La amarga verdad sobre Nirvana
Aparece en español la biografía que hace tres décadas trató de contar quién era Kurt Cobain en pleno acoso mediático y un año antes de su muerte
Uno de los peores momentos de la vida de Kurt Cobain sucedió en 1992. Los servicios sociales le habían retirado a él y a su mujer Courtney Love la custodia de su hija, Frances Bean. La razón fue un artículo en “Vanity Fair” bastante repugnante en el que se aseguraba que Love consumía heroína estando embarazada. No era cierto, pero bastó con eso, no hicieron falta más comprobaciones para arrebatarles la pequeña recién nacida. En ese momento, el líder de Nirvana aceptó abrirse y contar su vida en sucesivas noches a Michael Azerrad, periodista de “Rolling Stone” con un objetivo: “Quiero que cuentes la verdad -le dijo Cobain a su biógrafo-. Eso será ya mejor de lo que nadie nunca haya escrito”. Azerrad plasmó no solo su historia, sino la de Nirvana como banda, en “Come as you are”, libro que aparece ahora editado en español (Contra) casi tres décadas después. El volumen apareció antes de que Cobain se quitase la vida y sigue escrito en presente simple, pues tal era su urgencia: la de contar quién era esa joven y torturada superestrella porque, en aquel momento, nadie sabía del abismo que le acechaba.
Cobain leyó el libro. “En él se cuentan algunos pasajes polémicos y, como cortesía, el editor pensó que debería leerlo antes de que saliera publicado. No podía cambiar nada, pero al menos prepararse por si acaso -cuenta Azerrad por teléfono-. Así que volé a Seattle y Kurt leyó el texto en mi habitación de hotel, porque no estaba autorizado a dejar salir el manuscrito, durante tres noches seguidas, en mi presencia. Cuando terminó, me dio un abrazo y me dijo que era el mejor libro de rock que había leído”. Ambos desarrollaron una cierta amistad, con distancia. Cobain no tenía muchos amigos fuera de la banda. “Mis padres se separaron, como los suyos. Habíamos escuchado la misma música, aunque yo era de Nueva York. Pero se parecía a mucha gente con la que crecí. Conectamos”. Eso fue lo que le pasó a millones de personas con la música de Nirvana. Cruda, desgarrada, radical. Un enorme grito.
Cobain no fue el portavoz de una generación al estilo de Bob Dylan. “Kurt no aporta ninguna respuesta y, en realidad, no formula casi preguntas. Se limita a un gemido angustiado, deleitándose a sí mismo en el éxtasis negativo”, explica Azerrad. Sin embargo, aunque la música de Nirvana podía sonar a apatía, no lo era en absoluto. Sus posiciones contra el machismo, el racismo y la homofobia eran claras. Igual que lo era su pedigrí independiente y de punk rocker. Otra cosa es que desearan que su música llegase a tanta gente como fuera posible y que pronto evolucionasen su sonido hacia las melodías audibles y no la simple furia sonora del “hardcore” que tanto le inspiraba. Porque, en el fondo, bebían tanto de la música de Black Flag como del rock proletario estilo Kiss o los primeros Aerosmith. Cobain, en realidad, se preguntaba cómo sería resolver la ecuación de una música que estuviera a medio camino entre Black Sabbath y los Beatles.
“Basura blanca”
Paro, alcoholismo y suicidios son los récords estadísticos de Aberdeen, su ciudad de nacimiento. “Éramos basura blanca que se hacía pasar por clase media”, reconoce Cobain. Con ocho años, sus padres se divorcian y siente que les odia a ellos y, ya de paso, a todos los demás porque sí los tienen. En realidad, el único sentimiento que tenía dentro era el odio y el desprecio por la gente en general, que le resultaban idiotas sin excepción. Ponía cara de loco y todo el mundo pensaba que era candidato a presentarse un día en el instituto con un rifle. “Tenía toda la pinta de explotar cualquier día, así que la gente acabó por distanciarse de mí”, dice Kurt en el libro. Por eso, los opiáceos como el Percodán le producían alivio y hasta cierta sociabilidad, rebajaban la ira a cambio de un confort sedante. Robaba Vicodin, un analgésico que le encantaba y se inyectaba heroína en pequeñas cantidades. En el instituto comenzaron sus dolores estomacales, un terrible ardor que solo se calmaba con sus queridas pastillas o con un chute.
