Crítica de “Crock of Gold”: el irlandés que sabía demasiado ★★★☆☆
Dirección y guión: Julien Temple. USA-Gran Bretaña, 2020. Duración: 124 minutos. Documental.
A lo largo de su fructífera carrera como documentalista y director de videoclips, Julien Temple ha filmado una furibunda, empática crónica de la escena musical británica desde los años setenta. A los Sex Pistols, The Clash y Madness, entre muchos otros, se les añade ahora The Pogues, liderados por ese Yeats desdentado, con cabeza ovoide y un ramillete de cervezas en la mano -empezó a beber a los cinco años- que es Shane MacGowan. Temple cuenta aquí la historia de un superviviente, y por eso no tarda ni un segundo en mostrarnos que la electricidad narcótica de MacGowan en los escenarios es ahora una sombra de lo que fue, un hombre balbuceante en una silla de ruedas que, pese a todo, conserva una lucidez de hierro.
Nadie se atreve a juzgar al bardo irlandés, no hay moral que pueda con él, y eso es fantástico. Si MacGowan ha sobrevivido a sus adicciones no es por una pulsión autodestructiva sino por un ansia inagotable de vivir la vida. Este crítico tiene la impresión de que las decisiones formales de Temple, que atiborran el plano hasta asfixiarlo -animaciones, dramatizaciones, imágenes de archivo y etcétera, siempre amenizadas por la voz en off pastosa de MacGowan o de los entrevistados para la ocasión (sus padres, su hermana, Bobby “Primal Scream” Gillespie, y los artistas invitados, Gerry Adams y Johnny Depp, coproductor del filme)- pretenden corresponder a la pasión abigarrada por la vida de su biografiado.
Cuya trayectoria además sirve también para analizar el peso del nacionalismo irlandés en su música, osada combinación de punk y folk; la importancia de la infancia (los recuerdos en la granja familiar de Tipperary), la política y la literatura (su evocación de Joyce es memorable) en su impulso creativo; y la surtida colección de anécdotas atroces que atraviesan su biografía, con mordedura auricular incluida. Temple rellena de tanto material su recorrido que es inevitable que roce la autoindulgencia; le sobran bromas privadas, desvíos, redundancias, que aligerarían el retrato de un artista que ríe como un perro pulgoso y preferiría estar en otra parte que respondiendo preguntas sobre su pasado licencioso.