Buscar Iniciar sesión

La gesta de colocar una escultura de los Tercios en Madrid

La Fundación Ferrer-Dalmau impulsa como primer proyecto, una escultura, obra de Salvador Amaya, para recordar la Historia de los soldados que hicieron grande el Imperio español «con sus luces y sombras»
Cedida por Ferrer-Dalmau

Creada:

Última actualización:

Los Tercios Españoles con sus gestas y batallas más importantes y los avances técnico estratégicos militares que hicieron de ellos el referente militar de todos los Ejércitos del mundo durante toda su existencia tendrán un lugar en las calles de Madrid.
La Fundación Ferrer-Dalmau avanza ya en su primera gesta, un proyecto para recordar la Historia de España, «con sus luces y sombras». El escultor Salvador Amaya, desde hace algunos meses esculpe la Historia basándose en el boceto del pintor de batallas, Augusto Ferrer-Dalmau.
La escultura tendrá una altura de 2,70 cm y se estudian ya tres posibles ubicaciones después de contar con el aprobado del Ayuntamiento de Madrid. Uno de ellos, podría ser en algún entorno del Paseo de la Castellana, aunque este es un dato que no se ha cerrado todavía.
La idea de crear una escultura sobre esta Infantería nació de la Asociación «31 de enero», formada por “un grupo de jóvenes historiadores apasionados por los Tercios y este periodo de la Historia”, destaca Ferrer-Dalmau.
Dice que «no se trata de reivindicar sino de recordar, cómo hacen otras naciones con sus soldados, el pasado y el presente, con sus luces y sus sombras» e insta a que se valore lo acontecido «en su contexto histórico». El pintor de batallas destaca que Los Tercios «fue una unidad militar que tuvo un peso muy importante en la Historia». Y es que, según recuerda, «hasta hace poco, no existían los tratados humanitarios, ni las Naciones Unidas» por lo que, «la única forma que tenía una nación de sobrevivir dependía de su poder militar, ganar o perder, el posicionamiento y las fronteras de las naciones dependía de esto».
Con esta infantería, el imperio español alcanzó su cénit y dominó con hegemonía en Europa, desde Italia a la región flamenca. La versatilidad fue uno de los factores decisivos en la superioridad de Los Tercios, que no solo combatieron en batallas y asedios, sino también a bordo de buques de guerra en batallas navales, en desembarcos anfibios y en toda clase de acciones de pequeña envergadura, como las famosas encamisadas –golpes de mano nocturnos en los que la tropa vestía camisas blancas para reconocerse en la oscuridad–. Esta capacidad de adaptación era fruto de la organización de dichas unidades, que se dividían en compañías con un elevado grado de autonomía, pero también de la excelente combinación de distintas armas de las que hicieron gala desde sus orígenes.
La escultura de los Tercios mostrará esa imagen, la del soldado español del Siglo de Oro, una mezcla de bravucón, orgulloso y grandilocuente, de gran estatura y ágil; con prominentes bigotes y llamativas indumentarias que pasaron incluso a formar parte de la literatura y la sátira política. Los ecos de Los Tercios resuenan aún en obras como Las aventuras del capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte. También Ferrer Dalmau ha pintado desde Rocroi -el símbolo de Los Tercios a pesar de ser una batalla que se perdió cuando lo ganaban casi todo- al Milagro de Empel.
Si hay algo que les hizo «invencibles» en la guerra fue cómo, fuera de su tierra, se defendían unos a otros; también su metódica compenetración en el despliegue y el uso táctico de tres armas: el arcabuz, epítome de la Revolución militar de la Europa moderna, mosqueteros y piqueros todos ellos inmortalizados en el boceto que dará lugar a la escultura final.
Ferrer-Dalmau destaca que, «igual que la bandera nacional, la Historia también nos pertenece a todos por igual, con pasión o sin ella, es de todos», por lo que huye de la idea de algunas corrientes de tratar de ensombrecerla o ideologizarla. «Para mí la Historia no tiene ninguna ideología, si la lees y estudias con la objetividad del pasado». Y es que, si Los Tercios españoles hubieran sido ingleses o franceses, los mostrarían con orgullo. «A veces pienso que no la valoramos o puede que sea esa manía que tenemos de ver lo de fuera mejor que lo nuestro», apunta el pintor de batallas.
La Fundación Ferrer-Dalmau fue presentada en sociedad el pasado 11 de enero; un proyecto que nace con una eminente vocación cultural cuyo fin principal será promover la divulgación y puesta en valor de los recursos históricos, artísticos y culturales de España en su conjunto y de todos y cada uno de los territorios y municipios que la componen. Cuenta, además, con un Taller para que nuevos artistas sigan narrando nuestro pasado y un presente que también dentro de unos años, será Historia, por medio del arte.
Orgullosos de la Historia
¿Por qué tenemos que estar orgullosos de nuestro pasado? «Por la misma razón que quiero que las futuras generaciones se sientan orgullosas de lo que estamos haciendo, y que no se nos censure por pensar y actuar con la mentalidad de nuestro tiempo. Que sepan que hicimos lo que creíamos mejor para nosotros y para ellos», subraya el pintor de batallas.
«Me preocupa que se politice la Historia, deberíamos aprender de ella, de los errores y los aciertos del pasado. Somos muy afortunados, llevamos tres generaciones sin vivir una guerra, algo impensable en el pasado, esto demuestra que hemos aprendido de los errores, por eso es tan importante seguir enseñando la Historia con imparcialidad y sin complejos», apunta. «La Historia también nos pertenece a todos por igual, con pasión o sin ella», sentencia.

