la figura del “falso autónomo” en el entorno de la actividad cultural. En esencia, ajustar la fiscalidad a la actividad profesional intermitente de ingresos irregulares tan tristemente propia del sector.
Una vez propuesta y establecida la elaboración de un borrador en 2018 por parte del Ministerio de Cultura y Deporte, tocaba dotarlo de legislación y ayer finalmente, el Consejo de Ministros daba luz verde al primer paquete de medidas de este Estatuto del Artista mediante un Real Decreto-ley por el que se adapta el régimen de la relación laboral de carácter especial de las personas dedicadas a las actividades artísticas, así como a las actividades técnicas y auxiliares necesarias para su desarrollo, y se mejoran las condiciones laborales del sector. De esta manera, se pretende modernizar y ampliar el concepto de actividad artística haciendo referencia a “las actividades culturales en el ámbito de las artes escénicas, audiovisuales y musicales” y eliminando el concepto desfasado de “artistas en espectáculos públicos” para adecuarla a las nuevas realidades, los nuevos formatos y canales de difusión –”streaming”, la difusión online o los podcast– y, en general, nuevas formas y manifestaciones culturales.
También se mejora el régimen indemnizatorio de los contratos temporales para desincentivar su uso prologado y lo más subrayable de todo: en consonancia con la reforma laboral recientemente aprobada por el Ministerio de Yolanda Díaz, se procede a la creación de un nuevo régimen de contratación con una modalidad específica: el contrato laboral artístico. Es decir, un contrato que atiende a las necesidades específicas del sector y que pretende servir para combatir la precariedad e impulsar la transformación en indefinidos de los anteriormente mencionados y numerosos, contratos temporales. Y es que tal vez, pese a la banalidad dialéctica y juguetona de Maldonado, a los artistas y en general, a los distintos agentes culturales, sí nos interesa preservar la dignidad. Saber, en definitiva, que vamos a alguna parte.