Abel Ferrara: “La pandemia tuvo algo bueno, porque frenó amenazas globales como el terrorismo”
El director de «Teniente corrupto» y «Secuestradores de cuerpos» vuelve al cine de acción en «Zeros and Ones», junto a un Ethan Hawke que interpreta dos papeles
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El encuadre es harto complicado, aberrante. Abel Ferrara (Nueva York, 1951) atiende a la prensa desde una habitación poco y mal iluminada, con el móvil en posición vertical y, al conocer que se trata de la última entrevista del día pregunta en voz alta: «¿Le podéis decir que me mande las preguntas por correo?». El silencio se interrumpe por los saludos, y Ferrara decide romperse a hablar, «porque tú tienes buena conexión». Para cuando el director de «Teniente corrupto» y «Secuestradores de cuerpos» es consciente de que la charla no necesitará traductor, se suelta del todo: «Me acabo de meter el tercer pinchazo de la vacuna, así que puedo aguantar un rato más», bromea. O no, porque al día siguiente de la entrevista comenzó a rodar su nueva película, junto al siempre polémico Shia LaBeouf.
Después de firmar un excelso díptico sobre la interpretación y el cine desde dentro, junto a Willem Dafoe («Siberia» y «Tommaso»), Ferrara vuelve con «Zeros and Ones», rodada en Roma justo después del confinamiento –con mascarillas y menciones explícitas al virus que no se esconden en ningún momento del metraje– y protagonizada por Ethan Hawke. En ella seguimos un gemelo que busca a su hermano, también agente secreto de los Estados Unidos, en la ciudad eterna tras ser secuestrado por una célula islamista radical que planea hacer saltar por los aires la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Filmar el terrorismo pandémico, en digital
-La película se abre con una especie de monólogo de Ethan Hawke, fuera de su personaje, explicando por qué quería hacer esta película con usted. Y menciona lo importante que ha sido su trabajo con Willem Dafoe. ¿Cómo se forjó su participación en esta película?
-Eso es, menciona nuestro trabajo, pero no estoy seguro de si se refiere a “Tommaso” o “Siberia”. Quizá se refiere a todas nuestras colaboraciones, la verdad es que no lo sé. Mi relación con Ethan (Hawke) es muy larga, porque, de hecho, él iba a participar en “4:44 Last Day on Earth” con ambos, pero finalmente le surgió un proyecto que no le permitía estar en el rodaje como yo le pedía. Somos amigos, podría decirse, y sigo su trabajo igual que él el mío. Creo que ambos somos de la misma escuela, la de la calle de Nueva York. Bien sea actuando o dirigiendo.
-¿Cuál fue el mayor desafío a la hora de rodar “Zeros and Ones” en lo más duro de la pandemia?
-¡Que nadie muriera por mi culpa! Mantener al equipo vivo me mantuvo bastante ocupado (ríe). Rodamos cuando aun no se tenía ni previsión de la vacuna, cuando todo estaba recién abierto, pero tuve la suerte de contar con un equipo consecuente con sus actos y muy, muy cuidadoso con el proyecto y con el virus. Y yo mismo, joder, tengo 70 putos años. Soy población de riesgo, y a veces me lo tenía que recordar. Todo debía ser rápido y cuidadoso.
-”Tommaso” era una película sobre un director italiano en Estados Unidos. Y ahora hace una película sobre un par de americanos en Roma. ¿Se puede entender como un díptico?
-No sé si un díptico, pero sí son dos películas que viven en el mismo barrio, por así decirlo. Sinceramente, no lo había pensado en profundidad, pero tienes razón. Quizá aquella es una película más luminosa y esta más oscura, pero lidian con experiencias de mundo ajeno muy parecidas.
-Perdóneme lo estúpido de la pregunta, pero tengo que hacérsela. ¿Qué le lleva a uno a volar el Vaticano en la ficción?
-Fueron exigencias del guion (ríe). No, ya en serio, se convirtió en parte fundamental de la narrativa ideológica de la película. Tenía que encontrar un edificio que, al ser objeto de un atentado, ofreciera un impacto parecido al del World Trade Center, por ejemplo. Son edificios que representan mucho más que unos cimientos o unos cascotes.
