Errol Flynn: el hombre que tocaba el piano con su secreto mejor guardado
En sus memorias presumió de haber sido un buscavidas en el pasado y vivir al límite durante sus 50 años de existencia
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Interpretó a Robin Hood y al general Custer, cargó con la Brigada Ligera, fue el pirata Capitán Blood, señor de Ballantrae, militar en Birmania e incluso Burlador en Castilla. Lo hizo todo y se convirtió en leyenda. Si la frase «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» que Humphrey Bogart pronunció en «Llamad a cualquier puerta» puede aplicarse a un actor, ese es Errol Flynn (Australia, 1909-Canadá, 1959). En 50 años vivió más que la inmensa mayoría de los mortales y no nos referimos (solamente) a las aventuras de sus películas sino a de dónde venía y cómo se comportaba al apagarse las cámaras. Aquel atildado aspecto y buena educación ocultaban a un aventurero de pasado buscavidas que fue marinero, corresponsal, pescador, friegaplatos, capador, vigilante en una plantación de tabaco, minero y buscador de oro antes de convertirse en actor.
También había sido boxeador y compitió por Australia en los JJ OO de Ámsterdam 1928, y la verdad es que Flynn gozaba viviendo al límite: probó la marihuana, el opio y la cocaína, todo tipo de potingues afrodisíacos, se emborrachaba como un templario, afirmaba haber comerciado con armas de contrabando en la Guerra Civil española y matado a un hombre en Papúa-Nueva Guinea... Todo ello está recogido en su autobiografía, «My Wicked, Wicked Ways». Incluso su pene fue mítico: de tamaño portentoso, testigos presenciales cuentan que con él tocaba el piano en las fiestas que organizaba en casa. Errol Leslie Thompson Flynn, hijo de un profesor de biología y antropología irlandés, nació en la localidad australiana de Hobart y ya de niño su madre se refería a él como «un diablo de pantalón corto». Enviado a estudiar a Londres, coleccionó expulsiones.
El prestigio académico de su padre le permitió continuar en París y regresó a Sidney hecho ya un hombrecito. Sin embargo, solo le interesarían los libros que él mismo pudiese escribir. Comenzó en el cine casi por casualidad, con un pequeño papel en la primera versión del motín de la Bounty. De regreso a Inglaterra, se matriculó en una academia de interpretación y, ya en suelo americano, fue contratado por un ojeador de la Warner Bros, productora que lo haría estrella. «El capitán Blood» fue su primer gran éxito: haber navegado los mares del Sur de verdad le permitió ser un creíble pirata en el celuloide muchas otras veces.
Sus líos de faldas
Si en el Hollywood dorado el alcohol manaba del mismo modo que la coca circularía 40 años después, Flynn alcanzó una sofisticación digna de mejor causa: inyectaba vodka en las naranjas que merendaba en los descansos del rodaje. En cuanto al sexo, sus líos de faldas suponen un listado inacabable. Tan mujeriego como su porte y vicio le permitían, la frase «Me gusta el whisky viejo y las mujeres jóvenes» se quedaría en una machada de dudoso gusto de no ser porque fue acusado y juzgado por violación (las adolescentes Betty Hansen y Peggy Satterlee fueron las denunciantes), aunque salió airoso tras un largo proceso. Hoy todo hubiese sido distinto.
Se casó tres veces: con Lili Damita (1935-42), Nora Eddington (1943-48) y Patrice Wymore (1950-59), y tuvo cuatro hijos. Solo el primero, Sean, siguió sus pasos en el cine, si bien, al no conseguir ningún papel relevante, se hizo fotógrafo y, emulando sin querer las aventuras de su padre, pereció en la guerra de Camboya. Tres décadas largas de trasegar alcohol y consumir drogas minaron la salud de Flynn y un día, simplemente, su cuerpo dijo basta. Un infarto bajo el que afloraron arteriosclerosis coronaria y cirrosis contradijeron la frase de Bogart. Que su pareja fuese Beverly Aadland, una actriz de 19 años, hacía más patética la escena: su cadáver aparentaba el de un hombre 20 años más viejo.
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