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California reniega de Marilyn Monroe por “sexista”

Asistimos al revisionismo moral de iconografías antiguas. El último escándalo de los «ofendidos» llega por una escultura en California
DREAMSTIMELA RAZON
La Razón

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De un tiempo a esta parte, los escándalos que sacuden al mundo artístico no vienen dados tanto por el grado de transgresión de sus propuestas como por el revisionismo moral de iconografías ya establecidas en la cultura visual contemporánea. Hemos entrado en conflicto con nuestro pasado –con el lejano y con el más reciente–. Pareciera como si la loable necesidad de transformar nuestro presente se hubiera trocado por el camino en la necesidad de transformar nuestro pasado. Y, evidentemente, esta última empresa no puede acometerse sin redefinirse, reprimirse o destruirse todo nuestro legado cultural. O realizamos un pacto con nuestro pasado, o en breve nos encontraremos ante un callejón sin salida que afectará al conjunto de nuestra cultura.
La nueva polémica que concita la atención del mundo del arte está protagonizada por una escultura de 8 metros de altura de Marilyn Monroe, en la que se reproduce la celebérrima escena de «La tentación vive arriba» (1955), de Billy Wilder, donde la falda de la actriz es levantada por una ráfaga de aire. La pieza de arte público está firmada por el escultor Seward Johnson, y fue realizada en 2011 para la ciudad californiana de Palm Springs. En su primer emplazamiento público –entre 2012 y 2014–, la obra se convirtió en un reclamo turístico que atrajo a miles de visitantes deseosos de fotografiarse entre las piernas del icono. Ya, en ésta su primera exhibición, se levantaron voces que tachaban la gigantesca escultura de «abiertamente sexista». Las críticas han vuelto al primer plano de la actualidad con motivo de la reaparición de la obra –esta vez, para ser situada justo en frente del Palm Springs Art Museum–. El CEO de la institución, exdirectores, comisarios y artistas han sumado fuerzas para cuestionar el motivo de la escultura y el nuevo emplazamiento, coincidiendo en que se trata de una representación que objetualiza el cuerpo de la mujer.
Aunque este nuevo episodio de revisionismo cultural parece haber quedado reducido a una disputa entre los intereses turísticos y económicos del ayuntamiento, y los criterios discursivos –afines al MeToo– de la institución museística, la polémica presenta varias facetas que deben ser abordadas para obtener una visión integral de la complejidad envuelta en ella. El primer factor a tratar es estético: la obra de Seward Johnson es horrible, un monumento kitsch que parece extraído de ese museo de los excesos que es Las Vegas. Es comprensible que un centro de arte contemporáneo de prestigio como el Palm Springs Art Museum no quiera tener frente a su fachada a este mastodonte tan alejado del tenor de los trabajos expuestos en su interior. Además, el director ejecutivo del museo, Louis Grachos, sostiene que un centro que recibe al cabo del año la visita de 100.000 escolares no se puede permitir que lo primero que vean éstos al entrar y al salir sean las bragas de Marilyn Monroe. Hasta aquí, nada que objetar. Quizás, el mejor emplazamiento de una obra de esta índole no sea junto a la puerta de una institución que desempeña diariamente una importante labor educativa.
Ahora bien, pese a la importancia que puedan tener estos dos primeros elementos de análisis, a nadie se le escapa que el asunto mollar que se debate aquí es otro: ¿se puede considerar como sexista la reproducción escultórica de una las escenas más icónicas de la historia del cine? Para responder a esta cuestión, hemos de partir de una obviedad: Seward Johnson no ha creado una imagen nueva; tan solo se ha limitado a reproducir una ya existente. Si esta obra hubiera representado a una mujer contemporánea con la falda levantada, evidentemente, y atendiendo a los parámetros culturales vigentes, no habría existido duda alguna en calificar a la representación de sexista. Pero es que éste no es el caso: Johnson se ha limitado a reproducir un icono del cine.
Si hubiera que acusar de sexista a alguien, éste alguien no sería otro que Billy Wilder. Y he aquí cuando nos enfrentamos a la pregunta crucial: ¿se puede condenar el pasado bajo los criterios actuales? ¿Es Billy Wilder un genio o un machista? Porque su reconocimiento dentro de la historia del cine le viene dado por su talento para combinar los elementos culturales de la época. Lo mismo cabría decir del cine de John Ford: si filtramos su filmografía por el tamiz de la mirada actual, películas como «El hombre tranquilo» serían prohibidas por incitación a la violencia de género. ¿Acaso el escándalo ocasionado por la Marilyn de Seward Johnson radica en el efecto causado por su descontextualización? Diariamente, la imagen de Marilyn con la falda levantada circula por las redes sociales y las televisiones. Pero en el momento en que alguien la transfiere a un soporte escultórico y le aumenta la escala se convierte en una imagen ofensiva. Lo dicho: o hacemos un pacto con nuestro pasado o la relación con nuestra historia cultural va a resultar insostenible.