-En el mismo monólogo inicial, Hawke explica que no llegó a entender el guion que usted le mandó antes de decirle que sí. ¿Cambiaba mucho respecto a lo que vemos en pantalla?
-Bueno... No lo sé. Para esta película más que con un guion empecé con una estrategia de rodaje. O un plan de ejecución, si se quiere. En esa ejecución, era clave Hawke incluso aunque todavía no lo supiera. A partir de ahí, la película se vuelve un ente vivo por sí mismo y crece. ¿Para qué quería una historia o una narrativa si al llegar al rodaje podía cambiar todo por un positivo? Tenía que hacer un cine más libre.
-En la película hay menciones explícitas a la pandemia y al virus, algo que el Hollywood hegemónico ha evitado a conciencia. ¿Por qué cree usted que sucede?
-Porque ellos venden entretenimiento. ¿Cómo de entretenida es una pandemia con millones de muertos? Pues no mucho. Yo también considero que hago entretenimiento, pero siempre a partir de la realidad que me rodea. ¿Quién demonios se acuerda hoy en día de la peste española en la ficción? No queremos volver a eso. En cuanto los niños pudieron salir a la calle, todo lo que queríamos era dejar esto atrás. Es comprensible, nadie quiere volver a esa sensación de miedo. En mi caso, y en mi cine, necesito expresar la realidad, y por eso necesitaba el virus.
-Hablando con cineastas experimentados, como usted, siempre me explican que el gran problema de hoy en día es la falta de editorialización del cine. Quizá, que lo consumimos como un “contenido” y no como “arte”. ¿Está de acuerdo?
-La mera discusión me parece clave. Yo no sé de qué lado estoy, sinceramente, pero sé que el mundo en el que empecé a hacer cine tiene poco que ver con el actual, y eso no es necesariamente negativo. Ahora hay muchas más voces que antes, y más diversas, gracias a Internet, el “streaming” y las páginas personales. El diálogo es mayor, la interacción, pero al final tanto antes como ahora todo se reduce a los esencialismos del espectador. El lenguaje del cine es el único que sigue siendo universal, y eso no va a cambiar nunca. Hacer cine es el oficio de juntar imágenes, y si consigues hacerte inteligible, no hace falta mucho más.
-Ya que me hablaba de la universalidad del lenguaje del cine. ¿Cree usted que en esos nuevos códigos hay hueco para quien va un poco más allá, quien se atreve a tomar nuevos riesgos, en la época de Netflix y Amazon?
-Tanto Netflix como Amazon van a su bola, siempre harán lo que les venga en gana hacer y no mirarán por el conservacionismo del arte. Y tampoco se les puede culpar por ello, yo creo. ¿No? Han creado su propio espacio en el cine moderno, atrayendo muy buenos talentos, y dándoles unas condiciones que les animan a trabajar. Pero sería un error creer que ese espacio es el único. Hay gente muy buena que nunca hará una película para ellos, pero no por orgullo, si no por simple necesidad artística de probar cosas fuera de la norma, de sus parámetros. Siempre habrá locos para ello. Joder, yo viví el fin de los grandes estudios. Siempre habrá gente que quiera buscar su arte fuera de lo hegemónico. ¡Más dura será la caída!
-La última, y le dejo irse a rodar. Usted dijo en una ocasión que se mudó a Roma justo después del 11-S, porque había cambiado su percepción de lo que es sentirse seguro. Ahora que el terrorismo actúa en todo el mundo, ¿reformularía su frase de hace veinte años?
-La pandemia tuvo algo bueno, porque frenó amenazas globales como el terrorismo. Lo mandó todo a la mierda, incluido lo malo. Yo viajo mucho en tren, porque lo prefiero a todas las medidas que implica ir en avión, y aun así me sentía manoseado en cada viaje, en cada comprobación de mi equipaje. Ahora, cuando viajas, nadie quiere estar a menos de veinte metros de ti. ¿Dónde están todas las bombas que antes llevaba por defecto en mi neceser? (ríe). En Roma, y en las noticias italianas, se hablaba todo el rato de inmigración como el problema más grave de la historia del país y, de repente, llevo sin oírles hablar de ello ya dos años. El virus se lo llevó todo. No sé si estoy más seguro ahora, pero sí estoy más tranquilo.