“Viuda negra”: memorias feministas de la propaganda anti-comunista
Scarlett Johansson vuelve a enfundarse el cuero de la superheroína de Marvel para contar una historia de espías y armas políticas y reflexionar sobre las diferentes acepciones de la familia
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En ocasiones como elementos de explícita propaganda política, a veces como simples explotaciones del signo ideológico de turno o justificación bélica de ídem, lo cierto es que los “thrillers” que se apoyan en la Guerra Fría para contar historias sobre el libre albedrío y la soberanía popular como designio inquebrantable -y torticero- llevan entre nosotros, aproximadamente, desde el final de un conflicto que vio siempre en lo nuclear su temor más grave. Desde los músculos comunistas de Arnold Schwarzenegger en “Danko: color rojo”, a la sutileza grandilocuente de Sean Connery en “La caza del Octubre Rojo”, pasando por episodios más recientes como las excelentes “Amanecer rojo” o “El puente de los espías”, de Steven Spielberg, Hollywood siempre se ha refugiado en la decadencia de la Unión Soviética para exaltar los valores de su paupérrima democracia. No es de extrañar entonces que Disney, a través del diagrama de Venn de lo adrenalínico en la que ha convertido las adaptaciones de los cómics de Marvel, tardara poco en ofrecernos su propia y épica versión del cuento: en “Viuda negra”, que se estrena esta semana en cines y en Disney+ y está protagonizada por Scarlett Johansson, David Harbour, Florence Pugh y Rachel Weisz, volvemos al origen de la primera vengadora a la que conocimos en la gran pantalla para atar ciertos cabos sobre su infancia y, de paso, dar por zanjada cualquier tipo de ambigüedad respecto al reaccionario sesgo ideológico de la saga superheroica.
Oda a la sororidad
Hace unos años, en “Capitán América: El Soldado de Invierno” (2014), la casa de las ideas ya intentó trasladar las pulsiones del conflicto estático a su propio universo, pero la buena mano de Anthony y Joe Russo -que luego les valió para hacerse con la dirección de “Infinity War” y “Vengadores: Endgame”- evitó que el espectáculo sirviera como justificación de lo horrendo y la acción, más centrada en lo coyuntural que en lo ideológico, parecía enfocada a contar una historia sobre la destrucción mutua asegurada, sí, pero a través de la amistad de dos hombres y no gracias a los códigos nucleares. En “Viuda negra”, la directora Cate Shortland (Australia, 1968) recurre a la brocha gorda para sumergirse en un mundo que le era bastante ajeno: “Sabía de la existencia del universo de las películas de Marvel en el cine, pero no era una aficionada hasta que me llegó el proyecto. Empecé viendo “Thor: Ragnarok” y “Black Panther”, que me gustaron mucho, y ahí fui retrocediendo hasta que di con las películas del Capitán América, más cercanas a lo que queríamos contar”, explica a través de videoconferencia a LA RAZÓN.
Esa historia, que nos traslada a los noventa al ritmo del “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana en una versión descafeinada, nos cuenta cómo Natasha y Yelena (Johansson y Pugh), dos hermanas del Ohio profundo, ven su infancia interrumpida por la escapada de sus padres, dos espías rusos infiltrados en Estados Unidos que se desentienden de ellas una vez a salvo y dejan que caigan en manos de la Habitación Roja, una especie de CIA secreta y soviética que convierte a niñas huérfanas en mujeres súper-soldado para luchar por la causa comunista… Y lo que surja. Shortland, que ya había bajado al barro en “Lore” (2012), sobre el lavado cerebral del régimen nazi, evita con tablas la pregunta sobre la obvia carga ideológica de su filme: “Más allá de la política, quería que la película fuera apabullante, que la gente se subiera con nosotros a una montaña rusa de emociones a pasarlo bien. Y también que tuviera esos pequeños momentos de verdad, sobre la familia, sus dinámicas y cómo afecta el paso del tiempo. Así es como nos salió esta película, que creo es un relato tan épico como íntimo”, esquiva.
Polémicas aparte, lo cierto es que su “Viuda negra”, más por lo interpretativo y lo coral que por lo meramente artesanal, se puede entender también como una oda a la sororidad en el sentido más íntimo de la palabra. No se trata tanto de salvar a todas esas mujeres que caen en las redes del malo de turno, que también, si no de construir a la Natasha Romanov que años después salvaría el mundo junto a Hulk y Ironman como una hermana mayor en busca de su propia humanidad, el recuerdo de un pasado al que sabe jamás podrá volver a través de la salvación de su hermana, el último nexo con la inocencia que le fue arrebatada.
En la ficción, ese papel nostálgico de recordatorio recae sobre su hermana pequeña, Florence Pugh, y su “padre”, ese David Harbour al que hemos aprendido a querer a través de sus papeles en “Stranger Things”, “Hellboy” o “The Newsroom” y que comparte con la protagonista de “Midsommar” las mejores escenas de la película: “No conocía apenas el trabajo de Florence (Pugh), y de hecho vi “Mujercitas” cuando ya estábamos rodando. Ello me permitía no tratarla con la distancia o con la misma delicadeza que a cualquier otro compañero. Acabamos metiéndonos el dedo en la nariz el uno al otro durante el rodaje y haciendo el tonto juntos. Creo que eso en la película se nota y es maravilloso. Se nos permitió crear una relación maravillosa sin los dejes ni los clichés que a veces se asumen entre estrellas. Solo éramos un par de actores intentando crear química y funcionó. No puedo estar más orgulloso, porque ella estuvo también dispuesta a dar lo mejor de sí. De hecho, cuando en la película cantamos al unísono el “American Pie” de Don McLean, es algo que surgió por el empeño nuestro de crear un propio. Con cualquier otra actriz no creo que hubiera sido tan fácil”, explica el actor antes de bromear sobre su “encasillamiento” en el cine como superviviente del terror rojo, siendo este su tercer papel bajo el mismo prisma: “Es una coincidencia muy loca y muy divertida. Creo que ya he aprendido a fugarme de cualquier cárcel soviética”.
Chascarrillos aparte, lo cierto es que la vuelta de “Viuda negra” y el Universo Cinematográfico Marvel a la gran pantalla, más allá de los tibios productos televisivos que han resultado ser “Loki” o “Wandavision”, pone la primera piedra del futuro de una franquicia que ahora se medirá en términos de diversidad. Este intento, en femenino, será acompañado en septiembre por otro en clave asiática (“Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos”) y en noviembre por otro quizá más arriesgado, los “Eternals” de una Chloé Zhao que se ha prometido juntar en sus horizontes infinitos a Angelina Jolie, Salma Hayek y Kit Harington como deidades del génesis marvelita. Así el futuro, y si le perdonamos la propaganda, “Viuda negra” llega a nuestras carteleras con una misión metafílmica más complicada que cualquiera que haya llevado a cabo en el cine: salvar a las salas de la mano de Dominic Toretto y su “Fast and Furious 9” y salvaguardarlas como lugar de disfrute de lo que son ambas películas en liza, “blockbusters” tan disfrutables como olvidables que harán las delicias del espectador que busque refugiarse en el frío soviético de la butaca.