Con Krist Novoselic conectó porque venía de un hogar desestructurado (sería “conditio sine que non” para entrar en el grupo: ningún aspirante a batería encajó hasta la llegada de Dave Grohl, el primero cuyos padres, bingo, estaban divorciados) y era un tipo muy anticonvencional, otro marginado. Los embriones de Nirvana junto a Novoselic, bandas efímeras, se llamaron Fecal Matter (Materia fecal) y después Skid Row (Barrios bajos), y antes de adoptar su nombre definitivo una de sus primeras canciones estaba dedicada a los “Swap Meet”, los mercadillos donde la gente vende sus pertenencias para llegar a fin de mes. Cobain estaba fascinado con esa especie de “empresarios pertenecientes a la basura blanca incapaz de fijarse unas metas que vayan más allá de la venta de porquería, porque eso es su vida, una porquería”. La canción terminará formando parte de “Bleach” (Lejía), el primer disco de Nirvana, publicado en Sub Pop tras vencer las reticencias de Jonathan Poneman y Bruce Pavitt, personajes imprescindibles en la música independiente americana. “Pensaban que éramos retrasados mentales. Ellos eran los típicos punk rockers educados de clase media, cultos y sabelotodo. Y nosotros éramos sus paletos con guitarras”, recuerda Cobain.
Sub Pop era un completo desastre y Sonic Youth dan el salto a una multinacional. Cobain militaba en la escena pero estaba cansado del alarido y el puro ruido. Quería expandir su horizonte melódico. Y así es como empieza a trabajar en el siguiente disco, que se grabará con nuevo batería en lugar de Chad Channing, un muchacho procedente de familia desestructurada, al fin. Firmaron por Geffen por un escaso adelanto, pero la jugada fue maestra, porque el grupo conservó todos los derechos de reproducción del disco en caso de que llegase a ser disco de oro, algo inimaginable. Acabaron ganando millones de dólares por esa decisión. También, por cierto, Sub Pop, que nunca habían firmado un contrato discográfico con ninguna de sus bandas (eran la exacerbación del indie), salvo con Nirvana. El sello, que zozobraba, recibió 75.000 dólares para entregar la carta de libertad de Nirvana (que pagó el grupo) y un 2 por ciento de las ventas de los siguientes dos discos. Sub Pop sigue pagando las facturas tres décadas después gracias a ese acuerdo. A Kurt le pareció un estupendo mecenazgo.
“Nevermind”
Por aquellas fechas, antes del éxito, apareció una chica con el improbable nombre de Courtney Love. “Pensé que se parecía a Nancy Spungen”, dice el cantante en el libro. Curiosamente, Love aparece en la película biográfica “Sid y Nancy”, sobre la macabra relación del bajista de los Sex Pistols y la groupie que acabó siendo su verdugo. Sin embargo, Love no era ninguna groupie. Tenía su propia carrera musical y no ambicionaba el dinero ni la fama de Cobain. Tampoco, por supuesto, fue ella quien le indujo al consumo de heroína, sino en realidad al contrario. Compartían pasión por los fármacos, pero Courtney pensaba que ella se haría más famosa que su rubio amante. Cuando hace ahora 30 años, apareció “Nevermind”, un disco en el que convivían la rabia punk rock (se negaban a hacer segundas tomas de las canciones) con una producción descaradamente radiofónica. Sonaba como un navaja cubierta de metacrilato, amortiguada. Está lleno de retoques digitales, voces y guitarras dobladas, que Kurt terminó por detestar y que sembraron la semilla de un amargo descontento.
La repercusión del disco va mucho más allá de las 10 millones de copias que vendió (ya va por 30 millones): catapultó a grupo y a toda la escena de Seattle, desató la fiebre de las multinacionales por fichar grupos independientes, fue el aldabonazo para que la MTV se convirtiese en referente juvenil, y convirtió en masivo un trabajo que, aunque a Cobain no se lo pareciese, era mejor que el 99 por ciento de la música que se editó ese año y más real a pesar de todo. Las letras, aparte de no entenderse apenas, eran anticomerciales. Armas, sida, violencia, angustia y alienación se sucedían con un estilo poético deudor de William Burroughs, ídolo de Cobain. Hablan de una generación perdida, dañada y enfadada. Y, sin embargo, “si ahora pienso en el disco, me da vergüenza. Parece más de Motley Crue que de punk rock”, lamentaba Cobain años después. Nunca le gustó cómo sonaba aquel el trabajo. La gente no lo vio así en absoluto. El vídeo de “Smells Like Teen Spirit” empezó a emitirse en la MTV de madrugada, sin la menor repercusión. Sin embargo, una joven programadora, Amy Finnerty, insistió en que fuera una apuesta en un horario más decente. Enseguida, el vídeo generó un aluvión de llamadas y peticiones. Geffen ganó 50 millones de euros con un trabajo que desbancó a Michael Jackson, Metallica o Guns’n Roses, los archienemigos de Cobain. Sonaba en todas las radios.
