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“Marianela” recobra la luz

El Teatro de la Zarzuela recupera la obra del compositor Jaime Pahissa, basada en un libreto de Galdós, para conmemorar la figura del escritor canario
Descripción de la imagenTeatro de la ZarzuelaTeatro de la Zarzuela

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De Pahissa. Dirección: Óliver Díaz. Músicos: Coro Titular del Teatro de la Zarzuela y Orquesta de la Comunidad de Madrid. La Zarzuela. 29-XII-2020.
No sólo es Pablo, uno de los protagonistas de esta ópera, quien recobra la vista, sino la propia “Marianela” quien vuelve a la luz. Lo hace en el aniversario de Galdós, sobre cuya obra se basa el libreto de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, y casi a los cien años de su estreno, acaecido en el Liceo en 1923. La ópera tuvo un buen éxito y viajó hasta estrenarse en el Colón de Buenos Aires. Jaime Pahissa, un compositor hoy olvidado, que ya había conocido el triunfo con “Gala Placidia” diez años antes, se sintió muy impresionado por el relato de Galdós y encontró que respiraba música. No fue el único compositor atraído por la historia.
Cuando una ópera duerme tanto tiempo en el olvido, lo habitual es que se piense que por algo será y normalmente ese “algo” acaba encontrándose. También sucede en este caso, pero no exactamente por su valía musical. El estilo de Pahissa bebe de las fuentes de su época y otras anteriores. Hay en esta “Marianela”, eminentemente sinfónica, mucho Wagner, Strauss, Pedrell, verismo o Debussy, pero no se trata de una imitación porque, hasta cuando recurre a motivos populares, lo hace infundiendo una personalidad propia y una cierta unidad. Obra tonal, donde priman melodía y armonía, con mucho arioso, que hasta descubre, cuando Pablo recobra la vista, que Shoenberg ya había estrenado sus “Gurre lieder” o “Pierrot Lunaire” para mostrar como si, con la luz, la partitura se abriese a una nueva música.
Es una ópera que merece haber sido recuperada, aunque posiblemente vuelva al olvido de donde salió, porque existe esa razón por la que allí permaneció: la partitura es de una inclemencia soberana para tenor y soprano. Ambos han de desgalillarse casi continuamente y, aunque poseen sus propias escenas, -más ariosas que arias- y dúos son pocas las ocasiones de un auténtico lucimiento que no sea el de la exhibición de agudos. Adriana González, que cosechó un segundo premio en el Viñas (2017) y un primero en Operalia (2019), se haya ya en carrera internacional y se entiende. Logró solventar sus muchas dificultades con inteligencia y fue capaz también de matizar las partes más líricas manteniendo un legato adecuado.
No tanto pudo en esto Alejandro Roy, en cambio admirable en valentía y seguridad en un deslumbrante registro alto. Mucho más cómoda y bien escrita vocalmente es la parte del doctor Golfín, a la que Luis Cansino supo dotar de humanidad y calor en una de sus mejores actuaciones dramáticas. Su dúo con Nela provocó aplausos que casi interrumpen una partitura continua. Acertado el resto del reparto. Oliver Díaz se implicó, como es habitual en él, llevando con vigor y vitalidad la orquesta -ya de más de cincuenta atriles- y el coro, situado en la lejanía de un ampliado escenario y todos ellos con mascarilla. Dos horas sin descanso con mucho que descubrir y, a tenor de las ovaciones finales, fue algo compartido por un teatro repleto.