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Shane MacGowan, el poeta heroico de la música irlandesa vencido por la heroína, el alcohol y la gloria

Julien Temple dirige “Crock of Gold”, un extraordinario documental que se estrena el viernes sobre la trayectoria profesional y personal tan endiabladamente excesiva de Shane MacGowan
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Por los espacios interdentales de su boca castigada han salido letras desesperadas, gamberras y hermosas que reivindicaban los orígenes emigrantes del pueblo irlandés y se constituían como un gran escaparate generacional iracundo para todos aquellos “paddies”, esos obreros sin estudios ni sueños con las manos arqueadas de tanto exprimirlas, a los que los ingleses repudiaban. Shane MacGowan además de ser el cantante de The Pogues, un revitalizador consciente de la música tradicional irlandesa, amante prematuro de la botella, chapero esporádico de las calles londinenses de finales de los setenta, compositor y poeta de extremada sensibilidad y uno de los últimos mitos musicales del folk que ha logrado sobrevivir a los abismos del vicio, es hijo del hambre.
Su infancia en Tipperary, un pequeño condado de la provincia de Munster, fue salvaje y feliz pese a la escasez reinante y las consecuencias directas de las limitaciones industriales que el campo y las granjas arrastraban. En la época en la que MacGowan todavía era pequeño y la Tia Nora comenzaba a fomentarle la curiosidad por las conversaciones con Dios y a mostrarle las virtudes estimulantes de los paraísos artificiales del bebercio, un niño podía hacer lo que le viniese en gana mientras fuera a misa porque los pecados no existían si después pedía perdón por haberlos cometido. Es precisamente esa libertad sin consecuencias pero con obligaciones la que el cantante mantiene intacta a día hoy y a la que el director Julien Temple se ha encomendado para narrar los fogonazos radicales que componen su vida a través del documental “Crock of Gold”, que llega a las salas este viernes 16.
El antídoto de lo radical
Este documentalista inglés, altamente familiarizado con la captación de la escena musical setentera, ochentera y noventera de los “Sex Pistols”, de “The Clash” o figuras como Grace Jones o Bowie reconoce al otro lado de la pantalla para LA RAZÓN haber desarrollado con mayor intensidad su condición de fan de “The Pogues” a raíz de la realización de este trabajo producido por un incombustible Johnny Deep, quien puede presumir de una duradera y larguísima relación de amistad con Shane. “Era bastante fan de la música de “The Pogues” y la verdad es que había seguido a Shane durante su época más punk. De hecho, la primera entrevista que aparece en el documental se la hice yo cuando Shane tenía ese pelo teñido de rubio oxigenado. Enseguida quedé maravillado con su energía corporal. Realmente era alguien único. Me sorprendió mucho como logró sintetizar toda esa música tradicional y toda esa energía. Pese a todo reconozco que tampoco iba a todos sus conciertos, pero después de hacer este documental me he convertido en un auténtico fan del grupo”, admite entre risas.
Mediante la combinación de ilustraciones realizadas por el mítico ilustrador Ralph Steadman, retazos de entrevistas pasadas, archivos y conversaciones actuales con un Shane MacGowan parcialmente disecado y tembloroso que confía su movilidad a la limitación de una silla de ruedas, Temple homenajea sin moralinas ni edulcorantes la trayectoria fulgurante del grupo y la labor de compromiso político y social que de forma contestaria inició el compositor simpatizante del IRA, pese a no pertenecer a ningún partido ni llegar a formar nunca parte de algún sindicato. “Él cantaba para el pueblo irlandés y también para la juventud. En sus canciones hay sexo, hay alcohol, hay tristeza, hay rabia, hay sarcasmo, hay vida. Mientras que los Sex Pistols por ejemplo eran un grupo más anárquico y The Clash tenía una tradición más política, The Pogues tal vez actuaba en la línea de los primeros. Sus canciones son más liberadoras que políticas. Pretenden mostrar quiénes son los que cantan, de dónde vienen, lo mucho que se parecen a los que están escuchando”, señala Temple.
Cuando Shane aterriza con apenas 16 años en Londres con el alma exiliada y siendo un chico considerablemente talentoso, consciente del pasaporte de ciudadano de segunda clase que llevaba aparejada su nacionalidad irlandesa en Inglaterra, gana una beca para estudiar en la prestigiosa escuela de Westminster y al cabo de unos meses es expulsado por traficar con estupefacientes junto a otros integrantes de esa amalgama burguesa de niños ricos ingleses que también experimentaban con las drogas. Desplazado de la torre de marfil académica, con los problemas resonando fuera de sus paredes, el joven artista encuentra una voz personal, sucia e identitaria en el punk.