EL ARMA INVENCIBLE DE LOS AUSTRIAS

Por José Luis Hernández Garvi*
Para garantizar la cohesión de todos los dominios que componían la Monarquía Hispánica, encarnada en la dinastía de los Austrias, y defenderlos ante sus numerosos enemigos, se hizo necesario contar con unas fuerzas armadas de un tamaño, estructura, potencia de fuego y capacidad de despliegue como nunca antes se había conocido en la historia bélica. Los Tercios fueron la contundente respuesta militar a estas necesidades estratégicas, al constituir una temible fuerza de combate que en el momento de su aparición y en décadas posteriores no tuvo rival. Herederos de la tradición militar adquirida durante la Reconquista, los Tercios impusieron su hegemonía sobre los campos de batalla europeos durante los siglos XVI y XVII. En todo ese tiempo protagonizaron batallas épicas y hazañas heroicas, escribiendo algunas de las páginas más gloriosas, y también más oscuras, de la Historia de España.
Cada Tercio estaba compuesto por una docena de compañías de unos doscientos hombres cada una. Eso era en teoría, porque en la práctica apenas superaban el centenar de soldados, como ocurría en Flandes. Al frente de una compañía había un capitán, casi siempre un veterano con amplia experiencia en combate. El maestre de campo era el oficial de mayor rango y ejercía su autoridad sobre los capitanes de las compañías que formaban el Tercio. Para desempeñar su labor el maestre de campo contaba con la ayuda de un sargento mayor, responsable de transmitir las órdenes que garantizasen un eficaz despliegue.
La composición de cada Tercio podía variar, pero lo habitual es que tuvieran diez compañías de piqueros y dos de arcabuceros, en una combinación letalmente eficaz. La imagen más extendida de estas unidades las presentaba marchando en cuadros erizados de picas que se movían con gran precisión sobre el campo de batalla. Su capacidad de combate se basaba en el diestro manejo de las armas blancas, pero con el paso del tiempo la mayor precisión de las armas de fuego redujo su importancia.
Al contrario que otros ejércitos de la época, nutridos por levas forzosas o mercenarios que se vendían al mejor postor, los Tercios estaban compuestos por tropas profesionales originarias de las diferentes nacionalidades que componían el Imperio español y sus aliados. Bajo sus banderas tenían cabida una variopinta galería de personajes, desde segundones de familias nobles hasta fugitivos de la justicia, sin olvidar universitarios que habían abandonado sus estudios en busca de aventuras o campesinos empobrecidos. Los únicos requisitos que se exigían a los nuevos soldados eran no estar enfermos ni lisiados; los considerados ancianos o demasiado jóvenes tampoco eran admitidos. Sin embargo, los capitanes de las compañías encargados del reclutamiento hacían la vista gorda cuando andaban escasos de efectivos.
Forjados en una gesta bélica que no tuvo comparación en su época y dotados de una gran autonomía y movilidad táctica, los Tercios sentaron las bases de los ejércitos modernos.
*José Luis Hdez. Garvi es autor de «Glorias y miserias imperiales: crónicas insólitas de la época de los Austrias» (EDAF)