«Los Pazos de Ulloa», la obra que debería ver el Islam
Helena Pimenta y Eduardo Galán llevan por primera vez a las tablas la que es, sin duda, la obra fundamental de Emilia Pardo Bazán: «Una denuncia de la violencia», presentan
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Regresa Helena Pimenta a los escenarios tras su etapa al frente de la Compañía Nacional. Deja atrás el Siglo de Oro por el que se había movido durante los últimos tiempos y desembarca en el naturalismo del XIX con «Los Pazos de Ulloa» en el Teatro Fernán Gómez. Si bien el capellán tardó un «bocadiño» o la «carreriña de un can», que se dice al inicio del texto, en llegar hasta la casa del marqués, la directora ha tardado un poco más de dos años en volver a su hábitat natural. Y lo hace con «un monumento», define de la novela de Emilia Pardo Bazán que ahora pasa por el tamiz de Eduardo Galán. «No conocía demasiado a Emilia. Lo justo. Pero no imaginaba lo que me iba a encontrar y no solo dentro de su obra, sino en su existencia y sus diversas creaciones», explica una Pimenta todavía sorprendida ante el hallazgo.
«Es curioso cómo es capaz de mirar la sociedad, porque fue una gran observadora. Así lo demuestran sus denuncias y su manera de poner sobre el tapete la realidad y de atravesarla con unos materiales que, aun siendo trágicos, aportan una visión esperanzadora por toda esa capacidad que tiene de poner el dedo sobre la cuestión y contar las verdades», continúa la directora.
Aunque si hay un punto que sobresale en «Los Pazos» es la agresividad que desprenden sus páginas. Una violencia entre seres humanos que en la función se ha abordado desde el enfrentamiento entre «civilización y barbarie», comenta la ex de la Compañía: «Es algo que, desgraciadamente, está presente en todas las sociedades. Es universal. De lo que yo no soy capaz es de llevar todo eso al escenario hasta que no lo comprendo con mis propias vivencias. En La Coruña no pude evitar encontrarme con la calle en la que mataron a Samuel Luiz. Una muestra más de la querencia que hay todavía hoy a la barbarie y a la incapacidad. Es de una inmoralidad tremenda pensar que tu vida está por encima de cualquiera», lamenta. Mientras, para Galán, la obra tiene la violencia intrínseca de los animales, «esa brutalidad salvaje de hombres contra hombres y hombres contra mujeres. Una pieza que se debería ver en todos los países islámicos, pues es una denuncia contra la violencia y contra la de género, concretamente».
El eje y narrador de la función está en Don Julián, interpretado por Pere Ponce, que define a su personaje como «un cura tímido y apocado» criado, por ser hijo de la sirvienta de la casa, en el seno de la familia del señor de La Lage (Francesc Galcerán). Llega a los Pazos de Ulloa para ponerse al servicio del marqués de Ulloa, don Pedro Moscoso (Marcial Álvarez). Allí se encuentra con una situación terrorífica: la crueldad de don Pedro y de su capataz, Primitivo (también Galcerán), con Perucho, el niño de cinco años hijo de la criada, llamada Sabela (Diana Palazón), y del propio don Pedro a quien dan de beber vino hasta emborracharlo con el consentimiento de la madre, Sabela, la criada «sensual y barragana» del marqués, apuntan. El religioso intentará oponerse, pero le falta coraje y personalidad... Es el inicio de una trama que por primera vez se convierte en obra teatral. Sí existió una versión televisiva, de 1986, que, por cierto, aseguran que no han querido mirar: «El paso del mundo de la novela a la puesta en escena, a partir de la versión de Eduardo, es muy sintético, muy intuitivo, pero mantiene todos los elementos de la historia». En todo este universo de Pardo Bazán, incide Pimenta, no se podía obviar la ya citada violencia, sin embargo, la directora no ha querido «que fuera un juego explícito y morboso, sino sugerido. Cada uno debe imaginar cómo sería la violencia en cada caso. Yo prefiero no describir las agresiones físicas. Otra cosa es la manera de hablarse, que se mantiene porque la cabeza sí puede filtrar eso».
Y en el centro de todo ese ímpetu primitivo está Pedro de Álvarez, un cacique, un salvaje, un machista de manual: «No le voy a defender, solo como actor. A la hora de trabajarlo, insistíamos en que no fuera de una sola pieza, por lo que he querido enseñar su alma, encogida por las circunstancias, por su educación. Los hombres también son maleducados y maltratados por su entorno, por esas cuestiones adquiridas», argumenta un actor al que no le ha costado dar con referentes porque «la vida está llena de estos señores». Tampoco se queda atrás Galcerán cuando se mete en la piel del capataz, «un hombre que no es malo, lo siguiente. Deja que el marqués maltrate a su hija por un interés personal». Palazón y Esther Isla, sus personajes, son las destinatarias de la ira: «Mujeres a las que no las dejan vivir. Quieren ser libres, pero no pueden. Están encerradas en una cárcel que no es solo de violencia física». Ante lo que Pimenta puntualiza que, «durante toda la trama, las mujeres están en una soledad estremecedora».
De esta manera cobra vida el clasicazo por excelencia de Pardo Bazán en un año en el que el centenario de su fallecimiento coincide con el del nacimiento de Fernando Fernán Gómez: «Una demostración de que hay vida después de la muerte», defiende el equipo.
- Dónde: Teatro Fernán Gómez, Madrid. Cuándo: hasta el 7 de noviembre. Cuánto: desde 16 euros.