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El Bosco, a prueba de fuego, humo y agua

El Museo del Prado reabre las salas dedicadas al pintor con una reordenación nueva que permite contemplar mejor las obras y observar con mayor claridad las pinturas que los trípticos tienen por detrás
Jesús G. FeriaLa Razon

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El Museo del Prado le dedicó una exposición en 2016 y tuvo 600.000 visitas, unas 7.000 al día. Una multitud justificada y justificable porque El Bosco es un pintor infinito, interminable. Un artista imposible de abarcar que, por mucho que se contemple, está siempre pendiente de volver a ver. Detenerse delante de una de sus obras es siempre contemplarla por primera vez. Pararse un momento frente al «Jardín de las delicias» o «El carro de heno» es bautizarse de nuevo en su pintura, como si jamás se hubiera admirado con anterioridad. Sus cuadros, de un seductor medievalismo siglo XVI, poblado de figuras inverosímiles y fantasías propias de bestiario, desbordan la mirada dejando en el espectador una impresión de incredulidad y estupefacción: ¿Realmente había visto con anterioridad esta obra? Pertenece a esa genealogía de pintores inasibles, del que jamás se recuerdan demasiados detalles específicos, más bien el manchurrón genial de su estética, ese ordenado estilo tumultuoso que extiende en sus trabajos y que convierte el ejercicio de la memoria en una tarea fútil, inservible.
Apreciado en su época y, después de un breve periodo de olvido durante el siglo XVIII, quizá una centuria con demasiadas luces y razonamientos para apreciar el eco de su simbología religiosa, hoy sus pinturas continúan desplegando la fascinación que habitualmente dejan en nuestra imaginación la opacidad de sus seres y las piezas dotadas de significados esquivos. Unas señales de identidad que lo han catapultado, junto a Velázquez y Goya, en el creador más visto de la pinacoteca madrileña (su directo en Instagram tiene 1.344.240 impresiones). Después de un periodo cerrado al público, sus salas han reabierto en plena pandemia, con un aforo del 75 por ciento y la posibilidad de albergar a 40 personas al mismo tiempo. Se presentan ahora con una remodelación museográfica distinta destinada a mejorar la accesibilidad de los cuadros, tanto la espacial, por su proximidad y la oportunidad de contemplar las pinturas monocromas que esconden los trípticos en su parte trasera, como, sobre todo, la nitidez, mejora que se ha logrado a través de un apropiado juego de luces que permite observar con mayor claridad, y sin el estorbo de ningún reflejo, cada uno de los personajes que asoman en sus tablas, subrayando su profundidad y realzando sus distintos planos . Aquí están «La extracción de la piedra de la locura», «Las tentaciones de San Antonio Abad», la «Mesa de los pecados capitales» y «La adoración de los magos», su óleo mejor conservado, junto a las dos obras maestras antes mencionadas, una colección que son casi una divisa del Prado.

Unas piezas blindadas

La apariencia sencillez de la sala, con una pintura en las paredes más suavizada, engaña y apenas dice nada de las distintas complejidades y los retos que se han tenido que afrontar y resolver. Se han tenido que varios problemas, como el cruce de distintos focos de luces: las que caen desde arriba, las que proceden desde el frente y las que llegan por detrás, para que ninguna de ellas se estorbe entre sí. Los soportes, que pueden pasar desapercibidos, están diseñados de manera especifica para El Bosco y esconden sorpresas: son de metal, cada uno de sus componentes son extraíbles y cada uno, perfectamente reemplazable (se ha hecho así para que perduren en el tiempo). Son más resistentes que los anteriores y, en su interior, guardan unas mantas compuestas por cuatro capas distintas destinadas a proteger estas obras: la primera ignífuga y está diseñada para proteger los óleos en caso de incendio, la segunda es para preservar la estructura, la tercera para mantener la temperatura térmica y la cuarta para prevenir los posibles daños derivados del agua o el humo. En la sala también se ha incorporado un monitor que resalta, hasta doce veces mayor que el tamaño original, los detalles más sorprendentes, curiosos o fascinantes de estas obras. Un paso que ayuda al visitante adentrarse en ese océano de personajes que es El Bosco.