También tuvo efectos adversos no controlados. Muchos llamaron a Nirvana unos vendidos por dulcificar su sonido. La presión mediática sobre Cobain y la banda se volvió insoportable a medio plazo. Kurt tenía un problema con el éxito: por un lado lo deseaba, pero, por el otro, odiaba cómo entre sus propios fans (lógicamente, pues eran millones) se contaban algunos de los abusones y machitos que él detestaba en el instituto. Él mismo presenció su comportamiento con las bandas invitadas que llevaban Nirvana, que en varias ocasiones eran grupos de punk femenino ante las que sus propios fans perdían los papeles. “Estaban perdiendo su comunidad”, describe Azerrad. Detestaban a su propio público porque su militancia era innegociable. Utilizaron en parte su influencia para promocionar a los Melvins, Eugenius y a Daniel Johnston en aquella famosa camiseta, pero no era suficiente.
Courtney, Yoko y el machismo
Courtney estaba embarazada de seis meses y quien consumía heroína era el padre. Sin embargo, en un artículo en “Vanity Fair”, fue ella la que aparecía representada como madre drogadicta. Fuentes sin citar “temían por la salud del bebé”. El impacto fue bestial. Courtney, de ocho meses y medio, estuvo a punto de colapsar. Ingresó en un hospital después de tener pensamientos suicidas. Kurt los tenía homicidas contra la periodista, Lynn Hirschberg. El proceso fue denigrante y las invenciones en catarata de todo tipo de prensa sensacionalista crecía exponencialmente, inventando titulares ingeniosos y detalles escabrosos. Un día, sacaron la pistola de Kurt y planearon quitarse la vida. Les retiraron la custodia de Frances Bean y comenzaron las humillantes pruebas de orina, las visitas sorpresa de los trabajadores sociales, los interrogatorios. “Hemos sido el mayor chivo expiatorio de la historia del rock”, dijo con percepción un poco exagerada. Y la gran cabeza de turco de la historia fue Courtney Love, que era excéntrica y excesiva, pero también inteligente y carente de responsabilidad del trágico destino de su marido, a pesar de que todos la tomasen por manipuladora. «El cliché de Yoko Ono es puro machismo», asegura Azerrad.
Del descenso de Cobain hacia su final pudieron darse cuenta quienes estaban a su alrededor. Los que escucharon que “In Utero” iba a llamarse originalmente “I Hate Myself And I Want To Die” (Me odio y quiero morir), una muestra del humor negro del artista, sí, pero un tanto estremecedor. Grabaron el oscuro y magistral “In Utero” con Steve Albini y nadie quedó contento. Ni la banda, ni el sello, ni el productor. A pesar del sonido más crudo y directo, Nirvana volvieron a ser acusados de venderse, acusaciones a las que Albini, que se había embolsado un dineral, se sumó sibilinamente. La compañía, molesta con el volumen de los instrumentos, logró desenterrar la voz de la maraña de ruido y subirla unos cuantos decibelios, para conseguir que se escuchase algo. El disco se publicó en febrero de 1993. Un año después, Cobain se quitó la vida.
Nadie indujo a Cobain a hacer nada que no quisiera. Ni Courtney Love ni nadie le empujó a drogarse. Vivía herido y con carencias afectivas, nunca supo encajar. No se consideraba suficientemente bueno y estaba permanentemente insatisfecho. Los medios, como sucedió con Michael Jackson o Amy Winehouse, le sometieron a un acoso sistemático y también el el entorno de la música independiente. “Todos quieren vernos morir. Podríamos seguir adelante solo para fastidiar a esos cabrones. Ya han pasado por la parte más ofensiva, que es atacar a mi familia, pero llegará un día en que no sea capaz de seguir lidiando con esto”, afirma Cobain con macabra anticipación.