Tras pasar unos meses de aislamiento en un psiquiátrico por sus constantes alucinaciones con los psicotrópicos escribe “Instrument of Death”, su primera canción y poco tiempo después, en mitad de una campaña de bombardeos del IRA en 1982, MacGowan funda “The Pogues”. Con esta banda el compositor amplifica el vernáculo de la Isla Esmeralda, se apropia inteligentemente del estereotipo inglés de los borrachos para dignificarlos, entra de lleno en la conversación cultural de los ochenta, reivindica la lucha y el sufrimiento de la persecución de los irlandeses y revitaliza los sonidos: actitud punkarra callejera, instrumentos irlandeses tradicionales y canciones escupidas a una velocidad vertiginosa. “Teníamos 15, 19 y 20 años y vivíamos de un hobby. Al final del punk nos quedamos con un montón de mujeres, un par de botellas de talento loco, nuestros sueños rotos y el subsidio. Lo que pretendíamos era volver a poner de moda la música irlandesa y que el mundo supiera lo rica, terrenal y humana que es nuestra cultura”, admite un jovencísimo Shane en el documental.
La historia social, política y artística de Irlanda, el shock de la subcultura punk londinense y las interminables batallas de Shane con las drogas y el alcohol se van intercalando de forma ilustrativa y enérgica en el documental. Temple reconoce que fue el cantante quien se acercó primero: “No fui yo quien decidió hacer una película sobre Shane, sino que fue él quien me lo pidió a mí. De hecho al principio no estaba seguro de poder hacerlo porque sabía el trabajo y el desgaste que eso podía suponer y en ese momento estaba inmerso en otro proyecto. Pero cuando vi que Johnny Depp iba estar implicado en la producción no lo dudé. Johnny y yo somos amigos desde hace mucho tiempo y sabía que si había un colapso o algún problema, él iba a ser mi mejor aliado para sacar el trabajo adelante. Estaba fascinado y aterrado a partes iguales por ver cuál sería el resultado. Shane tiene fama de ser un tipo legendariamente difícil, sabía que no iba a ser fácil trabajar con él”.
Sin embargo, el director no tardó en sucumbir a sus encantos. “Seguir vivo habiendo empezado a beber a los cuatro años solo puede deberse a la consagración de un milagro o a la suerte de tener una constitución muy fuerte. Shane sencillamente no quiere morir. Ojalá escriba más canciones, a pesar de todas las que ha escrito, como ejercicio creador renovador. Hay una especie de dolor y de melancolía en él marcados por esa infancia irlandesa que tuvo que desarrollarse en Inglaterra. Duro, bello y sensible. La combinación de esas tres cualidades, ese sentido del humor y ese sufrimiento convierten a Shane en un poeta”, remarca.
El amargo villancico “Fairytale of New York” se convierte, tras su lanzamiento en 1988, en la canción navideña más popular del siglo XXI y termina de condenar al cantante a la irrealidad de la fama. Sus innumerables descensos a los infiernos y sus intermitentes entradas y salidas de rehabilitación después de entregarse sin frenos a la heroína, esa “droga a la que acudes cuando tu vida se vuelve insoportable y la quieres bloquear del todo”, precipitaron una retirada silenciosa de los escenarios. Tras ser expulsado de los Pogues después de caer de un coche en movimiento en Tokio y quedarse en coma durante tres días y volver a reinventarse con un nuevo grupo llamado The Popes, el irlandés fue consumiéndose y alejándose de esa popularidad tan intensa y traicionera que había cosechado. “Lo más difícil del proceso de grabación -indica el director- fue conseguir que Shane apareciera para poder grabarle y sacarle en la película. Me recordaba a esos cortometrajes de David Attenborough donde la cámara espera durante horas que aparezca el leopardo y cuando de repente lo hace, hay que aprovechar el momento de forma intensa. Nunca pensé en parar porque aunque en algunos momentos se ve cómo él pretende terminar con la conversación, en el fondo quería hacer esto”.
El ramillete de conversaciones profundamente personales con Johnny Depp, el expresidente del Sinn Féin Gerry Adams, el músico Bobby Gillespie, su esposa Victoria Mary Clarke, su hermana y su padre Maurice entre otros, van articulando el panel vivencial de su interesantísima existencia hasta rematar con un emocionante concierto en donde Bono, Nick Cave y el propio Depp interpretan las canciones de Shane y en donde el artista termina siendo galardonado con un premio a toda una vida por el presidente de Irlanda. A sus 62 años, MacGowan parece advertir con su mirada errática y acuosa cada vez que mira a cámara que ya no queda nada de lo de antes, que ya no hay espacio para el cúmulo sistemático de sensaciones, de gritos, de pasos, de gloria. El hombre soporta, como advertía Hölderin, la plenitud divina solo un tiempo, pero eso sí, el cantante tiene claro que no quiere morirse. Aún no.